Queríamos líos palaciegos y estética barroca. Consultamos en Netflix y nos topamos con la siguiente sinopsis: «Cuando su romance con un lujurioso marqués da un giro inesperado, una rica viuda trama un plan para vengarse con la ayuda de una joven». Droga de la buena, pensamos. Pero pronto comprobamos que algo fallaba. Y es que un lujurioso marqués puede no ser guapo, puede no ser atractivo, pero que no sea ni guapo ni atractivo es inadmisible. A nuestro juicio, el actor elegido no transmitía nada, así que no pudimos firmar el pacto ficcional. Y recurrimos a Suite francesa: un amor imposible durante la II Guerra Mundial. Sació nuestros deseos.
Por suerte, las plataformas digitales nos proporcionan un amplio abanico de posibilidades, como las ventanas que dan a las azoteas de la ciudad. La semana pasada me fijé en una en la que, quizá por estar muy cerca, no había reparado aún. En su cuadrilátero de baldosas, decorado con plantas diligentemente cuidadas, la vecina tiene sillas, mesas y bancos repartidos en tres zonas, cada una de ellas iluminada con un farol. Todo está dispuesto para una reunión numerosa, y habilitado para que se mantengan cómoda y separadamente diferentes conversaciones. Sin embargo, mi vecina siempre está sola. Es decir, se prepara para un cóctel que nunca celebrará. Aun así, su personaje sí resulta verosímil en este caso.
Donde tiene lugar la reunión infinita es en las redes sociales. Ahí siempre hay jaleo. Todo gira alrededor de la opinión de los demás, que es el dios que no existe de internet, en función del cual actuamos. Esto provoca reacciones en cadena muy curiosas, como la crítica vacía en bucle: opinar sobre opiniones. Se critica un asunto, se critica a los que critican ese asunto y se critica todo lo anterior desde todas las perspectivas posibles. Incluso cuando no se le pueden dar más vueltas a la tortilla, siempre hay alguien que persevera vehementemente; todos quieren ser campeones del ingenio. Y, mientras tanto, todo lo demás. La vida es lo que pasa mientras se debate en las redes sociales, mientras interpretamos nuestros respectivos papeles.
Después de tantos días de cuarentena resulta difícil diferenciar el teatro de la realidad. Ya no sabemos qué personaje interpretar. Nos dicen, además, que somos héroes por quedarnos en casa, y tenemos que creernos que ver películas tirados en el sofá y comiendo bizcochos caseros constituye una proeza. ¿Pero quién se cree ese personaje? Ese guion hay que revisarlo.