En la película El padre, de Fatih Akin, hay una imagen que me recuerda la situación actual que se vive en Italia desde que inició la llamada crisis de la migración. En un campo de refugiados armenios un hombre sostiene en los brazos a una mujer que agoniza durante una larga noche. Con el nacer del día la mujer muere. La piedad que componen ese hombre y esa mujer solos y abandonados en medio de un lugar de dolor y desolación encierra la tragedia de uno de los momentos más negros de nuestra historia: el genocidio armenio. Entonces la piedad de los hombres dio la espalda a quienes padecían una terrible persecución. La sigue dando ahora. Los campos de refugiados ahora están en Italia, país donde vivo desde hace dieciséis años. Ya no son una crónica de una guerra lejana ni una imagen que araña la conciencia. En este momento, en este país, migrantes y refugiados forman parte de nuestra cotidianidad, de una cotidianidad de emergencia. Se han convertido en los vecinos que saludamos o esquivamos cada mañana cuando nos piden limosna mientras vamos al trabajo. Duermen en los bonitos parques de nuestras ciudades, estropean el paisaje de nuestras playas en verano, ocupan los asientos del tren en el que no nos podemos sentar. Ante la situación de callejón sin salida que vive este país resulta inevitable preguntarse qué hace Europa y el mundo para evitar el sufrimiento de quienes nacieron en un lugar equivocado.
Italia limita al sur con la continua llegada de migrantes que quieren alcanzar el norte de Europa, y al norte con las leyes que les impiden alcanzar su destino. El que en principio debería de ser un país de tránsito se ha convertido en una trampa para quienes no quieren quedarse aquí. Hay quien califica este fenómeno migratorio como el suceso más desestabilizador desde el punto de vista social y político que ha afrontado Italia después del terrorismo de los años de plomo. Según Curzio Maltese, periodista y europarlamentario de la lista L’Altra Europa con Tsipras, la política ha desaparecido en lo que se refiere al actual problema de la inmigración en Italia. A falta de la intervención del Estado el problema está en manos de sentimientos o resentimientos que, como señala el papa Francisco, proponen soluciones sanguinarias como repatriar a la gente en masa o devolverlos al mar, provocando la muerte de cientos de miles de hombres, mujeres y niños.
La Italia que recibe el éxodo migratorio está dividida. Son numerosos los centros que dan acogida a migrantes económicos y refugiados, la mayoría de ellos de carácter religioso o gestionados por cooperativas sociales y organizaciones no gubernamentales. Pero está también quien ha visto la inmigración como una posibilidad de negocio y no ha tenido escrúpulos para atribuirse contratas ilegales ni para malversar fondos públicos cebándose en la desgracia ajena, como han demostrado los casos de corrupción de Mafia Capitale. “Se gana más con los migrantes que con la droga”, declaró en un programa de televisión el periodista Gad Lerner. Y hay quien piensa que lo mejor que se puede hacer con los campos de refugiados es arrasarlos con excavadoras y sin miramientos. De esta manera los migrantes dejarían de venir y de crear los problemas que desestabilizan aún más la precaria economía del país. Es el caso de Matteo Salvini, diputado de la Liga Norte, político populista, famoso por sus exabruptos contra cualquier tipo de inmigración, incluida la de los italianos del sur, y por lucir camisetas con eslóganes como stop invasión, excavadoras en acción o más rum y menos rom, refiriéndose a la etnia gitana.
Botón de muestra de esta solución final propuesta por Matteo Salvini y otros políticos italianos que secundan sus ideas fue la demolición en 2014 del poblado Ponte Mammolo en la periferia de Roma. De la noche a la mañana 200 personas, principalmente gitanos de etnia romaní, bengalíes y africanos, muchos de ellos refugiados políticos, acabaron en un aparcamiento donde pasaron más de un mes con un caño maltrecho como único suministro de agua. Cuando el Papa visitó el poblado para rezar con los suramericanos presentes no podía imaginar que, en este lugar por donde la leyenda dice que pasó Aníbal, algunos meses después iba a ser la policía y las excavadoras quienes redujeran todo a escombros y que la noticia terminaría en The New York Times.
Para comprender la compleja situación que vive Italia con la migración es necesario distinguir entre migrantes económicos, refugiados y solicitantes de asilo. Términos que en ocasiones se confunden creando malentendidos. Según ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), “los migrantes económicos eligen trasladarse no a causa de una amenaza directa de persecución o muerte, sino principalmente para mejorar sus vidas al encontrar trabajo o educación, por reunificación familiar, o por otras razones. A diferencia de los refugiados, quienes no pueden volver a su país, los migrantes continúan recibiendo la protección de su gobierno”. La misma organización define a los refugiados como “personas que huyen de conflictos armados o persecución. Con frecuencia, su situación es tan peligrosa e intolerable que deben cruzar fronteras internacionales para buscar seguridad en los países cercanos y, entonces, convertirse en refugiados reconocidos internacionalmente, con acceso a la asistencia de los Estados, el ACNUR y otras organizaciones. Son reconocidos como tales, precisamente porque es muy peligroso para ellos volver a su país y necesitan asilo en algún otro lugar. Para estas personas, la denegación del asilo tiene potencialmente consecuencias mortales”. El solicitante de asilo viene definido por ACNUR como “quien pide el reconocimiento de la condición de refugiado y cuya solicitud todavía no ha sido evaluada en forma definitiva”.
