Enemigos del pueblo
Nunca imaginé cuando empecé a soñar con ser periodista que algún día sería tachado de enemigo del pueblo.
El informe sobre el estado de la libertad de prensa en el mundo que la sección española de Reporteros Sin Fronteras elabora todos los años, deteniéndose en cada país y tratando de que se reconozca el trabajo de cada periodista en particular, con su nombre y su peripecia, los asesinados, los encarcelados, los torturados, los desaparecidos, los perseguidos, que hoy presentamos, vuelve a ser muy poco halagüeño. Soplan malos vientos para la libertad de prensa en el mundo, porque soplan malos vientos para la libertad.
El historiador estadounidense Timothy Snyder lleva años investigando los estragos que el nazismo y el comunismo causaron en la placa tectónica política que va desde los Países Bálticos al Mar Negro, en el corazón de Europa. Dijo Snyder en una entrevista reciente que “Putin y Trump tienen miedo de los periodistas y los odian porque comprenden algo que nosotros también hemos de entender: que los hechos son los que hemos de contar para ser libres”.
Comentando la edición en español de Verdad y mentira en la política, de la pensadora Hannah Arendt, recuerda el ensayista Daniel Capó que “una política desligada de la verdad se corrompe desde dentro y termina convirtiendo al Estado en una maquinaria que destruye el Derecho”. De ahí que “el correcto funcionamiento de la democracia exige proteger la verdad de los hechos frente a la fuerza persuasiva de la falsedad y la intoxicación”. La necesidad de un periodismo fundado en hechos, no en falsedades ni en intoxicaciones, un periodismo que luche a brazo partido por la verdad, es condición necesaria para la existencia de una democracia. Pero no suficiente.
Hablando del gran pensador polaco Leszek Kolakowski, uno de los mayores expertos en el marxismo, el editor de la revista peruana Etiqueta negra, Julio Villanueva Chang, escribió: “La doctrina de ‘no hay hechos, sólo interpretaciones’ anula la idea de la responsabilidad humana y los juicios morales; en efecto, considera de igual validez cualquier mito, leyenda o cuento, en relación con el conocimiento, como cualquier hecho que hayamos verificado como tal, de conformidad con nuestras normas de investigación histórica”. Lo que pretenden Putin, Trump, y cada vez más dirigentes de la vieja Europa con pulsiones autoritarias que dejan en entredicho y a los pies de los caballos los fundamentos que construyeron la Unión Europea, es que hay verdades alternativas, verdades útiles a una visión política determinada. Y cuando las investigaciones periodísticas dejan al descubierto que eso no es así, que las connivencias entre el poder mafioso y el poder político son estrechas, que se miente a sabiendas, que se miente con descaro, los periodistas son literalmente amordazados, eliminados, asesinados.
El año 2018 ha estado marcado por una escalada tal de ataques contra periodistas que la revista Time eligió “Persona del año” a los “guardianes” de la libertad de prensa. Puso como ejemplo a periodistas que esgrimen la necesidad democrática básica de que los ciudadanos sepan, no solo lo que ocurre a su alrededor, sino lo que está detrás de las noticias. ¿Por qué asesinaron en 2017 a Daphne Caruana Galizia en Malta? ¿Por qué asesinaron en 2018 a Ján Kuciak en Eslovaquia? ¿Por qué en lo que va de 2019 han asesinado ya a Ahmed Hussein-Suale, el periodista de investigación más famoso de Ghana, y al periodista mexicano Rafael Murúa Manríquez?
En 2018, el inaudito asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en el consulado de su país en Estambul (donde al parecer fue descuartizado y su cuerpo hecho desaparecer por agentes enviados por el gobierno de Riad) ha dado visibilidad a decenas de otros periodistas que han pagado con sus vidas su compromiso con la sociedad, es decir, con la verdad. Según RSF, en 2018 al menos 80 periodistas fueron asesinados por realizar su trabajo en todo el mundo con absoluta impunidad. Además, otros 348 informadores fueron detenidos arbitrariamente. Países como Turquía, China o Irán son las mayores cárceles de periodistas del mundo, mientras que Siria o Yemen se han convertido en auténticos agujeros negros informativos, donde no se sabe a ciencia cierta qué está ocurriendo, debido a la persecución hacia los reporteros en medio de estos conflictos.
