Viendo y escuchando el otro día a Irene Montero, vi y escuché, como me ocurre siempre, a Pablo Iglesias. Lo asombroso de la identificación empezó a inquietarme. ¿Es posible (me preguntaba) que ambas formas de expresarse sean absolutamente idénticas? En un principio quise aducir como razón del fenómeno el amor. Un amor tan incondicional y profundo entre los dos politicos podemitas cuyos efectos producirían la reproducción exacta de los pensamientos, el comportamiento y la forma de comunicarlos. Pero no mucho después me desdije, pues no puede ser sólo un amor extraordinario el productor de semejante despliegue imitativo. A este emocionante proceso natural (yo cada vez que veo a Irene veo también a las tortuguitas recién nacidas avanzando por la playa en dirección al mar), ha de precederle una obsesión que aún se encuentra en el capullo, una obsesión juvenil que aún no ha florecido, como los primeros cuentos de Truman Capote de los cuáles decían que eran copias notables del estilo de Willa Cather. Yo no sé si Irene Montero (si vamos a suponer que existe Irene Montero) llegará a ser un día como Truman Capote, es decir: Irene Montero. Pero creo que me estoy equivocando al intentar racionalizar este prodigio de la emulación cuando puede que provenga simplemente de la doctrina, una doctrina científica y experimental, e Irene sea el individuo más conseguido de nuestra Ingolstadt creado por el líder para multiplicarse y amarse libremente a sí mismo.