El 32 de agosto decido ir al final de mi vista en línea recta, es decir, llegar hasta el objeto que hay donde acaba el suelo que nos sostiene sobre el edificio, poco antes de la ría, donde uno se hundiría si cayera y no saliera a flote.
Al llegar, tocar el objeto (un salvavidas), me doy la vuelta y busco nuestra casa y vista pasada entre tantas.
Miro con atención a ver si nos encontramos en nuestra ausencia.
(este texto basado en hechos reales forma parte de la iniciativa El viaje rectilíneo. Esta iniciativa consiste en llegar hasta el último punto donde la vista alcance y detenerse cuando no se pueda continuar más allá, ya sea debido a una ría, un mar, río, pared o un vacío: lo que lo impida.
Se establece el día 32 de cada mes como una fecha adecuada para su realización.
De todas formas, cualquier otra fecha o iniciativa es bienvenida.
Iniciarse.)
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Olvidé escribir (anotar aquí, muy cerca) que junto al salvavidas rojo, a la izquierda, hacia Bouzas y los buques que cargan miles de coches al día: se encuentra una de las escuelas de vuelo de Vigo: los polluelos de gaviota patiamarilla aprenden a volar: primero se lanzan desde las farolas
…
para hacer frente a los peligros con los que vivimos de verdad.
Y me niego a hacerlo de una manera exclusivamente crítica o denunciadora. Al contrario, propongo hacerlo mediante una práctica continua de alegría arriesgada […] habitar el mundo hoy requiere prácticas contundentes de rechazo al cinismo.
El mundo que necesitamos, Donna Haraway dialoga con Marta Segarra