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Iqui Balam. De cómo el teatro le dobló el brazo a la violencia en Guatemala

 

 “Estos son los nombres de los primeros hombres que fueron creados y formados: el primer hombre fue Balam-Quitzé, el segundo Balam-Acab, el tercero Mahucutah y el cuarto Iqui-Balam”

Popol Vuh, capítulo II 

 

Ya se había hecho de noche cuando Spanki llegó por primera vez a la sala de ensayos de Iqui Balam. Era una pequeña galera de madera y láminas, ubicada en la parte alta del asentamiento Mario Alioto. En el interior, casi a oscuras, Fu y su hermano ensayaban la obra El titiritero. Unos veinte niños, niñas y adolescentes miraban absortos a Fu que, subido en una pequeña tarima, sostenía las cuerdas de las que colgaba su hermano Ángel. Escenificaban la vida de Eber Hernández, el Muletas, su pertenencia a una pandilla, y a quien una paliza de la policía le había dejado una pierna inmóvil.

 

Erik Spanki Gálvez tenía 14 años y acababa de mudarse desde Mixco hacia el asentamiento Mártires del Pueblo, cerro arriba del Alioto, huyendo de la violencia que vivía en su propia casa. Esa mañana, en la escuela, Ángel Cañas le había invitado a llegar al ensayo y unas horas más tarde se decidió a entrar a la sala, sin saber exactamente qué iba a encontrar allí.

 

—Empieza esa onda, con música, personajes. Empiezan a actuar y era una onda que yo nunca había visto. Ni cerca ni lejos, ¿va vos? Pero en ese momento yo estaba cerca del escenario. Y en ese momento me cagué. Dije: “Yo quiero hacer esto en mi vida” –recuerda Spanki, casi 20 años después de aquel primer encuentro que asegura que le cambió la forma de pensar y le ayudó a “dejar de cagarla”.

 

 

El asentamiendo de los funcionarios

 

En 1995, el asentamiento Mario Alioto, hoy considerado el más grande de Centroamérica con 70.000 habitantes, era sólo un terreno baldío del Estado. Cuarenta manzanas ubicadas al sur de Villa Nueva, cercanas al lago de Amatitlán, que llevaban varios años incluidas en un proyecto para funcionarios del Banco Nacional de la Vivienda (BANVI) que nunca llegaba. Finalmente, un grupo de empleados públicos, cansados de esperar al Gobierno, se confabuló para invadir el lugar.

 

La toma se efectuó en octubre de 1995 y muchos trabajadores de las maquilas que habían comenzado a funcionar en el área llegaron también a ocupar terreno. Chapearon el monte, trazaron lotes, instalaron champas, comenzaron a construir una escuela y crearon una comunidad. El asentamiento fue bautizado como Mario Alioto López Sánchez, en honor al dirigente estudiantil asesinado por la policía en una manifestación en noviembre de 1994.

 

Aunque uno de los primeros proyectos comunitarios fue la conformación de una junta de seguridad, que logró mantener cierta paz durante los primeros meses, este grupo de hombres que se reunía en las noches a patrullar, no pudo hacer nada contra de la realidad que los adolescentes vivían en sus casas. La pobreza, la violencia intrafamiliar, el alcoholismo y el abandono, hacían que muchos buscaran refugio en la calle. Ahí, en las esquinas, en los lotes baldíos, estaban las pandillas. Ahí se habían refugiado algunos de los integrantes del Barrio 18 y la Mara Salvatrucha que, tras ser deportados desde Estados Unidos, comenzaban a consolidar un fuerte poder en Centroamérica.

 

En Guatemala, las primeras pintas del Barrio 18 aparecieron en 1992, en tiendas de la 18 calle de la zona 1. En los siguientes tres años habían absorbido prácticamente a las demás pandillas locales. Eran los llamados cholos, quienes importaron a Guatemala la estética y las estructuras delincuenciales que funcionaban en Estados Unidos. La MS-13 y el Barrio 18 ofrecían una marca, un reconocimiento y, sobre todo, protección.

 

 

En los años 90 las pandillas, según cuentan los mismos integrantes de este grupo de teatro, eran menos criminales que en la actualidad. El uso de armas y el consumo y venta de drogas apenas se iniciaban. En aquel momento, eran regidas básicamente por un fuerte sentido orgánico, de territorialidad. En el sector norte del Alioto se estableció la mara Salvatrucha; en el sur, el Barrio 18. Los de Bario 18 no podían pasar al sector norte, los homeboys de la MS-13 no podían pasar al sur. En los años siguientes, la lucha por el control de los territorios, la entrada de armas, el consumo y venta de drogas, las extorsiones, poco a poco las fueron transformando en estructuras con un mayor potencial para el crimen y para generar violencia.

 

—La gente que no ha vivido eso piensa que un niño se hace pandillero porque decide ser pandillero. Pero simplemente que no hay nada más, no sucede nada más. Me recuerdo que cuando tenía nueve años, quería salir de la casa, ver qué más había en el mundo. Y salía y era lo único que había: pandillas. En una esquina una, en otra esquina otra –explica casi 20 años más tarde Ángel Cañas, el niño que hacía de títere en El titiritero y actual vocalista del grupo de hip hop Aliotos Lokos.

 

 

El nacimiento de Iqui Balam

 

En 1996 Ángel Cañas, apodado en aquel momento El Joquer, tenía 14 años y desde los nueve vivía con su hermano Manuel Orozco, Fu, y otro “montón de patojos”, en el parque central de Villa Nueva. Sus padres vivían cerca, de hecho Ángel veía a su madre de vez en cuando. Pero en aquel momento ya había cambiado de familia. Pertenecía a una clica, una célula pandilleril, y sus días transcurrían entre la enajenación de las drogas y los asaltos. Cuando se fundó el asentamiento, se trasladó al Alioto con su hermano Fu y, poco después, se enteró de que estaba funcionando un grupo de teatro en la escuela del lugar. Ángel, un niño robusto, moreno, con ojos achinados no pudo resistir la atracción del grupo artístico y, junto a otros jóvenes, comenzó a merodear por el lugar donde ensayaban.

 

—Al principio la mayoría llegábamos sólo a ver los ensayos por curiosidad. A ver qué estaban haciendo. A ver qué estaba pasando ahí. Luego recuerdo que Miguel nos decía: Entren y participen, intégrense. Yo fui uno de los primeros en participar –recuerda Ángel Cañas, ya lejos del Alioto, a la espera del almuerzo en una cafetería de la zona 1 de la capital.

 

Miguel Gaitán, de quien habla Ángel, llegó al asentamiento en febrero de 1996, apenas un mes más tarde de que la escuela hubiera empezado a funcionar. Gaitán llegaba a Villa Nueva tras permanecer una temporada en Momostenango, Totonicapán, donde decía haber sido misionero de la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

 

Nadie pudo explicar por qué Gaitán dejó su labor como mormón y se desplazó al Alioto, y cómo después también se alejó de todos sus discípulos. Tampoco fue posible preguntárselo directamente a él. De lo único de lo que pueden dar fe los jóvenes que integraron Iqui Balam es que Gaitán no tenía ningún objetivo económico –al menos en los tres primeros años–, y que el único fin con el que formó el grupo de teatro e involucró a los jóvenes pandilleros en este era ayudarles a salir de la violencia.