Fue en el teatro la primera vez que tomé realmente conciencia de un problema que se ha acabado convirtiendo en cotidiano para quienes vivimos en Italia. Pepe Henríquez, periodista, escritor y crítico teatral fallecido el año pasado, me animó a ir a ver La nave fantasma en un barrio de la periferia de Milán cuando yo era corresponsal en Italia para la revista de teatro Primer Acto. El montaje, resultado de una minuciosa investigación llevada a cabo por el periodista de La Repubblica Giovanni Maria Bellu, contaba la fatal odisea de los 283 inmigrantes que acabaron en el fondo del mar cuando en diciembre de 1996 naufragó la nave que los transportaba a Italia desde India, Pakistán y Sri Lanka. Fue, hasta aquel momento, la mayor tragedia naval del Mediterráneo desde la Segunda Guerra Mundial. Pero todavía tenía que llegar el naufragio de octubre de 2013 en el que perdieron la vida en el Canal de Sicilia 368 refugiados y el de abril de 2015 en el que murieron más de 800 personas mientras intentaban llegar a Italia. En este caso no se llegó a saber nunca el número exacto de víctimas porque el país no pudo afrontar los costes de las operaciones para recuperar a todos los que perdieron la vida.
Según datos de ACNUR en Italia en lo que va de año 3.167 migrantes han perdido la vida en el mar cuando intentaban alcanzar las costas italianas. Han conseguido desembarcar en el país 105.628 personas (datos recogidos a 29 de agosto de 2016) principalmente provenientes de Nigeria, Gambia, Somalia, Guinea y Costa de Marfil. Aunque la cifra ha disminuido respecto a 2015 sigue siendo muy elevada. Según datos del Consiglio Italiano per i rifugiati del Ministero dell’Interno, Italia es el segundo país de Europa, después de Alemania, en cuanto a solicitudes de asilo político. En 2016 se han presentado 40.512, un 58 % más que el año pasado por estas mismas fechas. Las comisiones de asilo han examinado este año 40.699 solicitudes de protección: el estatus de refugiado se ha concedido al 4 %, la protección subsidiaria al 13 %, la humanitaria al 18 %.
En Italia se ha creado un sistema de distribución de migrantes y refugiados por regiones según el número de habitantes y al nivel de vida de cada una de ellas. Las regiones que reciben el número mayor de migrantes son Sicilia, Lombardía y Veneto. No todas las regiones los aceptan de igual manera. En Treviso (Veneto), región gobernada por la Lega Nord, en julio los vecinos de un barrio decidieron dormir en un prado para no contaminarse con los jóvenes africanos, mientras que los militantes de Forza Nuova optaron por incendiar un almacén con muebles destinados a las viviendas de los refugiados. Todo “por amor a la patria que hay que liberar de la invasión de los extranjeros para restituírsela a los italianos”. Siguen siendo muchos los italianos que, influidos por las noticias que difunden las cadenas de televisión más alarmistas (las de Mediaset, propiedad de Silvio Berlusconi), prefieren pensar que con la inmigración ha aumentado la delincuencia. Sin embargo las estadísticas señalan que en Italia la mayor parte de los actos delictivos los siguen cometiendo los italianos.
En contraposición, hay quien trabaja con un rigor encomiable. Desde octubre de 2013 hasta hoy el ayuntamiento de Milán, con la ayuda de asociaciones y cooperativas, ha garantizado asistencia a cerca de 54.000 personas, de los cuales 14.000 eran niños, sobre todo sirios. Un esfuerzo ímprobo si se tiene en cuenta que se ha llevado a cabo únicamente con los recursos de la región, sin contar con la coordinación nacional para organizar el constante flujo de personas que llegan desde los puertos del sur del país. En Roma y Milán las peticiones de asilo son tantas que los solicitantes se ven obligados a presentarse todas las mañanas en los centros de acogida durante meses para no perder el turno en la lista de espera. Mientras tanto duermen en las estaciones o donde se tercie.
La fisonomía de las ciudades italianas ha cambiado desde que comenzó la crisis migratoria. Los mendigos que antes eran en su mayoría italianos y luego pasaron a ser inmigrantes del este de Europa ahora son casi siempre africanos en edad de trabajar que extienden la mano en las puertas de muchas tiendas. En casi todas las ciudades se improvisan centros de acogida en recintos feriales, gimnasios o locales anexos a las parroquias. En ocasiones los migrantes son hospedados en hoteles vacíos con la consiguiente queja de quienes piensan que van a pasar unas vacaciones pagados con el dinero de los contribuyentes. En las grandes ciudades muchos se acaban instalando en las estaciones ferroviarias en deplorables condiciones higiénicas. El verano pasado en Milán hubo una alerta por un brote de tiña entre los migrantes que duermen entre desperdicios y basura. Una delegación de concejales y europarlamentarios del M5S (el Movimento 5 Stelle, liderado por Beppe Grillo) realizó una inspección en esta estación para constatar que la situación que viven allí los migrantes no es de emergencia, sino ordinaria. Propusieron que se destinaran fondos para agilizar los trámites necesarios para obtener el estatus de refugiado. Actualmente el Estado italiano tarda dos años en concederla.
En Capalbio (Toscana) al inicio de agosto los habitantes protestaron enérgicamente cuando les dijeron que tenían que alojar a los cincuenta refugiados que les correspondían, según la distribución por regiones. El alcalde de esta localidad turística, considerada como la capital de la izquierda radical chic por el número de intelectuales que veranean en ella, alegó que los refugiados no quedaban bien en un sitio tan fino, tachonado de villas de lujo con jardín. En Génova (ciudad donde vivo) convivir con los refugiados forma parte de la normalidad, aunque no quiere decir que todos los acepten de buena gana. Cuando en 2015 se produjo el naufragio en el que murieron más de 800 personas una alumna de la Facultad de Idiomas me contó que mientras esperaba el autobús le había dicho una señora que los cadáveres iban a contaminar el mar más de lo que ya está. Los trenes que comunican la capital de Liguria con las playas recuerdan los autobuses en Estados Unidos a principios del siglo pasado, pero al contrario. Llama la atención ver a los negros cómodamente sentados mientras los blancos se quedan de pie junto a la puerta. No se debe a la amabilidad de los ligures, sino a que hay quien prefiere quedarse de pie que aguantar el supuesto olor de un negro después de una jornada de trabajo.
