Querida lectora, empezamos pocos y terminamos solos tú y yo. Atrás quedaron los lectores que poco a poco se fueron dando de baja de estas crónicas, hartos de que yo no les informara de lo que ellos deseaban saber, el clima del Imperio, los deportes y sus famosos. Lástima, si hubieran continuado contigo y conmigo un poco más hubieran llegado a conocer todos esos asuntos como los has conocido tú. Qué se le va a hacer. No tuvieron paciencia pero no se lo recrimino ni, mucho menos, les guardo rencor.
Atrás quedaron el vosotros y los imperativos del castellano antiguo de aquellas primeras crónicas en las que no nos conocíamos. Sólo tú continuaste hasta llegar a la intimidad del tuteo, gracias a la curiosidad que tenías por conocer esas otras cosas que yo te contaba todas las semanas, como los inventos, la comida o el sistema sanitario del Imperio… Aunque, a veces, ni eso pues sé que llevas unas cuantas crónicas sin leerme.
Pese a tu incomparecencia final, alguien me ha dicho que andas triste porque dejo de estas crónicas. No era mi intención apenarte. Es algo que suele ocurrir con el cariño. Antes de estas crónicas, no nos conocíamos, no nos importábamos; cuando no existe el cariño, no duele. Pero es curioso que, después, cuando ya se ha hecho roce, siempre, por una razón u otra, todo termina en llanto. Ya sea por la mano de la muerte, ya por la de la traición o, incluso, por la de la insoportable levedad de toda pareja y más aún de la vida misma; el cariño lleva irremediablemente al sufrimiento.
¿Cómo aplacarte? ¿Cómo consolarte? Podría echar mano de Séneca y recomendarte su estoicismo, a veces tan acorde con la razón y el sentido común, a veces tan rayano en la indolencia. También podría intentar no abandonarte, continuar con estas mis crónicas pero, al fin, terminarías por aburrirte. Peor, por aborrecerme. Ni mi pluma es lo suficientemente buena para mantenerte eternamente en vilo ni la esencia de mi naturaleza me permite conquistarte cada semana. Ya te dije que no estoy hecho para aguantar lo cotidiano ni pintar la actualidad como hacen los cronistas más modernos. Mas bien sólo puedo esbozar los grandes cuadros de la Historia. Y la Historia de este nuestro Imperio, que tanto amamos y tanto criticamos, no da para muchos más cuadros de los que he pintado salvo los que están aún por llegar, los de su decadencia y desaparición. No creo que me toque a mí escribirlos mas, si así fuera, dispuesto estoy a ello.
No creas que es motivo de vergüenza para mí servir sólo para narrar los grandes momentos de la Historia sin ser capaz de describir la alegría de los pequeños detalles o la crispación de lo cotidiano. Cada uno está hecho para lo que está hecho y es de sabios conocerse y aceptarse. Mira, por ejemplo, los futbolistas. Muchos de ellos no sirven para otra cosa que para meter goles y ahí están, tan felices y contentos.
Tampoco has de apenarte mucho por mi partida. Tantas veces me has dicho las cosas que no te gustaban de mis crónicas, mis gazapos, mis yerros mi forma de pensar tan vehemente y reiterada que, quizá sea mejor así. Tú leyendo a otros, yo buscando aún a quién escribir.
En este momento, me gustaría ser don Ernesto Cardenal, don Gustavo Adolfo Bécquer o don Pablo Neruda para decirte aquello de puedo escribir los versos más tristes esta noche. Si pudiera, los escribiría porque el corazón para partir necesita hacer el duelo, regodearse en el dolor siquiera para intentar arrancarlo… Y porque en las separaciones, querida lectora, necesitamos saber, aunque sea mentira, que nadie te escribirá como te escribía yo y nadie me leerá como me leías tú. Que lo nuestro fue único, irrepetible, que nadie en tu corazón ocupará mi lugar, ni nadie en el mío, el tuyo.
Mas confía en que tu pena pasará. El tiempo lo cura todo y, al cabo, descubrirás otros cronistas, quizá mejores, que llenarán mis vacíos y te harán reír tanto o más que yo. Siempre recuerdo que me decías que hacerte reír era lo que más te gustaba de mí.
Sí; el tiempo lo cura todo porque no somos tan únicos e irrepetibles como nos pensamos. Los seres humanos venímos hechos en serie, como los coches, con los mismos sentimientos y los mismos defectos de fábrica aunque, a veces, las carrocerías inviten al engaño.
En verdad, lo único diferente son las carreteras por donde transitamos cada uno. Hay quien se pasa la vida entera en una autopista y hay a quienes nos gustan los caminos de montaña, los que bordean los acantilados, los que cruzan los bosques al caer la tarde…
Mas si es eso lo que te apena, tampoco tienes motivo. Tú nunca serás mujer de aburrida autopista y siempre encontrarás a un conductor que quiera llevarte a los lugares que más te gustan. ¡Hay tantos cronistas y tan buenos!
Y, a lo mejor, hasta descubres que yo te había engañado. Creyendo que ibas conmigo por esas carreteras de montaña, quizá te des cuenta de que conmigo estabas en realidad en uno de esos coches preparados de las películas; quieto en un decorado de cartón piedra, viendo pasar a tu alrededor un paísaje de ficción.
Me despido, querida lectora, hoy no con un vale sino con un adiós. Pero antes de hacerlo quiero darte las gracias por haber estado ahí apoyándome, leyéndome y, a pesar de nuestras diferencias, intentando comprenderme. También, antes de despedirme, quiero dejarte con todos mis mejores deseos, que todo te salga bien, que no sufras en esta vida y que, ojalá, algún día, haya de nuevo motivos para que yo te escriba y tú me leas. No lo descartes, la vida da tantas vueltas que sólo la muerte acaba con sus caprichos. Una muerte cronistica no es una muerte definitiva.
Adiós
PD: A pesar de la necesidad de mi partida, quisiera que mi marcha no hubiera sido tan precipitada. Me gustaría haber reflexionado contigo alguna crónica más sobre este Imperio nuestro y lo que estamos haciendo en las colonias, copiar lo malo y despreciar lo bueno. Como tantas veces hemos visto en estas crónicas, la estupidez humana nunca encuentra sus límites. Pero como te dije la semana pasada, un feliz acontecimiento ha impedido esos deseos. El feliz acontecimiento, querida lectora, es que me voy a trabajar de cronista a la última colonia, digo a las Naciones Unidas. A pesar de todos sus defectos, esas Naciones Unidas mías representan algunos de los ideales más grandes a los que puede aspirar la humanidad y trabajar en ellas es un motivo de gran satisfacción. Para que veas, así de contradictorios somos los seres humanos. Vamos de la estupidez a la grandeza sin solución de continuidad.
PD II: Quisiera agradecer aquí a don Alfonso Armada por haberme brindado las páginas de su maravillosa revista fronterad para poder yo, desconocido cronista, contaros cómo es, a mi humilde juicio, este Imperio. Larga vida le sea concedida a él, a su revista, a ti querida lectora y a todos nosotros, gentes de buen corazón.