En medio de la escalada bélico-discursiva propuesta por el gobierno de Donald Trump el pueblo de la República Islámica de Irán le resta importancia y no cree que se llegue a la instancia de una guerra directa.
Este 23 de mayo drones no tripulados, enviados por fuerzas rebeldes yemeníes, atacaron instalaciones de Arabia Saudí, en lo que Estados Unidos considera un ataque iraní. Desde el Gobierno de Irán desconocen estas acciones y aseguran que son excusas generadas por Trump para avalar la escalada bélica y así sembrar más inestabilidad a la región.
El Golfo Pérsico se encuentra en estado de alerta, con la presencia del portaviones estadounidense Abraham Lincoln, aviones B 52 en las bases norteamericanas en Qatar y la Armada iraní, que ya advirtió que no permitirá el paso a quienes amenacen su seguridad.
En este contexto es en el que estamos recorriendo diferentes regiones del país de los persas.
Si uno cerrase los ojos y en la mente sólo tuviese la palabra Irán las imágenes que vendrían a nosotros seguramente serían de grupos terroristas, de locos fanatizados, de desiertos ocres con muertos a la orilla del camino. Imaginaríamos posiblemente a líderes religiosos con largas barbas pensando en el enriquecimiento de uranio para acceder a una bomba atómica. Sí, como las que poseen Estados Unidos, Rusia y Pakistán entre otros.
Si cierran los ojos e imaginan eso se debe a lo que las grandes cadenas de televisión, sumadas a las series y películas sobre Oriente Medio han dejado que fuera calando en nuestras mentes.
La posibilidad de que esta región entre en guerra es alta. No será la República Islámica de Irán la que finalmente desencadene el conflicto, nunca lo ha hecho.
Hasan, un vecino de la ciudad de Kerman, decía: “Si hay que ir a la guerra, iremos. No podemos evitarlo, pero mientras, seguiremos con nuestras vidas normalmente”. Así es como se ve en estos días en cada pueblo y ciudad del país.
Como suele pasar en el resto del mundo, el interior del país da la impresión de ser más conservador que Teherán, la capital. Los negros atuendos de las mujeres parecen transformarlas en sombras que se pierden por las callejuelas de los barrios de adobe. El calor agobia y no entiendo cómo pueden andar como si nada bajo el fulgor del sol.
Estamos en Ramadán, mes sagrado de los musulmanes. Durante estos días el ayuno es obligatorio, sólo pueden comer algo al caer el sol. Las mezquitas se colman de fieles durante los momentos del rezo, y en plazas y espacios públicos se rinde homenaje a los mártires de la guerra entre Irán e Irak.
La tranquilidad que se siente en las calles me recuerda a las siestas de los pueblos del interior de la Argentina. El ritmo es lento. Claro que con el calor que nos envuelve es difícil que triunfe el ajetreo. La gente nos trata con una amabilidad inusual para nosotros, quieren saber de dónde venimos y muchas veces hasta nos agradecen haber venido pese a la mala prensa para que podamos conocer con nuestros ojos la realidad iraní.
En las rutas cercanas a Shiraz, nos cruzamos con camiones que transportan carros de combate hacia el Golfo Pérsico, a poco más de doscientos kilómetros de distancia. Eso y una cantidad llamativa de presencia militar en Yazd es lo único que nos recuerda la proximidad de un conflicto armado.
Las noticias de algunos medios internacionales, sobre todo los cercanos a los gobiernos de Estados Unidos e Israel, dan la impresión de estar deseosos de que por fin estalle la guerra. Mientras recorro los antiguos bazares, las plazas y las calles de estas ciudades no puedo dejar de recordar las imágenes de estos mismos lugares, pero en Homs y Damasco, donde estuve en enero pasado y hoy son sólo ruinas.
El mundo no sólo está en manos de un loco de armas tomar, sino de grandes corporaciones de empresas armamentísticas que hacen del drama ajeno su esencia y razón de ser.