 

Al llegar al asentamiento, Gaitán quien tendría unos 25 años, estatura media, pelo y piel oscuros, ofreció su apoyo en la recién creada escuela. Este centro de estudios, construido y gestionado por los vecinos, le recibió con las mismas condiciones de precariedad que el resto de la nueva comunidad: sin pupitres ni sillas ni pizarrones, y con dos mil niños inscritos. La Procuraduría de Derechos Humanos les había invitado a participar en un certamen de teatro y los demás maestros pidieron a Miguel, quien había sido miembro del grupo de teatro experimental de la Universidad Popular, que se hiciera cargo de la preparación. Gaitán formó entonces el grupo de teatro Facetas Juveniles, que continuó sus ensayos después de pasado el concurso.

rantes de Iqui Balam en su adolescencia.

Al principio el grupo estaba formado solo por niños de la escuela y ninguno de ellos era pandillero. Pero en el transcurso de los primeros meses jóvenes y adolescentes ajenos al centro de estudios, muchos de ellos involucrados en maras, comenzaron a llegar a ver los ensayos. Y Gaitán los invitó a participar.

 

—Principalmente eran miembros de la pandilla 18 ST. Son los primeros que se acercan. Y luego, también, otros que estaban militando en la MS comienzan a llegar. Al principio era un poco complicado, porque eran dos grupos completamente distintos, que no toleraban estar dentro del mismo espacio físico. Pero, poco a poco, a través de juegos teatrales, se va haciendo una relación mucho más fuerte –cuenta Miguel Gaitán en 2005, en el documental Detrás de lo que es obvio, elaborado por jóvenes de Iqui Balam junto al colectivo de Cine La Camioneta.

 

 

Haciendo teatro del oprimido sin saberlo

 

Los ensayos del grupo comenzaban con un ejercicio de concentración y seguían con una serie de juegos y técnicas teatrales, preparadas por Miguel Gaitán. Para la construcción de las obras se basaban en hechos reales, en temas que concernían a toda la comunidad. Comenzaban a explorar las relaciones de poder, a reflexionar sobre sus vidas, a abrir puertas que hasta entonces desconocían. Sin saberlo, estaban poniendo en práctica la metodología propuesta a finales de los 60 por el director de teatro brasileño Augusto Boal. Sin saberlo, estaban haciendo Teatro del Oprimido.

 

—Cada uno de nosotros contaba experiencias familiares. Había casos de abusos sexuales de parte de los padrastros de las chavitas, desintegración familiar, violencia intrafamiliar. Eran temas que todos teníamos en común, y que podíamos sacar o desatar encima del escenario. Y era bien chilero –recuerda ahora Spanki, en una bodega de la zona 1 en la que planea, junto a otros dos compañeros, crear un espacio de producción audiovisual y artística. 

—Nos dimos cuenta de que nos pasaban las mismas cosas. A pesar de que yo era de una pandilla y tú de una contraria. Se fue convirtiendo en una terapia de autoayuda y, a la vez, alimentaba la creatividad para los montajes –hace memoria Cañas en la cafetería a donde se ha trasladado desde Sacatepéquez antes de un ensayo con el grupo musical Bacteria Sound System.

—Era un espacio muy abierto, muy solidario, como de familia de verdad. Como la familia que no podíamos consolidar en nuestras casas. Jamás nos ofrecieron drogas, y nos decían: Si las miramos –consumiendo–, pobrecitas de ustedes, porque eso es malo, y nosotros ya estamos en eso, pero ustedes no –explica Jennifer Coguox, de 30 años, una de las adolescentes que formó parte del grupo de teatro y que siguió en él durante todo su camino.

 

Jennifer Coguox tenía en aquel momento 13 años y vivía en la colonia El Milagro, zona 6 de Mixco. Era una de los cinco hijos de una madre soltera, separada de su marido por problemas de alcoholismo y malos tratos. Su madre trabajaba en el mercado El Guarda vendiendo tenis y la adolescente, que estudiaba los básicos, pasaba prácticamente todo el día con sus primas. Por problemas de dos de sus primos, quienes habían iniciado una clica en El Milagro, y después de un incidente violento, toda la familia de sus primos se vio obligada a huir de Mixco y mudarse al Alioto.

 

Al inicio el ambiente en el nuevo asentamiento era más tranquilo que en El Milagro, donde Jennifer escuchaba disparos y persecuciones de carros por las noches, y convenció a su madre para que se trasladaran también al asentamiento. Compraron un lote, todavía sin título de propiedad, por 35.000 quetzales (casi 4.000 euros), y se mudaron. Un día, Jennifer acompañó a sus primas Evelyn y Ruth, a un ensayo del grupo de teatro, y Miguel Gaitán la invitó a participar.

 

—En Iqui Balam yo nunca me sentí menos que nadie. Siempre me decían: ¿Y vos qué pensás, Jennifer? y ¿Vos qué opinas?, Ah, pues yo opino que tal y tal y tal. Y siempre me escuchaban –recuerda ahora Jennifer, con gafas y pelo negro recogido en una coleta, mientras bebe un café helado, en una cafetería de la zona 1 de la capital.

 

 

Brujos y brujas que se divierten por la noche

 

En el transcurso de los primeros meses Miguel Gaitán fue poco a poco adentrando a los jóvenes en el arte. Fue el primero en darle a Ángel a leer poesía de Luis de Lion, el poeta guatemalteco desaparecido en 1984. Les narraba la obra del dramaturgo guatemalteco Hugo Carrillo y les explicaba que estaban haciendo teatro de Grotowski, director de teatro polaco, impulsor del teatro pobre. Durante este tiempo, de una forma un poco confusa en el relato de los jóvenes, donde las cosas simplemente se dieron sin causa aparente, Gaitán logró que las pandillas le dieran permiso para funcionar. Aconsejaba a las adolescentes, daba de comer a quienes llegaban con hambre. Y nunca dejaba de hablar: de libros, de historias, de superación. 

 

 

El exmisionero mormón fue también el primero en hablarles del Popol Vuh, de sus dioses, sus personajes y sus historias, del pasado maya que muchos desconocían por completo. Fue cuando les propuso cambiar nombre de Facetas Juveniles por el de Iqui Balam, en honor al cuarto hombre creado en el mundo, según el libro sagrado de los maya-quiché. Ellos accedieron. Y todos quedaron en la memoria, hasta el día de hoy, con la segunda acepción que les dio Gaitán de Iqui Balam: “Brujos y brujas de la luna que se divierten por las noches”.

 

Además de las obras teatrales, los miembros del grupo comenzaron a acercarse a la música, a la escritura, al dibujo. De allí surgió el ahora reconocido grupo de rap y hip hop Aliotos Lokos, formado en 1997 por Ángel y su hermano menor MC Plenno, integrado en 2005 en Bacteria Sound System. Dentro de la cultura hip hop, otros de sus miembros empezaron a experimentar con el grafiti y el break dance. A partir de 1997 también empezaron a hacer artesanías con bambú y a enseñar a leer a niños analfabetas. A involucrarse con la comunidad.

