Teoría. En sentido etimológico: procesión. Y con todo rigor, pues la teoría exterioriza o manifiesta el sentido, lo conduce, lo dirige, lo evoca, lo exalta. A veces, también lo increpa. Y lo mortifica.
(Imagen de Fuego en Castilla, de Val del Omar)
Un rostro
es una hipótesis
de trabajo.
(Imagen: Mark Manders, 2011)
Materiales para un estudio del secreto.
Nadie mejor que los manieristas para operar con el secreto. En esta pintura de Bronzino vemos, por ejemplo, cómo el joven Ludovico Capponi nos muestra una figura en un medallón, al tiempo que su dedo índice la tapa. Un efecto de ocultación teatral también sugerido por el verde fastuoso de la tela que vemos a su espalda, manifiestamente dispuesta, y con urgencia, esto es evidente, para ocultarnos algo, o al menos para funcionar como un telón que enmarque completamente aquello que debemos ver. La clave de toda esta representación perversa radica, sin embargo, en esto mismo: la creación de un régimen de visualidad donde las cosas son dirigidas a un lugar que sirve, en última instancia, para ocultar sofisticadamente una verdad que se nos hurta, a ojos vista.
He aquí una iglesia para un bárbaro dios alemán, o para Rudolf Otto.
Bajo el esplendor de telúricos rituales lovecraftianos, subiendo por esas escaleras como de sacrificio azteca, aguarda, oscuro y encendido y en bestial combustión, el corazón palpitante del Moloch. Toda su negra majestad aupándose en el magnifico retablo de hormigón bruto.
(Saint Francis de Sales Catholic Church, Muskegon, Michigan. Diseñada por Marcel Breuer y terminada de construir en 1966, consagrada un año después.)
Sigmund Freud, Bergasse, 19.
Su mesa del despacho estaba llena de un portentoso conjunto de pequeñas máscaras, ídolos y estatuillas griegas, egipcias y africanas. Como si el investigador necesitase de la invocación de tal ejército de mediadores espirituales para alcanzar el objetivo de sus telúricas prospecciones . O tal vez, más simplemente, esos objetos funcionarían como una barrera protectora entre el analista y el paciente. Nunca se sabe los demonios y peligros que concita un alma, sana o enferma. Aunque me inclino a pensar, más bien, que tal tropa de figurantes habría de actuar como un recordatorio, para el propio doctor, de todas las desviaciones, aberraciones y conjuros, de los confusos parentescos arqueológicos que asoman, al modo de un inquietante patrimonio o una herencia bastante monstruosa, con cualquier excavación de un yo.