Izquierda Unida cumplió treinta años el 27 de abril. Nació como movimiento social integrador de fuerzas contestatarias contra un PSOE que abandonaba la socialdemocracia y se abrazaba al atlantismo. Su alma fue, en gran medida, el PCE. O las gentes del PCE. Renunció a calificarse de comunista, pero no a la palabra «izquierda». Borró prácticamente la palabra «comunista» porque estábamos en 1986 y entonces los viejos regímenes del socialismo real se desmoronaban. Y porque sus éxitos electorales entre finales de los setenta y principios de los ochenta con sus siglas históricas fueron ninguno, pese a que, durante la dictadura, prácticamente todo el antifranquismo estaba en el PCE. Y, quizás, puede que también porque «comunista» sonaba a guerra civil. Pero, y de eso quizás se dieron cuenta más tarde, estar en el PCE no significaba ser comunista. En los sesenta y los setenta se estaba con la hoz y el martillo porque era la única fuerza con cuadros, disciplinada, organizada; era en el único lugar en el que, aunque poco, algo útil se hacía para que cayera el régimen. Cuando se adivinaba la transición a la democracia, renació el PSOE (o lo renacieron, desde dentro y desde fuera, con dinero de aquí y de allá) y fue la fuerza de izquierda más votada.
Al PSOE había que disputarle la hegemonía en la izquierda, sobre todo tras las traiciones a la clase obrera con la reconversión industrial, y se construyó IU. Ahora, con los años, se dice que IU no se creó para competir con el PSOE, que quienes se unieron contra la adhesión de España a la OTAN nunca tuvieron la ambición suficiente. Desde el principio se sintieron pequeños y ése fue su peor error, el que le ha llevado a la coyuntura actual.
Pero antes de hablar del hoy, hablemos un poco del pasado. Izquierda Unida nació en un contexto nacional e internacional determinado que le dejó un hueco electoral que nunca fue muy grande, pero sí muy respetado por propios y ajenos. Gerardo Iglesias, Julio Anguita, Francisco Frutos, Gaspar Llamazares, Cayo Lara, Alberto Garzón, con sus luces y con sus sombras, han sido líderes no sólo respetados sino incluso también apreciados. También las batallas en las que se han embarcado sus siglas han sido, en el momento y a la larga, bien consideradas. Porque en todas las causas justas por las que se ha luchado en este país en los últimos treinta años ha estado Izquierda Unida. Aunque su mérito más importante y que reivindica muy, muy poco, fue la denuncia de las consecuencias de firmar el Tratado de Maastrich a principios de los noventa, del modo en que se estaba construyendo a principios de los noventa la Unión Monetaria Europea y los intereses a los que iba a servir. La historia les ha dado la razón.
Izquierda Unida tuvo escisiones. Se fueron los de Nueva Izquierda, encabezados por Cristina Almeida y por Diego López Garrido. Tras una breve andadura en solitario, acabaron en el PSOE. Abandonaron los trotskistas de Izquierda Anticapitalista coincidiendo con el mandato del tibio Llamazares. Hubo más goteos después, como el de Rosa Aguilar, histórica alcaldesa roja de Córdoba, que acabó siendo ministra socialista. Convicciones y arribismos. La presunta naturaleza humana. Sucede en todos los sitios. Sobre todo en los pequeños que dan poco dinero y escasos huecos en los que sentarse.
Una de esas escisiones, Izquierda Anticapitalista, se unió a otro grupo de gente que se fue de golpe en enero de 2014, junto con otras personas que fueron saliendo, poco a poco, o en desbandada, a partir de esa fecha, y fueron alimentando un nuevo actor político: Podemos. Podemos nació en Izquierda Unida.
Podemos se creó para convertirse en una fuerza de masas y ganar las elecciones. No quería suplantar a IU exactamente, tampoco al PSOE. Desde el principio jugó a la transversalidad. Querían el voto de la gente, de toda la gente, en oposición a la casta, una palabra fácil, sonora, gráfica, en oposición a la de «oligarquía», más intelectualoide, que era la que todavía usaba Izquierda Unida. Además, Podemos se presentaba como lo nuevo, lo puro, como la gente normal que luchaba por llegar a las instituciones por primera vez y luchar por sus iguales que éramos todos los ciudadanos. Luchaban contra las etiquetas que les colocaban en la parte izquierda del tablero ideológico. Y huían de Izquierda Unida, les criticaban su purismo ideológico con muchísima dureza. Especialmente Pablo Iglesias. En un mitin a principios de julio del año pasado (han transcurrido apenas nueve meses), el líder de Podemos repitió una docena de veces la expresión «pitufo gruñón» para referirse a Izquierda Unida:
Poco antes había concedido una entrevista a Público en la que dijo:
«Deja de estar tan preocupado con las cosas que nosotros hacemos y con lo que nosotros proponemos. Sigue viviendo en tu pesimismo existencial. Cuécete en tu salsa llena de estrellas rojas y de cosas, pero no te acerques, porque sois precisamente vosotros los responsables de que en este país no cambie nada. Sois unos cenizos. No quiero que cenizos políticos, que en 25 años han sido incapaces de hacer nada, no quiero que dirigentes políticos de Izquierda Unida, y yo trabajé para ellos, que son incapaces de leer la situación política del país, se acerquen a nosotros. Seguid en vuestra organización. Presentaos a las elecciones, pero dejadnos en paz. Habéis sido incapaces en muchísimos años de entender lo que estaba pasando, de hacer una lectura coherente. Quedaos en vuestro sitio. Podéis cantar la Internacional, tener vuestras estrellas rojas… yo no me voy a meter con eso. Es más. Hasta puede que vaya, porque a mí eso también me emociona y me gusta, pero no quiero hacer política con eso. Dejadnos vivir a los demás”.