 

—Entonces, fuimos nosotros los que empezamos a tomar el espacio y, literalmente, “empoderarnos”, y todos esos términos que utilizan los oenegistas pisados. Pero ahí fue real, no fue para el informe. Y esa es la magia de Iqui Balam –explica Ángel Cañas.

 

 

La expulsión y la persistencia

 

Poco a poco, conforme los jóvenes comenzaron a interpretar sus obras en la escuela y las calles, mientras eran más conocidos en la comunidad, el rumor de que había mareros en Iqui Balam –que empezó a deformarse en que Iqui Balam era, en realidad, una pandilla– comenzó a esparcirse por el asentamiento.  

 

Los padres de algunos niños pidieron que dejaran de ensayar en la escuela y otros prohibieron a sus hijos ir a los ensayos. Aunque Gaitán persuadió a algunos padres para que sus hijos permanecieran en el grupo, muchos seguían inconformes y un grupo de familias solicitó a la junta directiva del asentamiento que expulsara a los pandilleros del grupo de teatro. Hubo una reunión comunitaria para decidir si los jóvenes pertenecientes a pandillas podrían seguir o no en el grupo. Los vecinos tomaron una decisión: Los jóvenes pandilleros eran parte de la comunidad y, por lo tanto, seguirían en Iqui Balam.

 

Aunque el grupo fue expulsado de la escuela, esto no hizo que perdiera su impulso y comenzaron a ensayar en la calle, o en la casa de la madre de Pedro Castillo, que pasó de ser “doña Elvia” a “mama Elvia”. Más tarde, Gaitán compró un lote, construyó un pequeño cuarto para él y cedió el resto del terreno para construir la sala de ensayos. Se trataba de una pequeña galera donde se reunían a partir de las 7 u 8 de la noche, al caer el sol, cuando todos habían salido del trabajo o de la escuela. Un espacio donde, cuando hacía calor, hacía mucho calor; y cuando llovía, se comenzaba a llenar de agua, que recorría el cuarto en forma de pequeños riachuelos. “Pero nosotros éramos felices de tener nuestro espacio”, dice Jennifer Coguox.

 

Durante todo el proceso, desde 1996 a 2003, y de 2007 a 2009, cuando se abrió casa joven Iqui Balam llegaron entre 500 y 700 niños, adolescentes y jóvenes a ensayar o pasar sus tardes en Iqui Balam. Algunos llegaban esporádicamente, otros pasaban fugazmente, y casi todos los que abandonaban el grupo regresaban a las pandillas. Pero algunos se quedaron. Comenzaron a pasar cada vez más tiempo ensayando, cantando, pintando y a pasar menos tiempo con la pandilla, hasta desligarse por completo de estas. Como si el cauce que parecía natural hacía la violencia se volviera nuevamente, de forma natural, hacia una vida centrada en el arte.

 

 

La persecución

 

Con la salida de los niños no pandilleros del grupo, este comenzó a estar conformado prácticamente por pandilleros o adolescentes que, aunque no pertenecieron nunca a una mara, compartían con ellas en sus entornos más cercanos, a través de sus hermanos, sus primos o sus amigos. Este periodo, que inició aproximadamente a partir de 1997 y terminó en 2003, es conocida como la segunda etapa de Iqui Balam.

 

Aunque al llegar a la sala de ensayos entraran en un espacio neutral, donde lo único que importaba era el arte, la pertenencia a las pandillas seguía teniendo un peso muy fuerte entre los integrantes del grupo teatral, y la violencia seguía causando estragos entre sus miembros. Sus nombres aparecían en listas negras y miembros de pandillas rivales con quienes tenían problemas llegaban a buscarlos al lugar de ensayos. Durante los casi diez años en los que vivió el grupo fueron asesinados, con cifras muy inexactas, al menos 20 de sus integrantes.

 

—En algún momento teníamos luz verde (el permiso) de parte de las dos pandillas, de la 18 y de la MS. Había mara consciente de que nosotros no éramos una pandilla más, sino que estábamos intentando hacer teatro. Pero era un espacio abierto, y las puertas estaban abiertas y a veces llegaban las pandillas. Era bien difícil mantenerlo –relata Spanki, desde la bodega de zona 1.

—Sufrimos bastante persecución, tanto de la pandilla como de las autoridades. En cualquier momento nos detenían, nos amenazaban. En las pandillas decían que les íbamos a quitar a los chavitos, que estábamos reclutando. Pero nosotros nos integramos tanto al arte que nos hermanamos –explica Pedro Castillo, Lukas, uno de los jóvenes que más se involucró en Iqui Balam, donde ejercía un fuerte liderazgo entre los demás, y que mantiene desde la coordinadora de la juventud de Villa Nueva, una casa para jóvenes en la colonia Enriqueta.

—Cuando se está saliendo de algo, llevas ahí la violencia y cualquier comentario que te hacen… Pero como era un grupo, la mara trataba de calmarse, de no pelearse. Eran más agresiones verbales, que a veces son más duras, a veces duele más una palabra –dice Fredy Turcios, Maskota. 

 

A Fredy Turcios le llamaron Maskota porque era el más pequeño de la pandilla. El niño que siempre les seguía, la mascota. Al tomar el Alioto ya vivía en Villa Nueva y fue también él quien llegó primero a tomar el asentamiento, para luego llevar a su familia. Maskota, ahora de 31 años, cuenta que en aquel momento trabajaba de carpintero y estudiaba tercero de básico en la colonia Enriqueta, a la que iba en bicicleta todas las mañanas. Un día, estaba con sus amigos en una esquina donde ensayaba los miembros de Iqui Balam y faltaba un integrante para una obra. Miguel le invitó a participar. Se trataba de una obra sobre enfermedades de transmisión sexual: “Y yo era un linfocito, jaja, eso era lo que tenía que hacer y era fácil”, recuerda.

 

Pero Iqui Balam se convirtió en su familia. Varios recuerdan hoy la misma escena para ejemplificar aquella fraternidad: Un día en el que miembros de una de las pandillas llegaron a buscar a Maskota durante un ensayo y todos los compañeros de Iqui Balam hicieron un círculo rodeándole, para protegerle. Otras veces, llegaban a buscarle y mientras sus compañeros entretenían a sus perseguidores, él salía por la ventana. Él sin embargo, resta importancia a la época de violencia que vivió durante sus años de adolescente.

 

—No se podía estar. Si te vestías formal eras homosexual, si te vestías de negro eras rocker, si te vestías flojo eras marero y no podías estar. Te obligaban a pertenecer a una pandilla. Sos o no sos –dice ahora el reconocido clown, Maskota, sentado en un banco del parque San Sebastián y acompañado de Sativo, su perro salchicha color canela.