Junto a la facultad donde doy clases han instalado un albergue que acoge a los refugiados para dormir. Durante el día deambulan por la ciudad, piden limosna y algunos incluso entran en las aulas para guarecerse del frío. Como consecuencia de este hecho en el aulario han instalado una reja. No puedo evitar ver un nuevo muro alzado. Muros y fronteras, como en Ventimiglia, donde llegan los migrantes con la idea de pasar a Francia. Desde el año pasado por estas mismas fechas se han visto obligados a recorrer los espacios más inhóspitos de la localidad en busca de un lugar donde les dejen acampar mientras esperan poder pasar la frontera. Como peones del ajedrez han ido pasando de la escollera a los puentes, después ocuparon la autopista. Este verano pasado la Cruz Roja ha organizado un centro de tránsito ideado para permanencias breves. Con capacidad para 360 personas las carpas levantadas al efecto han logrado acoger a más del doble, pero muchos migrantes siguen durmiendo en la calle en condiciones más que precarias. Durante el día deambulan como fantasmas bajo la mirada de vecinos y comerciantes que se quejan de una situación que en su opinión perjudica al turismo.
Tras las protestas de los refugiados por sus condiciones de vida en la ciudad y los enfrentamientos que se han producido con la policía, el gobierno optó por volver a enviar a parte de ellos a los centros de acogida de Sicilia, Puglia y Cerdeña. Los migrantes están dispuestos a hacer cualquier cosa para evitar volver al punto de partida de su odisea. Algunos consiguen llegar nadando a Francia, donde las patrullas se movilizan inmediatamente para bloquear a los invasores. Otros tratan de alcanzar su objetivo recorriendo las vías del tren. No lo pueden hacer subidos en ellos porque la policía se lo impide. “Morirán de hambre, de calor. No tienen nada que perder. El alma la tienen ya muerta”, declaró a las cámaras de la RAI (Radiotelevisione Italiana) una voluntaria árabe de la Cruz Roja refiriéndose a los migrantes que viven en la escollera.
Esta primavera Austria amenazó con alzar una barrera en el Paso del Brennero (como ya ha hecho países de la ruta balcánica: Eslovenia, Croacia y Macedonia) si Italia seguía permitiendo que los refugiados atravesasen indiscriminadamente la frontera del sur del Tirol. El ministro del Interior, Angelino Alfano, convenció a su homólogo austriaco, Wolfgang Sobotka: “Somos serios y controlamos a las personas antes de la frontera”.
Según un estudio elaborado en la Universidad de Berkeley, desde la caída del muro de Berlín se han construido treinta y cuatro nuevos muros. Cuarenta y cinco son lo que dividen pueblos y naciones y nadie parece querer abatirlos. Muchos de estos muros están en Europa, como la verja que construyó España en Melilla. El mundo rico se protege del pobre. El Papa quiso poner la cuestión de la acogida en el centro de la bula El rostro de la misericordia, con la que convocó el Año Jubilar: “Redescubramos las obras de misericordia, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero (…)”. Pero parte de los italianos piensa que las palabras del Papa no le hacen ningún bien a la difícil situación que atraviesa el país porque amplían el denominado efecto llamada. También la intervención de la iglesia católica es criticada, al considerarla insuficiente porque, a fin de cuentas, quien acaba pagando los gastos de la acogida es el Estado. Las estadísticas señalan que de los fondos recaudados a través del Otto x mille (el porcentaje del impuesto de la renta que va a la iglesia o al Estado), la iglesia católica destina solo el 20 % a obras de caridad, mientras la iglesia evangélica dedica el 100 % del dinero recabado a la ayuda social.
Frente al aumento de llegadas de migrantes a Grecia, Italia y Hungría en 2015, la Unión Europea ideó hace poco más de un año el sistema de recolocación pidiendo la colaboración de los estados miembros. Se pretendía responder a las quejas dirigidas a las instituciones europeas y evitar situaciones como las que se producían en Italia, que hacía la vista gorda dejando pasar las fronteras internas de la Unión a quienes querían pedir asilo en otro país. Era la respuesta al Tratado de Dublín, que preveía que el extranjero solicitara asilo en el primer país al que llegaba. En julio de este año solo se habían reubicado 3.056 solicitantes de asilo. Se han puesto a disposición tan solo 9.119 plazas para acoger a los refugiados. El sistema de recolocación prevé el traslado a otros países de personas que por su nacionalidad presentan mayor necesidad de protección. Entre estos países se encuentran Siria, Eritrea y República Centroafricana.
Hasta julio de este año solo 843 solicitantes de protección internacional llegados a Italia han conseguido ser recolocados en otros países. Esto se debe a que en lo que va de año apenas han llegado sirios porque prefieren la ruta balcánica antes que hacer la travesía por mar desde Libia. La mayoría de los eritreos que llegan a Italia prefieren no ser identificados, ya que quieren solicitar asilo en otro país europeo. Otros no aceptan la recolocación porque no se les dice a qué país serán enviados. El resultado de la recolocación son personas tratadas como mercancías a las que se les traslada de un lado a otro sin saber a dónde van. Con la diferencia de que para las mercancías existe la libre circulación y para las personas no.