Podemos, una maquinaria electoral funcionando a toda máquina, creía que aliarse con Izquierda Unida iba a ser un lastre. Un pacto así le colocaba muy a la izquierda y no le interesaba. Eso, a nivel nacional, porque Podemos sí formó alianzas no sólo para concurrir a las elecciones municipales en varios Ayuntamientos (algunos tan importantes como Madrid o Barcelona), sino que también lo hizo para las elecciones generales en Cataluña o Galicia. Posiblemente, ahí donde táctica o estratégicamente les favorecía, ahí donde sus cuadros eran más débiles y otras fuerzas colectivas, como Izquierda Unida, o individuales, como Ada Colau, tenían más tirón. A nivel estatal, en cambio, Podemos sólo quería cooptar a Alberto Garzón para empotrarlo en sus listas. Y éste dijo que no. Las conversaciones que mantuvieron Garzón e Iglesias se frustraron y así comenzaba el comunicado de Podemos:
«Hoy se ha celebrado en la sede de Podemos la reunión entre los representantes de Alberto Garzón y una comisión delegada del Consejo de Coordinación de Podemos. En un clima cordial, se han dado por terminadas las conversaciones destinadas a encontrar una fórmula que facilitase la incorporación de Alberto Garzón a la candidatura del cambio con la que Podemos concurrirá a las próximas elecciones generales».
Pero ahora Podemos sí está por la negociación para crear esa sopa de siglas a nivel nacional que supere al PSOE o, incluso, llegue a ganar al Partido Popular. Las circunstancias han cambiado: Podemos dijo el 20-D que con una semana más de campaña hubieran superado al PSOE. Les faltaron unos pocos días, creen, para dar el sorpasso. Ahora parecen necesitar tanto el tiempo como el casi millón de votos que logró juntar Izquierda Unida en una de las peores coyunturas de su historia pero tras una de las mejores campañas electorales que se recuerdan. Ahora Pablo Iglesias ya no habla de pitufos gruñones, ni de cenizos, ni de perdedores… Si con cinco millones de votos Podemos y sus confluencias territoriales lograron 69 diputados, un millón de sufragios más sumarán otra decena de escaños, por lo menos. Ya no son el medio millón que despreciaba Iglesias en el vídeo que hemos enlazado más arriba. Es casi un millón. Y subiendo, puesto que las últimas encuestas elevaban la intención de voto a IU. Además, Garzón es un líder mejor valorado que Iglesias. Ahora Podemos y los de Podemos defienden la unión porque necesitan a Izquierda Unida. IU, por su parte, busca la unión porque sabe que en común es más útil que en solitario, porque sus pocos votos son pocos escaños cuando va en solitario por la ley electoral y se multiplicarán junto a Podemos. La injusta ley electoral puede terminar beneficiando a la fuerza morada.
Podemos ha cambiado, pero Izquierda Unida no se ha movido: IU quería crear una coalición para hacer fuerza, ir juntos, ya para el 20-D. En el ADN de Izquierda Unida y el PCE se encuentra el pacto y la creación de frentes populares desde tan antiguo como 1936, primero, y desde 1986, después.
Incluso tras las elecciones más recientes, fue Alberto Garzón, líder de IU, el que organizó la mesa de negociaciones en que se sentaron él, el PSOE, Podemos y Compromís para formar un Gobierno de progreso en España. Con apenas dos diputados, Garzón tomó la iniciativa para comenzar a negociar un programa y un Gobierno, algo que no hizo Iglesias, que prefirió postularse en público para vicepresidente junto son «sus ministros» sin ni siquiera sentarse con Sánchez para ver lo que querían hacer en el Gobierno. Desde el primer momento Pablo Iglesias apostó por la repetición de elecciones, dado que confiaba en obtener un mejor resultado. Pero Podemos tiene una capacidad innata para diseñar relatos sobre los hechos que terminan calando. Es un fenómeno digno de estudio.
Si en el seno de Podemos hay discrepancias respecto al modo en que debería crearse esa confluencia con Izquierda Unida, dentro de la formación de Alberto Garzón hay incluso más disputas. Pese a que en su inmensa mayoría la presidencia ejecutiva federal ha respaldado abrir la negociación con Podemos para concurrir juntos a las elecciones, esa cuasi-unanimidad no puede esconder la existencia de al menos tres familias en IU: la de Garzón, la más partidaria de la negociación con Podemos; la que encabeza Gaspar Llamazares (Izquierda Abierta), la más crítica con Garzón, hasta el punto de plantearse en algún momento la escisión, aunque parece estar más preocupado por defender las siglas que las diferencias ideológicas con Podemos; y la de Cayo Lara, ahora representada por la eurodiputada Paloma López, IU, sí con más fuerza, que pelea por las siglas, pero también sobre lo que históricamente han significado.
Una semana se han dado Podemos e Izquierda Unida para llegar a un acuerdo. Y en todo caso, la alianza, de llegar a buen puerto, debería formalizarse antes del 13 de mayo en la Junta Electoral Central. Igual Izquierda Unida muere con treinta años y una semana de vida.
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