 

Abner Paredes, defensor de la Juventud de la Procuraduría de Derechos Humanos (PDH), quien acompañó el proceso de Iqui Balam desde el año 2000, a través del Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH), afirma que el proceso violento que sufrieron los jóvenes de este grupo era la cotidianeidad de los muchachos en este tipo de lugares y agrega que Iqui Balam funcionó para ellos como “un escudo de protección”. “Circularon listas negras, los amenazaban. Pero no por ser del grupo, no por ser mareros. Era el contexto normal hacia todos los jóvenes de Alioto. Y no solo del Alioto”, explica.

 

 

*     *     *

 

—¿Fue encontrar un sustituto a la pandilla? –se le pregunta a Ángel Cañas.

—Eso es, sólo que es al revés. Son los chavos que están en las pandillas los que encuentran en la pandilla un sustituto a todo lo que deberían de tener, no fui yo el que encontré el sustituto sino que estaba en el sustituto equivocado, y me di cuenta de cómo es la vida en realidad. 

 

Aquel espacio, aquel respiro que se constituyó como una familia, como la válvula para escapar de la violencia; aquel lugar de creación empezó a ser reconocido en el barrio; y afuera de éste. Nadie pensó que el éxito y el reconocimiento traían consigo el germen de la destrucción.

 

 

El ascenso y la caída

 

Entre el 22 de octubre y el 4 de noviembre de 1998 el huracán Mitch pasó por Centroamérica devastando cuanto encontraba a su paso. En Guatemala arrasó decenas de hogares construidos en la precariedad de los cerros, provocando 268 muertes, destruyendo seis mil casas, dañando más de 20.000 y obligando a más de 100.000 personas a evacuar sus hogares de forma temporal. El asentamiento Mario Alioto, cuyas condiciones de pobreza eran de las más altas de Villa Nueva, no escapó del desastre. El puente que atraviesa el río Platanitos, que une el Alioto con Villa Nueva, se derrumbó y los vecinos de la comunidad fundada en 1995 quedaron desabastecidos de comida y agua.

 

En aquel momento, los integrantes del grupo de teatro Iqui Balam ya eran conocidos en la comunidad gracias a sus obras de teatro y su trabajo con los vecinos. Este grupo de niños, jóvenes y adolescentes, muchos de los cuales hasta hacía poco tiempo estaban aprendiendo a manejar armas y a consumir drogas, llevaban ya dos años de transformación. Sustituían las pandillas por el arte, el teatro, el hip hop, el dibujo, la música.

 

En 1998, además, por mediación de las madres de algunos de ellos, Miguel Gaitán, el director del grupo de teatro, había conocido a la Asociación de Mujeres en Solidaridad y los integrantes de Iqui Balam recibían talleres y capacitaciones de sensibilización sobre derechos humanos, salud sexual, y de género. Así, este grupo de niños se involucró de lleno en la asistencia a las víctimas del huracán. Comenzaron a apoyar a las asociaciones, a repartir ponchos, agua, sopas, frijoles y medicamentos. Se montaron en la cisterna que logró entrar al asentamiento a través de una de las fábricas del lado sur y repartieron agua de casa en casa.

 

Fue así cómo los técnicos de la Agencia Alemana de Cooperación Internacional (antes GTZ, ahora GIZ), que llegó también a dar asistencia a las víctimas, conocieron a Iqui Balam, un ejemplo de la transformación y alejamiento de la violencia digno de aparecer en cualquier manual de cooperación. Y este grupo de jóvenes, después de dos años de trabajar en el anonimato de su asentamiento, sin recibir nada a cambio, fue integrado en la organización juvenil Nuevos Caminos –donde se reunían cada 15 días con muchachos de otras comunidades– y fue incluido en el proyecto Niños de la calle, que era financiado por esa agencia alemana, entrando así de lleno en el engranaje de la cooperación internacional.

 

—Apoyo a los niños de la calle –recuerda Ángel Cañas, actual vocalista de Bacteria Sound System e integrante de Iqui Balam– que nosotros siempre decíamos: ¡Puta! ¿Por qué se llama así? A nosotros siempre nos molestó que se nos tratara… es como raro, es diferente.

—En Alioto surgió algo mágico con Iqui Balam. Nosotros estábamos muy conscientes de lo que estaba pasando; sin saberlo, algunos estábamos muy conscientes de lo que estábamos logrando y que era algo inaudito, que no había sucedido –recapacita Ángel, 18 años más tarde, uno de los primeros niños integrantes una clica de Villa Nueva que, a partir de 1996, comenzó a alejarse de la pandilla mientras se adentraba en el mundo del arte a través del grupo de teatro Iqui Balam.

—No éramos de la calle, éramos niños en la calle, pero no de la calle. Lo que pasa es que ellos comenzaron trabajando con Casa Alianza y, dentro del proyecto que se llamaba Niños de la calle, hicieron en paralelo la Asociación Juvenil Nuevos Caminos. Ahí empezamos a participar nosotros –recuerda Jennifer Coguox, otra de las adolescentes que a partir del año 1997 integró Iqui Balam–. Por las pandillas y todo eso, la calle es un espacio bien inseguro y vulnerable, de riesgo. Las casas tampoco eran un espacio tan seguro, sobre todo por el alcoholismo y la violencia. Así, este grupo de niños en la calle, que de la forma más natural había sustituido la violencia por el arte, comenzó con un sinfín de llamadas de organizaciones de la sociedad civil que solicitaban su apoyo para talleres de salud, sobre el conflicto armado o sobre derechos humanos.

 

Dos años más tarde, en 2000, Christian Salazar Volkmann, quen se encontraba en Guatemala trabajando para la GTZ, pasó a ser el coordinador de proyectos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia Unicef en Guatemala. Y el grupo de teatro del Alioto pasó también a formar parte de los objetivos de esa agencia de las Naciones Unidas. En marzo de ese año, el actor chicano Edward James Olmos –conocido por películas como Selena, donde hacía de su padre, o la serie televisiva Miami Vice, donde interpretaba al teniente Castillo– visitó Guatemala como embajador de buena voluntad de Unicef, y a través de Christian Salazar llegó un día a conocer la sala de ensayos de Iqui Balam.

 

Salazar, quien después de haber pasado por Colombia trabajo para Unicef en Washington, se puso en contacto con el director del Teatro Maer de la ciudad alemana de Hamburgo, Peter Markhoff, y le habló sobre este peculiar grupo. Markhoff asumió el padrinazgo de Iqui Balam y, según un informe elaborado por Unicef en 2001, se comprometió a donar el 1 % de los ingresos del teatro a Iqui Balam –algo que no se ha podido comprobar–. Entre febrero y marzo de ese año, Markhoff llegó al Alioto e impartió un seminario de teatro, donde preparó a diez integrantes del grupo para asistir a la Expo Universal que se celebraría en Hannover entre junio y septiembre del año 2000.

 

En un aséptico informe del director de teatro alemán sobre el grupo, Markhoff escribió tras impartir este taller: “las potencialidades y ventajas de Iqui Balam están en la autenticidad del grupo, en la dramatización de experiencias vividas de cerca y en la sencillez de los medios materiales utilizados”, aunque mostró su preocupación por que no existieran libretos de las obras. “Hasta ahora, las 10 obras de teatro no existen en forma escrita”. Esta realidad, recordada por muchos de ellos, se explica en que las obras simplemente iban surgiendo y se las aprendían de memoria, sin que hubiera necesidad de escribirlas.