Hoy en Italia los migrantes en las estructuras de acogida son alrededor de 113.00, aunque las cifras fluctúan según las fuentes. Walter Bielli, responsable del Centro di accoglienza per minori non accompagnati Samarcanda de Génova, me cuenta su teoría sobre el distinto modo que tienen las regiones de enfrentarse a los migrantes. “La integración tiene que ver con la geografía. En las zonas montañosas donde no hay mar el miedo al extranjero es mayor porque antaño cuando llegaban los invasores no conseguían verlos hasta que los tenían encima. En Liguria, por ejemplo, con el mar delante de las narices, tenían todo el tiempo para protegerse. Actualmente en determinadas regiones se vive la llegada de los refugiados como una amenaza, como antes sucedía cuando les atacaban los bárbaros. Piensan que los refugiados vienen a destruirles las iglesias para construir mezquitas. Génova es una ciudad más hospitalaria, como Turín, también porque tiene tradición en este sentido. Acogió a la inmigración del sur del país de los años 50 del siglo pasado. Ahora, después de más de 50 años, se han integrado perfectamente. Esto en algunas regiones situadas en el norte del país no ha sucedido nunca. La paradoja es que cuando estas personas se integran en la industria, agricultura, en la construcción, se descubren estupendos trabajadores, entre otras cosas porque son muy susceptibles al chantaje. Aceptan peores horarios y condiciones de trabajo que los italianos. No se pueden permitir perder el puesto. En Treviso (Veneto) la mayoría de los trabajadores de las grandes fábricas es de color, vienen de Burkina-Faso, de Nigeria. Si uno lee los periódicos piensa que en Veneto no hay inmigrantes porque no los quiere. En realidad hay el doble que en Liguria”.
Este genovés, extrañamente comunicativo teniendo en cuenta el carácter de los ligures, bromea enseñándome las espléndidas vistas sobre el puerto de Génova del centro para menores que dirige. “Muchos italianos sin casa y mira qué vistas tienen desde aquí los refugiados”. En su opinión “haría falta una especie de plan Marshall para ayudar a estas personas en sus propios países. Invertir allí el dinero que usamos para ayudarlos aquí. Crear industria para que puedan salir adelante”. Desengañado, comenta su falta de confianza en la resolución del problema: “las noticias sobre los inmigrantes que mueren en el mar deja a la gente fría. Son cifras que no conmueven a nadie. Basta observar que en los programas de cotilleo de la televisión pueden hablar meses y hasta años de una sola víctima de un suceso, de una única persona (con todo el respeto hacia ella), mientras que cientos de muertos en el mar son una noticia efímera. Los migrantes muertos no venden”.
De esta realidad es también consciente Gianfranco Rosi, director del documental Fuocoammare, premiado este año con el Oso de Oro en el Festival de Berlín. El director juzga perezosa la mirada de Occidente hacia lo que está sucediendo. Pero la película, que cuenta los desembarcos en la isla de Lampedusa, está dedicada a sus habitantes. “Un pueblo de pescadores que acoge todo lo que viene del mar. Esta es una lección que tenemos que aprender”.
Escribo estas líneas el día de los funerales de Estado de las víctimas del terremoto que ha afectado las regiones de Umbría, Marche y Lazio. La opinión pública ensalza continuamente la solidaridad de los italianos ante la adversidad (aunque hasta el momento no he visto en la prensa ni oído en la televisión ninguna noticia que hable de la ayuda que también están prestando a los refugiados). Ha sucedido también en los momentos inmediatamente posteriores a los peores naufragios de Lampedusa. La dificultad para este pueblo, y para cualquier pueblo, es mantener el mismo nivel de atención cuando la emergencia se convierte en situación ordinaria.
La odisea de los menores
Los actores del montaje Odissea dei ragazzi se comen una pizza en la playa unos días antes del estreno. Se sientan de espaldas al mar. Cuando les invitan a darse la vuelta, porque así el panorama es más bonito, su respuesta es que para ellos el mar es feo y prefieren no mirarlo. Con los malos recuerdos del mar a la espalda, la nostalgia de la familia y del país que han tenido que abandonar, un grupo de jóvenes migrantes y refugiados se embarcó en 2011 en el proyecto Trilogia degli stranieri, dirigido por Laura Sicignano, responsable de la Compañía de Teatro Cargo de Génova. El proyecto actualmente está compuesto por cuatro montajes: Odissea dei ragazzi (2012), Bianco&Nero (2013), Compleanno Afghano (2014) e Vivo in una giungla, dormo sulle spine (2015). A través del teatro estos jóvenes de edades comprendidas entre los dieciséis y los veinticinco años han conseguido mejorar su autoestima y la confianza en sí mismos. Han aprendido a valorar sus propias capacidades y también a controlar la agresividad, cuenta la directora. “Están acostumbrados a no ser nada, a no contar nada para nadie. Emanan testosterona que no saben cómo dirigir. El teatro les proporciona reglas. Ellos lo comparan al fútbol, pero sin gimnasia. El trabajo les ha servido para transformar la agresividad en energía positiva, creativa y no destructiva. Para los más tímidos, acomplejados y deprimidos, ha supuesto una inyección de adrenalina. No podían estar deprimidos, tenían que seguir adelante, actuar. Es sin duda terapéutico para ellos. El hecho de verse en las fotos, en los vídeos, les hace sentirse fuertes, importantes sin llegar a creérselo. Parten de un nivel tan bajo de autoestima que el teatro les ayuda a sentirse personas. Han madurado, su carácter se ha definido en este proceso, se han hecho hombres también a través del teatro”.
