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Mientras tantoInstituto Cervantes a prueba

Instituto Cervantes a prueba


 

El nombramiento de Víctor García de la Concha como director del Instituto Cervantes parece traer nuevas políticas culturales enfocadas en América Latina y los hispanohablantes en Estados Unidos.

 

Después del desdén de Mario Vargas Llosa al ofrecimiento del gobierno del Partido Popular para encabezar el Instituto Cervantes debido a la “incompatibilidad” de su tarea de escritor con un puesto burocrático (ya en 1996 había rechazado la misma propuesta del Gobierno de Aznar), el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes decidió nombrar a García de la Concha, quien además de haber presidido la Real Academia Española, estuvo al frente de la Fundación del Español Urgente, a cargo de estimular el buen uso del español en medios informativos, un organismo vinculado a la corporación BBVA.

 

Este último dato refleja dos líneas estratégicas del nombramiento de García de la Concha: la cada vez mayor vinculación del capital privado a los usos culturales, una medida en la que resuena el reemplazo del modelo de subvenciones por el de mecenazgo propulsado por el gobierno del PP; y la hegemonía de los intereses corporativos, sobre todo bancarios, en la adopción de tal modelo mediante la presencia española en América Latina y en Estados Unidos. Esto explica a su vez el tránsito del Instituto Cervantes del servicio exterior al servicio cultural frente a otros ámbitos fuera de España.

 

Hasta aquí la situación está lejos de ser novedosa. Durante los últimos tiempos la banca española “ha hecho la América”, ha obtenido ganancias tan extraordinarias en sus operaciones en ultramar a través de Banco Santander y el ya citado BBVA, que a dicho proceso se le ha distinguido como un nuevo colonialismo (cf. Oriol Malló Vilaplana, El Cártel Español. Historia crítica de la reconquista económica de México y América Latina, 1898-2008).

 

Detrás de tal perspectiva estratégica que entrelaza una idea de la cultura y defensa del idioma español con los intereses corporativos de la banca y otras industrias de España en el planeta (extractivas, de comunicación, etcétera) y el modelo de mecenazgo (que identifica en lo real y lo simbólico la educación, el deporte, léase espectáculo, y la cultura), está un proyecto contradictorio y desvalido ante la crisis económica, la escasez de recursos del Estado y los gobiernos españoles y el declive de una aspiración globalizada bajo un esteticismo  monárquico que vivió mejores tiempos antes de la gran quiebra de 2008 y sus secuelas ulteriores.

 

De la Concha tendrá que esmerarse para que su propuesta sea en verdad renovadora, ya que el organismo que ahora dirige se ha caracterizado por ratificar valores y prestigios institucionales, casi siempre inscritos en el oficialismo de los Estados y los gobiernos con los que trata, que por buscar vías alternas de proximidad con las comunidades hispanohablantes de América Latina y Estados Unidos.

 

Su juego verticalista ha sido un juego de espejos, donde se reflejan y brillan las figuras burocráticas o las celebridades consabidas, mientras aguarda un mundo y circunstancia emergentes con nuevas inquietudes, expectativas y anhelos críticos, tanto en España como en otras partes, a que se le reconozca y atienda en su vitalidad contemporánea y en su estatuto horizontal o tangencial.

 

Urge un Instituto Cervantes que esté más allá de boato oficialista y del tufo neo-colonial.

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