En su Diario escribe Ana Frank que “el papel es más paciente que los hombres”. Nuestro papel es electrónico, aunque esperamos que tenga vida más allá de internet, que sea útil para poner fin a esa tendencia de convertir a los periodistas en enemigos del pueblo. En el enemigo a batir, por aguafiestas, por empeñarse en tratar de explicar que no hay soluciones simples a problemas complejos, y que si arrojamos al niño de los hechos con el agua sucia de la propaganda al final lo que peligra es todo el edificio democrático, toda el agua del conocimiento que nos permitiría saber en qué mundo vivimos, qué políticos sin escrúpulos mienten o desinforman o intoxican buscando chivos expiatorios que les permitan mantenerse en el poder aplastando al disidente, al que pregunta, al periodista que busca por encima de todo la verdad para que “el pueblo” sepa a qué atenerse. Por eso les invitamos a leer despacio este informe que es un mapamundi de esa lucha por un bien precioso como es la libertad de prensa. No permitamos que llegue un día en que lo añoremos porque, con él, habremos perdido la democracia.
El Informe Anual 2018 demuestra cómo en el mundo se mantienen preocupantes tendencias hacia la prensa heredadas de años anteriores, mientras se acentúan otras, como la violencia de la población hacia los informadores. Asia continúa registrando las cifras más elevadas de asesinatos de periodistas, y países como China o Vietnam nos muestran un año más el implacable crisol de su censura, pero ha sido en la India o Bangladesh donde hemos visto la cara más virulenta del extremismo religioso de la población hacia los periodistas. La intimidación y acoso a los profesionales locales también ha sido una realidad creciente en Oriente Medio, otra región tradicionalmente caracterizada por la férrea censura religiosa y el elevado número de periodistas muertos en la cobertura del sinfín de conflictos que perduran y se generan en la región. Una condena no menos real en África, continente de prolongadas guerras y aguejeros negros informativos donde la vida del mensajero vale tan poco con tanta frecuencia. Como demuestra un año más la cifra de periodistas asesinados en México, representante de un continente donde, pese a la mejora, la prensa se ve azotada de manera constante por la violencia proveniente de tan diferentes frentes. Entre ellos el presidente estadounidense, que este año ha explotado su término fake news, copiado a escala mundial tanto en regímenes autoritarios como en democracias que no actúan de manera impecable en la defensa de la separación de poderes y trata de intimidar a la prensa que practica el escrutinio con rigor.
En Europa, a comienzos de año, dos reporteros italianos del semanario L’Espresso fueron agredidos mientras cubrían un acto conmemorativo de la extrema derecha. El director de la revista lamentó que el ministro del Interior, Matteo Salvini, no encontrara ninguna palabra para condenar la agresión. Y ante las agresiones de algunos grupos de chalecos amarillos franceses a los informadores, el secretario general de nuestra organización, Christophe Deloire, pidió a los dirigentes del movimiento que condenen los crecientes actos de violencia contra los periodistas. Algo que también hemos visto, y condenado, en la cobertura de la situación en Cataluña, contra periodistas cercanos o contrarios al independentismo.
Pawel Adamowicz era alcalde de la ciudad polaca de Gdansk, cuna del movimiento Solidaridad, desde 1998. Fue asesinado el pasado 14 de enero a cuchilladas mientras protagonizaba un acto público. El Gobierno ultraconservador polaco ha atizado una forma cada vez más radical de polarización política y social, y para ello no ha tenido empacho en recurrir a los medios. En una actitud que recuerda a la reacción de Donald Trump cuando acusó a los medios que habían recibido paquetes bomba en Estados Unidos de atizar el odio, la televisión pública polaca culpó a la oposición, de la que formaba parte Adamowicz, de “caldear las emociones”. Yuliya Shavlovskaya, que ayuda a los inmigrantes a través de una ONG, dice que el asesinato del popular alcalde es fruto de la polarización del discurso político: “Hay tanto discurso del odio por todas partes, especialmente desde los medios públicos… Pero nadie pensó que las palabras llevarían a los hechos”.