Los actores provienen en su mayoría del Centro di accoglienza per minori non accompagnati Samarcanda de Génova, que acoge a jóvenes de la República Centroafricana, África del norte, Albania, Siria, Paquistán, Afganistán, Nigeria… El responsable de esta institución, Walter Bielli, nos explica que entre los chicos hay migrantes económicos y otros solicitantes de asilo. Estos últimos forman parte de SPRAR (Sistema de Protección para Refugiados y Solicitantes de Asilo, en las siglas italianas). El sistema garantiza la acogida a 26.700 solicitantes de asilo y refugiados en 674 proyectos (de los cuales 109 dedicados a menores no acompañados y 45 a personas con trastornos mentales o discapacidad). No se ocupa solo de proporcionar alojamiento y manutención, sino también de la integración de los refugiados.
El Estado mantiene y garantiza protección a los menores hasta los 18 años, después pueden seguir en un alojamiento protegido otros seis meses, pero ya no gozan de todos los servicios, por ejemplo de educadores. Señala Bielli la incoherencia del sistema legislativo italiano en materia de inmigración, que brinda protección a los menores hasta los 18 años, pero después los abandona desperdiciando los recursos y el esfuerzo invertidos en ellos. Cuando los menores alcanzan la mayoría de edad pasan a ser considerados clandestinos a no ser que consigan un contrato laboral y puedan obtener el permiso de residencia. Esto pone en riesgo a los menores que a menudo recurren a la delincuencia, a la prostitución o caen en manos de bandas organizadas. Algunos centros de acogida para menores, como el CEIS (Centro Italiano de Solidaridad) y la cooperativa Elios, ambos de Bolonia, están trabajando para cambiar estas leyes y lograr que el Estado se encargue de la protección de los migrantes una vez alcanzada la mayoría de edad. Mientras los menores permanecen en los centros de acogida, como es el caso de los jóvenes del proyecto Trilogia…, acuden a las escuelas públicas y cuando ya saben el idioma asisten a las clases de enseñanza obligatoria secundaria como cualquier alumno italiano. En un año tienen que alcanzar el nivel equivalente al segundo curso de enseñanza obligatoria secundaria, cosa que los italianos logran en tres. En los centros de acogida viven, hacen deporte, se relacionan, participan en talleres como el que llevó a cabo el Teatro Cargo. Como suelen hacer la mayoría de los jóvenes, el dinero de bolsillo que reciben (dos euros al día, unos sesenta al mes) se lo gastan hasta el último céntimo. En estos centros hay más chicos que chicas. La mayoría de las mujeres proviene de Nigeria y no siempre es fácil que lleguen a los centros porque muchas acaban prostituyéndose.
A lo largo del proyecto Trilogia degli stranieri los jóvenes se enfrentaron a una cultura diferente a la propia y tuvieron que aprender a trabajar con mujeres, algo poco frecuente para ellos, ya que proceden casi todos de países musulmanes. “No sabían qué era el teatro”, relata Laura Sicignano responsable del proyecto. “Tienen dieciséis años que equivaldría a los treinta de Europa en cuanto a madurez mental, pero lo ignoran todo. No saben que existen cinco continentes, ignoran qué es el sistema solar, dónde está el norte y dónde el sur. Una vez les dije que íbamos a ver una película de ciencia-ficción y descubrí que no sabían qué era la ciencia, los extraterrestres… Son chicos desconfiados y muy enfadados con la vida, acostumbrados a que les engañen, los abandonen y les hieran. También tuvimos que explicarles muchos aspectos de nuestra sociedad que son diferentes a los suyos, como la igualdad de sexos. No concebían recibir consejos u órdenes de una mujer (la compañía Teatro Cargo está formada en su mayoría por mujeres). Partían de un machismo que para nosotros no es ni siquiera concebible”.
Cuando se enfrentaron al primer montaje que hablaba de La Odisea, la directora optó por no preguntarles por su viaje, ya que la mayoría de ellos estaban todavía traumatizados y no querían oír hablar del tema. Además tenían miedo de los blancos. En el taller del que luego nacería la Trilogia… se hablaban siete lenguas distintas. “Algunos procedían de las periferias de Dakar, de Benín City, de Nigeria. Lugares con un nivel de vida pésimo, suciedad, corrupción, deshumanización. Uno me dijo una vez no dinero, no derechos. En esos lugares si no tienes dinero no vales nada. La corrupción decide la vida o la muerte de estas personas. Se trata de jóvenes que a menudo no tiene familia porque han sido exterminadas. Otra veces solo les queda un miembro de la familia, por ejemplo una madre que se quedó viuda y en situación de pobreza extrema. Me contaban que si querían volver a sus países para buscar a su madre para traerla a Italia tenían que pagar a soldados del ejército para que los acompañaran a su propia casa, porque si iban solos corrían el riesgo de que los matasen. Otro chico paquistaní, hijo de una familia de bastante buen nivel económico, tuvo que dejar el país por una lucha entre clanes. Él había estudiado, pero el respeto hacia el individuo del lugar donde vivía era el mismo que en las barriadas de las ciudades africanas. El padre de otro de los muchachos era guía e intérprete del ejercito angloamericano en Afganistán. Había ignorado siempre las amenazas de los talibanes hasta que una noche lo mataron, hirieron gravemente a su mujer y al hijo mayor le rajaron la cara. La madre salvó al hijo pequeño cubriéndolo con el propio cuerpo. A pesar de las graves heridas, este chico al día siguiente tuvo que huir del país con la ayuda de un tío suyo, porque si no los talibanes hubieran ido a por él por ser el hijo mayor. Gran parte de los niños nacidos en estos sitios a los doce años ya manejan un fusil. Matar a una persona se convierte en algo normal y también corromper a policía para conseguir que los absuelvan”.