 

Tras el taller, diez de los miembros de Iqui Balam se desplazaron a Alemania por espacio de tres semanas y presentaron dos obras, El titiritero y Enterremos la violencia, en el Global House, un área de la Expo donde se presentaban proyectos de todo el mundo. Además, realizaron una gira por 21 ciudades de Alemania.

 

Allí conocieron las Casas de Jóvenes, sostenidas con presupuesto municipal. “Y empezamos a soñar con estas ideas de poder traer esos espacios y esas ideas acá. La idea de tener clases de saxofón, de guitarra, de violín, de ajedrez”, recuerda Jennifer Coguox, ahora licenciada en Antropología por la Universidad San Carlos, una de las que rememora con mayor detalle la experiencia de Iqui Balam.

 

El 5 de julio los diez miembros de Iqui Balam que habían viajado Alemania aterrizaron en el aeropuerto guatemalteco de La Aurora. Al bajar del avión comenzaron a reconocer algunas caras. La madre de uno de ellos, el primo de otro, un tío, la maestra. Al poco tiempo se dieron cuenta de que casi todo el segundo nivel del aeropuerto, desde donde se veía a los viajeros que arribaban, estaba ocupado por vecinos del Alioto. Formaban parte de una comitiva de tres autobuses que se desplazó ese día hasta la zona 13 para recibir a los jóvenes. Al regreso, y conforme la caravana atravesaba el puente de acceso al asentamiento, comenzaron a ver toda la comunidad decorada. Una marimba empezó a sonar y en el cielo empezaron a explotar fuegos pirotécnicos.

 

Prensa Libre publicó un reportaje sobre ellos, y el nombre del grupo y comenzó a sonar en la escena artística de Ciudad de Guatemala. 

 

 

Los héroes del Alioto

 

A partir del año 2000 numerosos maestros de teatro también comenzaron a acercarse al Alioto a apoyar al grupo. En sus sucesivos contactos fueron expandiendo las mentes de estos jóvenes, rescatando sus talentos y creando una red de protección en el mundo del arte alrededor de Iqui Balam. A partir de 2000, por ejemplo, Luis Carlos Pineda, Wicho Pineda, entonces integrante del colectivo de teatro Ciclorama, y actual director de Teatro Andamio, empezó a impartir talleres de teatro a los adolescentes y jóvenes de Iqui Balam. También comenzaron a llegar los actores Margarita Kenefic y Luis Escobar, integrantes, en aquel momento, del grupo de teatro La Vasija, que nació de Teatro Club, la compañía fundada por Hugo Carrillo.

 

En una serie de talleres, Margarita y Luis reforzaron la base teórica de muchos de los conocimientos que los jóvenes de Iqui Balam habían ido adquiriendo de forma intuitiva con Miguel Gaitán. Reforzaron la lectura de Hugo Carrillo y les presentaron a Manuel José Arce. “Los faros del teatro en aquella época”, recuerda Margarita Kenefic.

 

En el salón de su casa, Margarita Kenefic hace un alto en la entrevista y va a buscar algo entre sus archivos. Regresa con el dibujo de un payaso pintado con acuarela y pide mirar a sus ojos –una mirada asustada y perdida–. Explica que fue pintada por El Monje, uno los líderes de la mara Salvatrucha, asentado en Ciudad del Sol.

 

Se le pregunta por el motivo que ella atribuye a que en un lugar tan violento, en unas condiciones tan precarias, lograra nacer y vivir un grupo de teatro en el que confluyeron tantos talentos.

 

—Yo parto de la convicción de que todos estos chicos eran personas de luz. Tú tienes una persona de luz sumergida en ese ambiente de violencia, y esa luz te puede hacer salir de eso. Todos tenían una gran ansia de expresión artística. Iqui Balam fue una fuente inspiradora, gente que no va a ningún lado y que, de repente, se les presenta la posibilidad de ser algo, de ingresar en espacios hasta ese momento prohibidos o inaccesibles.

 

Unos meses después de la vuelta de la gira por Alemania, en octubre de 2000, se celebró en Ciudad de Guatemala el Festival Octubre Azul, organizado por el poeta Javier Payeras, la artista Regina José Galindo y el pintor José Osorio, y varios de los miembros de Iqui Balam también llegaron a la zona 1. Para participar en el festival les propusieron preparar una comparsa. Y de repente se abrió un nuevo mundo, también desconocido para ellos: el circo.

 

—Nos vinieron a dar un taller de zancos. Llegue ahí y mi vida cambió. Encontré la comedia y la fiesta. Pero la fiesta carnavalesca, la comparsa, los zancos, los tambores…, y me sentí más identificado. Yo respeto el drama pero lo que me gusta es hacer reír a la gente, regalar sonrisas –recuerda Fredy Turcios, Maskota, el clown, quien en 1998 se integró en Iqui Balam y a quien también alejó del mundo de la violencia en el que llevaba metido varios años.

 

La encargada de preparar el espectáculo para los jóvenes fue Julia Escobar, una colombiana que en aquel momento trabajaba en el proyecto Barrio Comparsa, en Medellín, apoyando a través de actividades circenses a muchachos colombianos de escasos recursos que, en el contexto de la guerra contra el narcotráfico, se encontraban en una encrucijada similar a la guatemalteca. En un encuentro mundial de juventud, técnicos de la GIZ pidieron a Barrio Comparsa apoyo para el trabajo de prevención de la violencia juvenil en Guatemala.

 

Cristian Bedoya, director técnico del grupo, se trasladó a Guatemala y unos meses más tarde llegó Julia, joven y entusiasta, justo en el momento en que se estaba organizando el Festival Octubre Azul. Al enterarse de éste, Julia propuso a los organizadores preparar una comparsa con los jóvenes de Nuevos Caminos

 

—Y me dijeron: Hay varios que pertenecen a pandillas. Y hay dos grupos especiales, que son Alfa y Omega e Iqui Balam. Ahí estaba Fu, estaba Saulo, estaba Walter (Bautista), que llegaba de vez en cuando y estaba Maskota –recuerda Julia, casi 20 años más tarde, desde su casa particular, que está sirviendo de sede de Caja Lúdica en un traslado de la organización. A pesar de tener un día ajetreado, a Julia no se le quita la sonrisa de los labios y las palabras de dulzura para referirse al grupo de teatro.