En su carta anual a sus 1.550 empleados, el editor del New York Times, Arthur G. Sulzberger, les dijo a comienzos del pasado mes de enero: “Cuando solo el Times produce más palabras en una semana que Shakespeare en toda su vida, el mundo no necesita más contenidos -ya tenemos suficientes hasta el apocalipsis-, sino más del mejor periodismo”. Simon Kuper, periodista del Financial Times, en una reciente columna titulada ‘Malas noticias acerca del periodismo’, recordó que Steven Pinker, profesor de psicología en Harvard, no deja de hacer hincapié en que el mundo de las noticias se suele centrar en hechos a expensas de tendencias más influyentes y reveladoras a largo plazo, como por ejemplo la ampliación de la esperanza de vida en todo el mundo. Los periódicos podrían haber publicado el titular de que 137.000 personas salieron de la extrema pobreza ayer cada día de los últimos 25 años. Pero no lo han, no lo hemos hecho. ¿Porque no es noticia? ¿O porque solo nos gustan las malas noticias que ratifican la especie de que todo va a peor? El periodista holandés Joris Luyendijk argumenta que la publicación de informaciones que exponen la corrupción del establishment lo que a menudo hace es cebar la ira populista. Y en tercer lugar Kuper recuerda: “cada periodista contemporáneo sabe de su despreciable, irrelevante, influencia en los puntos de vista de la gente, y lo sabemos”. Incluso el influyente Financial Times.
En un artículo en El País, el analista Moisés Naím decía que el aumento de la desigualdad económica, la precariedad y la sensación de injusticia social son algunas de las causas de la polarización política. “La popularización de las redes sociales y la crisis del periodismo y de los medios de comunicación tradicionales también contribuyen a alentarla. Las redes sociales como Twitter o Instagram solo permiten mensajes cortos. Tal brevedad privilegia el extremismo, ya que cuanto más corto sea el mensaje, más radical debe ser para que circule mucho. En las redes sociales no hay espacio, ni tiempo ni paciencia para los grises, la ambivalencia, los matices o la posibilidad de que visiones encontradas encuentren puntos en común. Todo es o muy blanco o muy negro”. Eso hace mucho más difícil llegar a acuerdos.
Escribió hace muchos siglos el poeta persa Rumí:
“El amor es una cualidad de Dios.
El miedo es un atributo
de los que piensan
que sirven a Dios”
Tal vez debiéramos frecuentar a los poetas y guardar silencio más a menudo, para pensar en si estamos siguiendo un camino completamente equivocado. Miedo y odio son dos síntomas crecientes en el mercado de las noticias, en el mercado político de la realidad. Y el periodista no es ajeno a ese campo magnético tan tóxico, convertido en enemigo del pueblo, muñeco para el pim pam pum, el tiro al blanco de los que quieren imponer el silencio y quedar impunes.
¿Por qué es necesario el periodismo? ¿Por qué los partidos y los poderes, todos los poderes, no quieren periodismo, sobre todo un periodismo honesto y crítico, que les deje en evidencia? ¿Por qué hace falta un contrapoder? ¿Por qué hace falta RSF? ¿Por qué es imprescindible la verdad?
Timothy Synder dedica su último libro, El camino hacia la no libertad, a los periodistas. En la entrevista que citaba al principio (que publicó Juan Cruz en El País Semanal), el historiador estadounidense insistía en por qué son tan importantes los reporteros: “porque veo lo que pasa cuando desaparecen. Cuando los periodistas se van, sobre todo los locales, se crea una oportunidad para que los autoritarios gobiernen desde la desconfianza. Gracias a los reporteros sabemos de la guerra global. Para combatir la desigualdad global nada hay mejor que periodismo de primera mano”.
Porque no queremos abandonar toda esperanza. Porque no queremos vivir en una sociedad cínica y desalmada. En la que prime el sálvese quien pueda. Porque el dolor será atroz y lo pagarán mucho más caro los que tienen menos recursos. El periodismo no nos salva, pero trata de crear una sociedad más justa, menos desigual. Y para eso sirven, o deberían servir, los periódicos. Por eso es imprescindible buscar la verdad a toda costa, aunque duela. Y lamentar el asesinato de cada periodista que pierde la vida en ese empeño. Porque con ese mensajero silenciado muere la palabra que, como el agua, debe aliviar, debe permitir que crezca el conocimiento, fluya la verdad.
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