Los motivos de estos chicos para dejar sus países pueden ser diferentes, pero la pesadilla del viaje es común. “Algunos recurren a traficantes de personas y otros lo hacen solos. Se enfrentan a dificultades de todo tipo, desde la violencia sexual a otras muchas. Los que llegan de Asia, específicamente de Afganistán o Paquistán, suelen recurrir a mafias de traficantes que organizan el viaje por completo, desde el punto de partida hasta el de llegada. Los traficantes están organizados en estructuras jerárquicas ramificadas en todos los países por los que pasarán quienes emprenden el viaje. A su vez estas organizaciones se sirven de otros menores para transportar a los fugitivos de una frontera a otra en los tramos más peligrosos. Utilizan coches que cargan hasta los topes de personas y que conducen niños de 12 o 13 años. A menudo tienen graves accidentes cuando tratan de atravesar las fronteras a toda velocidad para burlar la vigilancia de la policía. A los traficantes de personas se les paga a plazos, porque si les pagaran de una sola vez no les volverían a ver el pelo. Todos los miembros de la familia, que pueden llegar a ser hasta cien personas o más entre tíos, primos…, contribuyen económicamente para ayudar a la persona a escapar. Los móviles por satélite se los suelen comprar las familias. Es un instrumento imprescindible para saber dónde y cómo están. Al emprender el éxodo es más importante tener un móvil que zapatos. Ellos no saben en qué país están, qué países están atravesando. Viajan de noche y de día permanecen encerrados en lugares inmundos. Casi siempre se trata de muchachos analfabetos o semi analfabetos que no saben ni siquiera dónde está Italia. Para ellos es un viaje hacia lo desconocido”.
Según Sicignano el teatro puede llegar donde no consigue llegar la televisión. “Las imágenes sobre los naufragios o desembarcos en Lampedusa ya no logran conmover a nadie. Sin embargo el contacto directo con los jóvenes actores de las obras del proyecto Trilogia… no permite ningún tipo de distanciamiento, despierta la empatía y el público participa de sus problemas”. Bianco&Nero, la segunda entrega del proyecto, cuenta el difícil diálogo entre la cultura europea y la africana. “La representamos en un barrio especialmente conflictivo y peligroso de la periferia de Roma. Nos habían avisado que podía suceder de todo, incluso que los adolescentes del barrio podían interrumpir la representación. Había trescientos y pico alumnos de escuelas y se mostraron interesados, respetuosos desde el principio hasta el final. Después nos hicieron tantas preguntas sobre lo que habían visto que no nos dejaban irnos. En teoría eran gamberros, vándalos, traficantes de droga a pequeña escala entre los que también había muchos muchachos de color. Nos preguntaban si las historias que acababan de ver eran verdaderas. No podían creer que fuera la verdadera historia de personas como ellos. Muchos preguntan cómo podían ayudar”.
Las cuatro obras que componen la Trilogia… buscan un impacto emotivo. “No se ha tratado de construir un relato sobre ellos, sino con ellos. No son actores profesionales, por lo tanto tuve que crear situaciones que les sirvieran para expresarse, para contar sus propias historias, una especie de retratos, testimonios. Por este motivo su verdad llega sin mi filtro”, explica la directora. Odisea dei ragazzi se remonta a la narración de Homero para contarnos el viaje que experimentan estos desafortunados ulises. Bianco&Nero, protagonizada por un joven nigeriano y una actriz profesional italiana, trata de buscar un punto de encuentro entre seres diferentes que comparten deseos semejantes. Compleanno Afghano, coescrito entre Sicignano y el actor protagonista, narra el viaje de un joven afgano que duró más de un año. Vivo in una giungla, dormo sulle spine, narra la historia de un joven refugiado paquistaní. Algunos de los textos han sido traducidos a otros idiomas y han recibido varios premios en Italia. Para participar en los montajes a los chicos se les hizo un contrato de trabajo y fueron remunerados. Dos de estos jóvenes actualmente siguen trabajando en el teatro, uno ha conseguido un contrato como figurante en el Teatro della Scala de Milán y otro está realizando una gira con uno de los montajes de Teatro Cargo. Del resto de los componentes del grupo uno se ha convertido en mediador cultural y otros dos trabajan en un restaurante.
Tras cinco años de trabajo con estos menores Laura Sicignano subraya las diferencias que existen entre los migrantes dependiendo el país de procedencia y la necesidad del país receptor de no tratarlos igual a todos. Considera urgente que se produzca entre los migrantes y los habitantes del país receptor un verdadero intercambio cultural al cual puede contribuir de forma excelente el teatro. “A un muchacho paquistaní le pregunté cuál era la mayor diferencia entre su mundo del nuestro y me respondió que la relación entre hombres y mujeres. Basta pensar que no conocen a la persona con la que se van a casar hasta el día de la boda… Conocen Facebook, Skype y todas las formas de hablar gratis con un móvil, pero en cuanto a la mentalidad siguen en la Edad Media. Para ellos obligar a la hermana a que se prostituya es normal. Que el marido pegue a la mujer hasta matarla es legal. Les conté que en Italia hasta hace no muchos años existía el matrimonio reparador. Si un violador se casaba con la mujer a la que había violado era absuelto de su delito. Uno de ellos me dijo que le parecía correcto porque así los hombres no violarían más a las mujeres. Le ayudé a ponerse en el lugar de la mujer y acabó dándome la razón. Entiendo que acepten nuestra cultura y nuestras leyes, pero sin renunciar a sus tradiciones, a su religión, como algunos partidos políticos italianos quisieran que hicieran. El hecho de que tengan que huir de sus países no significa que tengan que renegar de la propia cultura. Los italianos tenemos una gran tradición como emigrantes, pero allí donde hemos ido hemos recreado nuestra cultura. Por otra parte nuestros jóvenes tendrían mucho que aprender de ellos con respecto por ejemplo al respeto con que tratan a sus padres y abuelos. Les parecía inconcebible a los menores migrantes y refugiados que los hijos en Europa respondan mal a su padres y que estos les tengan que mantener en casa tanto tiempo. Para ellos es el joven el que tiene que mantener a la persona mayor y no al revés”.