 

Después de esta primera comparsa, Julia se dedicó a recorrer cada uno de los barrios a los que pertenecían los jóvenes de Nuevos Caminos: lo de Bran, la Laguneta, San Pedro Ayampuc, Ciudad Quetzal y el Alioto. De este primer viaje al asentamiento de Villa Nueva Julia recuerda el momento en que entró a la humilde champa acomodada como sala de ensayos y vio actuar por primera vez a Iqui Balam: “Me impresionó la calidad, pero sobre todo la energía, la fuerza. Decía: pero, ¿qué es esto? De tanta sinceridad que transmitían”. Fue el momento de la epifanía. Julia Escobar se trasladó a Guatemala junto a Dorian Bedoya y montaron el colectivo Caja Lúdica, que lleva 15 años trabajando con la concepción del arte como herramienta de transformación personal y comunitaria. Entre los primeros jóvenes que formaron parte de Caja Lúdica se encontraban varios de los miembros de Iqui Balam. Entre ellos estaba Maskota, que en aquel momento tenía unos 16 años: “Llegaba muy lastimado interiormente, pero era muy disciplinado y se acercó desde el principio a Pancho Toralla (el clown Panchorizo) y se metió en el circo”, explica Julia. También estaba Fu, que “en aquel momento consumía, grueso, pero resultó ser un poeta y un actor maravilloso y payaso muy bueno”. Saulo González, el Señor Estilos, que se desarrolló como grafitero; Walter Bautista, Chorros, que se desarrolló como b-boy. “Y Álvaro, que le decían Chispita, que se convirtió en músico. Ángel estaba muy pequeñito todavía, tendría unos 14 años, era una cosa linda, chiquita, era pequeñito. Él apenas había comenzado en esto pero la potencia del hombre era hermosa”.

 

—Eran fuertes y pesados, eran una belleza esos muchachos. La parte más fuerte, a nivel de riesgo escénico y riesgo de propuesta a nivel circense, la tuvimos con ellos –agrega Escobar. Sus recuerdos del grupo están llenos de imágenes, de risas y lágrimas. Pero, sobre todo, de Fu. En un momento de la entrevista busca entre los documentos de su computadora y comienza a leer, con su dulce cadencia colombiana, un texto que escribió sobre Manuel Orozco en 2009, después de su asesinato.

 

“…En Manuel brotó un artista genuino, un actor profesional, sincero, un clown que era capaz de cautivar a las y los niños, a los jóvenes, un poeta que le escribía y cantaba versos a la vida, a la imaginación, a su propia y difícil realidad” (…) “Pero la cotidianidad de su barrio seguía acaparando la atención de los jóvenes en otro tipo de emociones. Las juergas en las esquinas, el aroma a la piedra, a la marihuana, el licor y el fácil acceso a las armas, facilitaba que crecieran corrillos de jóvenes que se iban vinculando a las pandillas y muchos de estos heredaron la rabia y el resentimiento de sus hermanos, amigos y de su cruda realidad y no perdonaron a ‘Fu’ su pasado”.

 

 

Los chompipes de la fiesta: El inicio de la desintegración

 

A partir del año 2000, Iqui Balam comenzó también a recibir un sinfín de llamadas de diferentes organizaciones que solicitaban su colaboración técnica para organizar y desarrollar eventos y talleres. Durante este tiempo colaboraron para la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODAGH), los Jóvenes por la Paz y la Democracia, Unicef, el Fondo de la ONU para la Educación, el Festival del Centro Histórico, el Ministerio de Salud, el de Educación y la Procuraduría de Derechos Humanos, entre otros.

 

A partir de 2001 además, y hasta 2003, el grupo colaboró con un proyecto de Unicef donde diez de ellos fueron contratados para impartir talleres en Quiché, Chiquimula, Huehuetenango, Zacapa e Izabal. Fue, además, el inicio de una larga colaboración a través de varios proyectos con el Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH), dirigido entonces por Frank Larue, y de un esfuerzo que se prolongó de forma interrumpida hasta un último intento, de 2007 a 2009, para crear una Casa de la Juventud como aquellas que vieron en Alemania.

 

El dinero empezó a entrar a Iqui Balam, y el grupo, poco a poco, se empezó a destruir. Sus reuniones se convirtieron en un espacio para concretar fechas, elaborar informes y hablar de finanzas. Las organizaciones solicitaban el apoyo de Iqui Balam, pero sólo contrataban a ocho o diez de los 40 jóvenes que integraban el grupo. Al principio, los que cobraban comenzaron a pagar los pasajes de los que no cobraban, pero poco a poco, las reglas eran más estrictas y el dinero empezó a cobrar más importancia para ellos.

 

—Nos quisieron convertir en una organización de jóvenes y ahí empezó el declive de Iqui Balam. En las reuniones se pasó de contar lo que te había pasado: me pasa esto, me siento así, a discusiones como tenemos que hacer un informe para no sé quién, y otro para no sé quién, y esto y lo otro. Yo sabía que no iba a funcionar. Y, en efecto, no funcionó. Si no ahorita Iqui Balam debería tener un edificio y grupos por todo el país –dice Ángel Cañas, quien en 2004 se desvinculó del grupo y comenzó, por su cuenta, a impulsar el colectivo de rap Aliotos Lokos, considerado uno de los precursores del hip hop en Guatemala.

—Lo malo de esto es que éramos un montón de patojos mocosos que nunca habíamos visto pisto y no estábamos acostumbrados a esta parte, y cuando lo tuvimos nos durmió y nos cegó completamente –explica Erik Gálvez, Spanki, quien en 2005 dejó el asentamiento y en 2006 se unió a Teatro Andamio Raro, donde trabajó hasta 2012.

—Yo trato de hacer el análisis de hasta dónde nos ayudaron y hasta dónde nos utilizaron las organizaciones. Para gestionar fondos, para pedir fondos, para sus proyectos. Tal vez no fue una utilización, pero yo en algún momento lo sentí así, como una utilización. Había una frase que nos decían, que parecíamos los chompipes de la fiesta, que nos llevaban para aquí, para allá –reflexiona Jennifer, que al terminar el proyecto con Unicef comenzó a trabajar dentro de la Asociación de Mujeres en Solidaridad.

 

La entrada de dinero al grupo hizo que comenzaran los problemas con Miguel Gaitán. El joven y entusiasta director de teatro que había comprado su lote en el asentamiento y cedido la mayor parte del terreno para la sala de ensayos, quien había dedicado las tardes de los últimos años de su vida a ayudar a estos jóvenes a salir de la violencia, quien había lidiado con las pandillas, quien había recibido amenazas de muerte, no pudo gestionar los recursos que entraron a través de la cooperación.

 

Según algunos, los problemas de Gaitán se derivaron de la mala gestión de los recursos, y según otros de la apropiación indebida de los fondos de un proyecto. Fue entonces cuando, tras una confrontación con miembros de Iqui Balam en una tarde de ensayo, Miguel Gaitán abandonó el grupo y se alejó para siempre del Alioto. A través de cada una de las personas entrevistadas se intentó contactar con Gaitán, pero no fue posible. Las últimas pistas lo ubicaban trabajando para el programa Escuelas Seguras, pero hace unos meses fue cerrado por el Gobierno. También se indicó que trabajaba en El Mezquital, en el colegio cristiano Fe y Alegría, donde tampoco fue posible encontrarlo; o en Villa Canales, dando clases de teatro a otro grupo de jóvenes, quién sabe si iniciando un nuevo Iqui Balam. Gaitán regaló su casa a Eber, el Muletas, y se alejó de todos los que habían sido sus discípulos.

