Mendigo yo, digo que
A sabiendas de que las que gritan son mis vísceras
Conozco la necedad y conozco a los hombres que
Atados con la corbata al suelo
tienen tanto miedo al abismo
que paradójicamente se precipitan.
Pasan y oigo el rugir de mis tripas silenciado por sus penosas vidas,
Y entonces me digo quién de celebrar cada una de sus muertes
Como el presagio de un epitafio lleno de saliva que es la mía.