Historias del desierto de agua
Según Gianluca Riggi, cofundador junto a Valerio Gatto Bonanni de Black Reality (proyecto de integración social a través del teatro), los migrantes están cruzando Europa a pie como lo hicieron los pueblos indoeuropeos. “Es un flujo continuo que no se ha detenido en millones de años, siempre por los mismos caminos. Se viaja por mar. Se remontan los ríos. Quienes gobiernan Europa no se dan cuenta de esto y están obsesionados por el consenso electoral, por lo tanto las respuestas que proporcionan están ligadas a la forma de alcanzarlo. Nuestra democracia se enfrenta al desafío de acoger al extranjero, al diferente. La democracia nace para tutelar a la minoría y al más débil, no para ejercer el poder del más fuerte. Si no somos capaces de volver a los orígenes de la democracia y de sus porqués perderemos este desafío y nuestro futuro no será un buen futuro. Surgirán nuevos conflictos. Estamos sembrando la semilla de un conflicto social aún mayor que el que estamos viviendo ahora. Este conflicto es una amenaza sobre nuestras cabezas”. Black Reality quiere representar la empresa a la que se enfrentan quienes migran hacia el Occidente civilizado y democrático. Pretende dar testimonio de la hostilidad que encuentran, pero también de los momentos de integración. Como señala Riggi, “damos a los migrantes la oportunidad de demostrar que no son simplemente un número, de ponerse delante del público y decir, yo existo. Por primera vez se encuentran con otros migrantes no para hacer colas, sino para jugar, divertirse y ser algo distinto a lo que son normalmente”.
Los migrantes que participan en los talleres del proyecto se convierten después en protagonistas del proceso creativo de los montajes. Gianluca Riggi explica que su trabajo está muy lejos del psicodrama, “los espectadores pueden dudar de si las historias que les proponemos son verdad o no, pero tienen que salir del teatro con la certeza de haber visto el mejor espectáculo que nosotros les podemos ofrecer. La verdadera sensibilización se produce cuando italianos y extranjeros participan en un mismo taller. Ambos grupos se conocen de verdad. No tiene nada que ver con el conocimiento sobre los migrantes que nos da la prensa o la televisión”. La experiencia de Black Reality arrancó en 2011, año en el que comenzaron a trabajar con jóvenes provenientes del África mediterránea y subsahariana, Afganistán, Bangladesh, Kurdistán… En los talleres colaboran la Accademia Nazionale D’Arte Drammatica Silvio d’Amico, diversas asociaciones, embajadas y la Universidad Americana de Roma, entre otros. Actualmente han cambiado de denominación, convirtiéndose en Officina di Teatro Sociale della Regione Lazio. Celebran anualmente un festival de teatro y artes sobre las migraciones en colaboración con otros artistas de la región del Lazio. Su objetivo (o misión, como prefieren llamarlo ellos) es transformar su proyecto en un network de teatro social dirigido a migrantes de primera y segunda generación colaborando con otros proyectos similares que, como el suyo, busquen desempolvar las conciencias y denunciar un fenómeno candente sin perder de vista la calidad artística. No resulta siempre fácil realizar este trabajo con los migrantes musulmanes porque las familias se niegan, cuenta el director, “aunque estén a miles de quilómetros la familia se lo prohíbe porque hacer teatro para ellos es una deshonra. Muchas veces después de haber participado en los montajes, a los migrantes árabes, paquistaníes, bengalíes les resulta difícil tener que volver a su vida cotidiana en un contexto familiar muy cerrado”.
El pasado mes de mayo estrenaron el montaje Neri si nasce, Bianchi si muore, de Valerio Gatto Bonanni y Gianluca Riggi, el resultado de una investigación sobre la dinámica del poder, la cultura percibida como un conjunto de andrajos, la aceptación de las reglas sean cuales sean y la necesidad de nutrirse de dignidad y hospitalidad. La estancia de este año, celebrada en el Teatro Vascello de Roma, proponía una reflexión sobre las tragedias del Mediterráneo, que la compañía define como “nuestro desierto de agua convertido en una franja de sangre y muerte”. Lejos de querer dar una visón compasiva del tema, su intención es la de “denunciar, provocar, estimular el diálogo, traspasar las fronteras de la mente y los confines de las naciones, porque el teatro puede llegar donde las palabras de los hombres no llegan”.
Entre sus producciones consta también Aspettando, cercando…, que indaga sobre la espera como efecto de distanciamiento. La espera del migrante como estado existencial que distorsiona las relaciones y la visión del mundo. Esa tierra de nadie que, como describió Samuel Beckett, mina la identidad del migrante condenado a la no-acción, imposibilitándolo para construir relaciones. Come le lumache strappate dal muro se desarrolla en torno al tema de la prohibición. Narra la historia de un pueblo que impide a otro que hable su propia lengua. Qué sucede cuando se mercantiliza a los hombres y la incomunicación se convierte en la única forma de convivencia. Un montaje que quiere que la vida de los invisibles se convierta en relato, cuento y profecía. Black Reality ha ideado también el proyecto Videotutorial, una serie de cortos que examinan de forma humorística la cotidianidad de los migrantes en Italia, muestran nuestra imposibilidad de comprender su drama humano y de establecer relaciones con ellos. Una especie de guía irónica que explica, con ejemplos prácticos y metafóricos, cómo comportarse en distintas situaciones, marcando el acento en la paradoja a partir de situaciones paradójicas. Los cortos, similares a anuncios, son accesibles en la web y responden a preguntas como: ¿qué le sucede a un migrante que llega a Lampedusa y quiere trasladarse a otro país europeo?, ¿cómo se afrontan los obstáculos del viaje?, ¿cómo encontrar políticas de inclusión social en nuestro continente que no den lugar a mayor malestar y desesperación?, ¿se puede imitar la cultura occidental? La opinión de Gianluca Riggi es que no es fácil hacer teatro social con los extranjeros. Supone una notable inversión afectiva, “si es una moda resulta difícil de seguir si uno no está suficientemente motivado desde el punto de vista social, profesional, político y humano”.