 

Pocos de los miembros del grupo que se desligaron de las pandillas pudieron permanecer en el Alioto. Las amenazas de muerte, los asesinatos de familiares, los intentos de homicidio hicieron que muchos de ellos tuvieran que abandonar el asentamiento. Fue entonces cuando la red de apoyo, creada por artistas y organizaciones, comenzó a proteger a estos jóvenes. Maskota fue apoyado por un artista de la capital para salir del Alioto, después de que lanzaran una granada en su casa, y más tarde por Caja Lúdica para viajar a España a estudiar circo. Spanki, quien inició sin éxito la travesía por México para encontrar a su madre en Estados Unidos, se integró al regresar en colectivo de Wicho Pineda y se incorporó en Teatro Andamio Raro. Ángel, quien ya era conocido en el mundo del hip hop, también tuvo que abandonar el Alioto bajo amenazas de muerte. También salió Walter Bautista, y otros tantos jóvenes que lo único que deseaban era seguir viviendo su vida.

 

—Esta es una historia por un lado muy hermosa, pero también muy trágica. A nosotros nos protegió bastante, pero no a todos. Muchos de nuestros hermanos fueron asesinados. También por esa disputa de Iqui Balam, de porqué participan jóvenes de pandillas contrarias. Todo eso está relacionado con lo que ha sucedido después. Por eso el grupo se tuvo que desarticular. Muchos de nosotros salimos de la comunidad porque no podemos estar allá; yo no puedo vivir en Alioto, no es que no esté en la comunidad por decisión mía –explica Ángel Cañas.

 

 

La actualidad

 

Pedro Castillo perteneció a Iqui Balam desde sus inicios. Fue uno de los hermanos mayores, y siguió tratando de reunirlos después de su progresiva desintegración a partir de 2003. Alto, corpulento, con una mirada que parece que se le ha ido suavizando con el paso de los años, y un aspecto de padre de familia que dista mucho de la imagen que alguien pueda tener de un pandillero, Pedro, apodado Lukas, pasea por el Alioto mientras saluda a adolescentes, a hombres desde las ventanillas de los carros, a mujeres y adolescentes.

 

Lleva viviendo en el Alioto desde que se trasladó junto a su familia en 1996 hasta la actualidad. Ahora vive con su esposa, Karina López, a quien conoció hace 20 años en Iqui Balam, y dos hijos pequeños. Trabaja en la coordinadora de la Juventud de Villa Nueva, ubicada en la colonia Enriqueta, donde imparte talleres a los jóvenes y además representa el papel de Chepito en actuaciones clown. Al igual que los demás, atribuye seguir con vida a su incorporación a Iqui Balam.

 

—Al empezar con el grupo de teatro empiezo a desligarme de mis cuates. Aprendí las estrategias de Miguel: mientras tu mente está ocupada en cosas productivas deja de pensar en cosas improductivas. Él descubrió mi talento. El me descubrió. Antes de eso era un relax. Las persecuciones, las armas. Ahora estoy en contra de las armas. Me gusta más el arte, la vida, el color, la cosmovisión. A mí el teatro me lo ha dado todo. Yo me hubiera muerto, probablemente –explica Pedro, ya convertido en un hombre adulto.

 

Para poder quedarse, en aquellos tiempos convulsos en que muchos huyeron, Pedro se adhirió a una iglesia. Otros atribuyen su salvoconducto a la protección que le daba uno de sus hermanos, líder de una pandilla, que le permitió seguir involucrado tanto en el arte como en su comunidad, mientras lograba distanciarse de la pandilla. En 2005 fue uno de los protagonistas de un documental llamado Barrio, dirigido por Walter Cruz, con el colectivo La Camioneta. El documental, una tajada de la vida en el Alioto –pandillas, extorsiones, asesinatos, niños, madres abandonadas–, tenía como protagonista a Luis Escobedo, y como personajes a Pedro Castillo y a Manuel Orozco, Fu, con la música de Ángel Cañas, ya integrante de Bacteria Sound System y muchos de los demás niños que formaban parte de Iqui Balam como actores secundarios.

 

En 2006, con CALDH y la asistencia de HIVOS, Pedro Castillo hizo de militar en La ronda de la verdad, una obra de teatro que trataba sobre el conflicto armado y que escenificaron por todo el país. Además, Pedro fue el encargado de crear La Casa Joven Iqui Balam en 2007, un punto de encuentro para jóvenes para prevención de la violencia.

 

En un recorrido por el asentamiento hasta llegar a la que fue la sala de ensayos del grupo atraviesa un campo de fútbol reglamentario, que funciona como epicentro de las actividades del barrio. Las calles ya están asfaltadas y desde el inicio de la gestión del alcalde Edwin Escobar fueron instaladas cámaras de seguridad que alejaron, hasta cierto punto, los puntos de venta de droga. El campo está rodeado por decenas de puestos callejeros de venta de fruta y verdura, tiendas de electrodomésticos y bancos. A un lado del terreno de juego, junto a una pequeña cancha de baloncesto, un grupo de niños inhala pegamento. Pedro lamenta que eso suceda frente a la escuela de párvulos. Un poco más adelante está la escuela primaria, en el mismo lugar donde estuvo la primera escuela de láminas y maderas. En la puerta, una placa de la Organización de Mujeres en Solidaridad recuerda a los vecinos el primer apoyo que recibieron cuando solo eran un conjunto de champas sobre piso de barro. Más adelante se levanta el instituto de educación básica, para el que según cuentan cada alumno tuvo que llevar un block para poder inscribirse.  

 

Según una base de datos elaborda para el Pacto Hambre Cero sobre indicadores de pobreza por comunidad, el asentamiento Mario Alioto, de acuerdo con el censo de 2002, seguía siendo uno de los más pobres de Villa Nueva. Tenía un 34% de desnutrición crónica, la tasa más alta de las comunidades del municipio; una ocupación de 3,6 miembros por habitación, y solo un 35% de las casas disponía de un lugar exclusivo para cocinar. Aunque sea difícil acceder a cifras de violencia del asentamiento la percepción de los vecinos es que esta ha disminuido con respecto a la década de los 2000, pero Mario Alioto sigue siendo catalogado como una zona roja. Muchos padres impiden a sus hijos salir de sus casas y las calles siguen siendo un caldo de cultivo para las pandillas.

 

En unas calles más arriba de la entrada al asentamiento, en el límite entre el sector sur y el sector norte del Alioto, Castillo se detiene en la banqueta, abre los brazos y posa para la foto: “Aquí ensayábamos”, recuerda. Unos pasos más adelante, frente a una abarrotería, está su madre, doña Elvia o mama Elvia, la mujer que daba su casa para que los muchachos que ya se fueron ensayaran.

 

Spanki Gálvez acompaña la visita por el asentamiento. Llegó con una mezcla de nostalgia y con el objetivo de producir algún día un documental sobre Iqui Balam. Un par de calles más arriba de la esquina donde el grupo comenzó a ensayar cuando fueron expulsados de la escuela se topan con una casa de dos pisos de block pintada de rojo, una iglesia evangélica llamada Cristo Sana y Salva. Ambos la miran. Se sientan en la baqueta justo en frente de la iglesia: “Esta era la casa de ensayos de Iqui Balam. Aquí veníamos”, recuerda Castillo. Empiezan a rememorar. Cuando los pandilleros llegaban a buscar a alguno de los miembros del grupo para saldar cuentas pendientes, cuando llovía, cuando, al marcharse del Alioto, Gaitán donó el lote a Eber Hernández, el Muletas”. “Te acordás cuando vino ese pisado de James Olmos, con aquel cuate Ben Becket, que era su novio”. “No era su novio”. “Bien, era su novio”. 

 

 

Dramatis personae

 

Ángel Cañas

 

En 2003 Ángel Cañas también salió de Alioto y se concentró en su proyecto de rap Aliotos Lokos. Durante estos años, además, creó el movimiento Revolución Hip Hop, considerado el precursor del hip hop en Guatemala, que se reunía mensualmente para organizar diferentes actividades de break dance, rap y grafiti. En 2007, impulsó, junto otros artistas locales –DJ Fla-K, Básico 3–, el colectivo Bacteria Sound System, un entusiasta y bien consolidado movimiento de rap, reggae y dancehall. Bacteria Sound System ha grabado seis discos. El videoclip, la Virula, tiene actualmente más de 272.000 vistas en youtube. Ángel recibió además el curso de capacitador cultural de Caja Lúdica y siguió involucrado en el teatro. En 2006 dirigió la obra Enterremos la memoria y la obra, así como La danza de la vida, que integrantes de Iqui Balam representaron por toda Guatemala. En 2014 se realizó el montaje de la obra de teatro La Eskina, bajo la dirección de Kame (Ángel Cañas). 

 

 

Juan Manuel Orozco


Juan Manuel Orozco, Fu, hermano mayor de Ángel, fue uno de los principales líderes de Iqui Balam, uno de los hermanos mayores, uno de los principales talentos del grupo y uno de los que intentó con más fuerza salir del mundo de las pandillas. Fu era poeta, actor, payaso. Desde el inicio fue contratado por las organizaciones que llegaron al asentamiento, como AMES, y posteriormente GTZ, también por el PNUD. Colaboró con Teatro Andamio Raro, con Rayuela Teatro Independiente y Teatro Tierra. A pesar de sus esfuerzos por alejarse definitivamente de la pandilla, no le fue posible. Pese a que las amenazas eran cada vez eran más duras Fu se negó a abandonar su comunidad. En 2007 tuvo lugar el primer atentado. Fu recibió cinco disparos de un niño de 15 años que le dejaron en una silla de ruedas. En 2008 comenzó a trabajar en Escuelas Abiertas como tallerista, pero la pandilla seguía sin olvidarlo. El 5 de abril de 2009, mientras se encontraba con Walter y Saulo, dos jóvenes en una motocicleta le pegaron dos tiros en la cabeza, que le arrebataron la vida. En aquel momento se especuló con la conflictividad entre pandillas como móvil del asesinato, pero nunca se resolvió el crimen, ni llegó a un juzgado. 

 

 

Chuqui o el Señor Estilos

 

Saulo Fernando González Estrada fue un reconocido grafitero. Diseñaba y comerciaba una línea de ropa. Saulo, quien fue herido en el asesinato de Fu, y quien también se negó a abandonar el Alioto, fue uno de los más entusiastas en retomar el proyecto de Iqui Balam. Sin embargo, tampoco le perdonaron el haber abandonado la pandilla, y el 30 de mayo de 2009, en la celebración del aniversario de la muerte de un compañero del Alioto, lo mataron a él y a otros cinco compañeros. En aquel momento, Saulo también trabajaba como monitor dentro del programa Escuelas Abiertas. El crimen se encuentra en investigación. 

 

 

Spanki Gálvez

 

Salió del asentamiento en 2005 y tras un intento frustrado de llegar a Estados Unidos regresó al país. En 2006 se unió al colectivo Teatro Andamio Raro donde estuvo trabajando hasta 2012, participando en obras como Mota o Tierra. En 2012 se acercó de nuevo al colectivo La Camioneta y comenzó a grabar con la productora Emancipa Producciones los incidentes provocados a raíz de la reforma de normalista. En 2013 elaboró, junto a Ana María Escobar, el documental La propuesta impuesta sobre la reforma normalista, incluido en 2014 en el ciclo de cine Memoria, verdad y justicia.

 

 

Fredy Turcios

 

En 2003 Maskota se involucró en el colectivo Caja Lúdica y en 2004 logró con apoyo de esta organización viajar a España a estudiar circo, donde se graduó en la escuela de circo La Carampa de malabares y en Escuela Charivari de aéreos. Vivió en Barcelona, Berlín (Alemania), Toulouse (Francia) y Génova (Italia). Después de recorrer Europa, en Guatemala impulsó el colectivo Guatecirco con Panchorizo y Malandrus Circus. En la actualidad ofrece talleres de telas en la zona 1 y realiza actuaciones como clown para centros comerciales, comunidades y fiestas. 

 

 

Jennifer Cogoux

 

Jennifer Coguox tuvo su primer trabajo en una organización con 16 años, fue una de las primeras contratadas por la agencia de cooperación alemana como facilitadora. En el 2001, con 19 años, tuvo una hija con uno de los integrantes de Iqui Balam, a quien se llevaba mientras impartía los talleres junto a UNICEF por todo el país. Al terminar estos talleres, en el año 2003, fue contratada por la Organización de Mujeres en Solidaridad (AMES) y comenzó a estudiar antropología en la USAC. Durante los dos últimos años, mientras terminaba su licenciatura, trabajó en la Cruz Roja y ahora se desempeña en el proceso electoral dentro del Tribunal Supremo Electoral mientras elabora su tesis de licenciatura sobre el contexto de la juventud en el asentamiento Mario Alioto. 

 

 

Pedro Castillo

 

Pedro Castillo fue uno de los integrantes de Iqui Balam que permaneció en el Alioto. Dice que en 2007 colaboró en realización de un documental colombiano, pero no recuerda el nombre. Ese mismo año montó, junto a CALDH, una casa de la Juventud en Villa Nueva, la casa Iqui Balam, que permaneció abierta hasta 2009. Actualmente trabaja en la coordinadora de la juventud de la municipalidad de Villa Nueva municipio, ubicada en la colonia Enriqueta.

 

 

 

 

Este texto, con leves modificaciones, y el título de Iqui Balam. De la pandilla al arte, fue publicado originariamente en dos entregas en la web guatemalteca Plaza Pública.

 

 

 

 

Carolina Gamazo (Pamplona, 1985) es periodista desde 2007. Después de estudiar un postgrado en información internacional se trasladó a Ciudad de Guatemala, donde vive desde hace cuatro años. En el país centroamericano ha trabajado en dos periódicos nacionales y desde hace un año y medio en el medio digital Plaza Publica. Especializada en tema sociales y ambientales aunque le gusta escribir sobre casi todo. En FronteraD ha publicado Los niños que escapaban de los hogares refugio en Guatemala. En Twitter: @carolgamazo 

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