La rutina es fantástica
En mitad de la conferencia de prensa de la campaña de sensibilización y recogida de fondos de ACNUR del 2012, Routine is Fantastic, tuvo lugar una representación teatral que reprodujo lo que para 40 millones de refugiados en el mundo es la realidad cotidiana. Actores camuflados de soldados y armados con fusiles y pistolas irrumpieron en la sala amenazando al público, entre ellos a Laura Boldrini, presidenta de la Cámara de Diputados. Entre gritos de pánico y protestas, los presentes fueron despojados de documentos y objetos personales y conducidos a las carpas en las que el Alto Comisionado de la ONU suele acoger a los refugiados. El objetivo de la demostración era recordarnos a todos que lo que para nosotros es rutina para un refugiado es una conquista. El actor Ricky Tonazzi, presente en la conferencia de prensa, comentó lo oportuno de la consigna de la campaña. “Gestos como ducharse, preparar la comida y la cena, coger el autobús… Son costumbres tediosas que los ciudadanos libres quisiéramos evitar muchas veces. A millones de niños, mujeres y hombres como nosotros se les arrebata violentamente esta cotidianidad”. La compañía Teatro dell’Argine, responsable de esta representación teatral, trabaja en Bolonia con refugiados provenientes de varios centros de acogida que forman parte del proyecto de Emilia Romagna Terra d’Asilo, destinado a coordinar las iniciativas previstas para la integración de los refugiados.
Pietro Floridia, fundador de la compañía, se ocupa actualmente de crear proyectos interculturales para refugiados y migrantes. Desde 2012 dirige Cantieri Meticci, una compañía de teatro formada por refugiados provenientes de 14 países del mundo. No cuentan con ayuda institucional italiana. Se financian con fondos de la Unión Europea, de la Iglesia Valdense o de bancos y otros entes privados. Los refugiados se inician en el teatro a través de los talleres que organizan. Los más capacitados se incorporan después a los montajes de la compañía. Además de talleres y obras de teatro, organizan cursos de cocina multiétnica, crean proyectos internacionales. Floridia lo define como “una especie de diosa Kali del teatro con refugiados y migrantes”. Una vez formados, quienes fueron aprendices se convierten en guías de otros grupos. Esto permite a la compañía ramificar su campo de acción y extender sus proyectos no solo en todo Italia, sino también por Europa, Asia y Suramérica. Además aspiran a desarrollar proyectos en Tanzania, Marruecos y Brasil. En opinión del director, la población italiana se sensibiliza con el problema que viven los refugiados cuando participan en los talleres con ellos.
El pasado 20 de junio, día del refugiado, llevaron a cabo la iniciativa Ascolto il tuo cuore, città. Esplorazioni artistiche di una città che cambia, resultado del trabajo realizado con italianos, migrantes y solicitantes de asilo en el proyecto Quatieri Meticci (Barrios mestizos). Los participantes en los talleres exploraron los distintos barrios de Bolonia hablando con sus habitantes y recogiendo relatos tanto de la historia del barrio como de sus habitantes. Este material posteriormente reelaborado fue el hilo conductor de las excursiones que luego organizaron en bicicleta a los diferentes barrios con el objetivo de que los ciudadanos conocieran el lugar donde viven desde el punto de vista de quien lo habita. En opinión del director de Cantieri Meticci, es fundamental crear compañías “mestizas” en cada barrio de Bolonia, en las que los refugiados y migrantes trabajen con los italianos implicando también a los centros de acogida, colegios, bibliotecas, y lograr que se conviertan en puntos de referencia y sujetos activos en la política de los barrios. Ha trabajado en Polonia donde, explica, se vive un fuerte rechazo hacia los musulmanes. No cree en las fronteras ni en los muros, pero sí en la necesidad de formar a quienes llegan a nuestros países para que puedan dialogar con los ciudadanos europeos. Actualmente ensaya La caverna di Calibano, inspirada en La tempestad, de Shakespeare, un montaje con el que piensa seguir ahondando la poética de la compañía. Floridia, que ha estrenado montajes y dirigido talleres en Italia, Bolivia, Brasil, Suecia, Polonia, Palestina, Senegal y Bélgica, es responsable de numerosas puestas en escena: Il violino del Titanic, La luna sulla fronte, Candido, America America, La stagione delle piogge y otras. A propósito de su montaje La misteriosa scomparsa dello straniero, basada en El castillo, de Kafka, declara: “El viaje de los migrantes es como el de K. Para Kafka el extranjero es quien desbarata las reglas porque llega con un nuevo modo de pensar. Lo que le ocurre a un migrante, a un refugiado, es como la pesadilla de K”.
Anne Serrano es actriz y profesora de español en la Universidad de Génova. En FronteraD ha publicado, entre otros, Pepe Henríquez, a la sombra de un sombrero que iba al teatro, Todos son disidentes. (Cuba. Estampas de una isla en compás de espera), Entre Marrakech y Nueva York: aduaneros, taxistas, perros, gatos y fes y Toni Servillo, artista artesano, lleva su teatro a Madrid.