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James Nachtwey, la fotografía que despierta las conciencias

 

“Sus fotos son a la vez noticias y una reflexión profunda sobre la humanidad. Y gracias a su capacidad narrativa y estética, implica al que ve la foto, haciendo muy difícil que se escape de la responsabilidad que uno recibe al conocer las situaciones que denuncia”. La fotógrafa Guadalupe de la Vallina lo tiene claro. Para ella, la obra de James Nachtwey (Syracuse, Nueva York, 1948) posee cuatro elementos muy difíciles de reunir en una misma foto: información, denuncia, elegancia formal y narración. El fotorreportero Fernando Múgica, que ha trabajado en diferentes medios y países, comparte esta visión del trabajo de Nachtwey: “Te enseña lo invisible, lo que pasa desapercibido y te grita ¡míralo! ¡Esta es la esencia de lo que está ocurriendo!”.

 

“Una fotografía que muestre la verdadera naturaleza de la guerra es una declaración contra ella”, manifestó con firmeza Nachtwey en la entrega del premio Luka Brajnovic, el 25 de marzo de este año en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Si nadie fuese a lugares terribles, si profesionales como Nachtwey no posaran su mirada y su cámara en las miles de víctimas inocentes que se cobran todos los conflictos, quienes infligen los daños ganarían y no se haría justicia. Si Nachtwey no hubiera ido a Somalia en 1992 a retratar la hambruna que estaba matando a miles de personas, casi nadie se hubiera enterado de aquello –los propios editores de Nachtwey le dijeron que no fuera, que no merecía la pena, pero él insistió y se fue por su cuenta–. Y la ONU nunca hubiera puesto en marcha un Comité Internacional de Cruz Roja de emergencia para ayudar a un millón y medio de personas. La mayor operación humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial. Un delegado de la Cruz Roja en Somalia dio las gracias a Nachtwey personalmente por sus fotos. “Es el reconocimiento más valioso que he tenido jamás en mi carrera, más que ningún premio”, confiesa. Nachtwey es “de los pocos fotógrafos que han podido elaborar un catálogo, un álbum de fotos, tan brutal sobre lo que hemos sido capaces de hacer en estos últimos 35 años”, opina Daniel Burgui, fotógrafo y periodista freelance. Nadie se ha dedicado con tanto ahínco a retratar el dolor, a documentar la injusticia y el sufrimiento que un hombre puede causar a otro hombre.

 

No muchos fotoperiodistas pueden decir que han sido cinco veces ganadores de la Medalla de Oro Robert Capa, dos veces foto del año en el World Press Photo, dos veces premio Bayeaux a corresponsales extranjeros, siete veces ganador del Magazine Photographer of the Year y otras tantas del premio Leica. James Nachtwey, sí. Pero no le gusta que le recuerden todos estos premios. “Lo peor de mi trabajo es que, como fotógrafo, me aprovecho de las desgracias ajenas”, dice. Es algo en lo que piensa todos los días. Un demonio contra el que lucha. Contra el que tiene que luchar porque su trabajo es necesario. Alguien tiene que ir a la guerra para mostrar a los que no van las atrocidades de las que es capaz el ser humano.

 

Pero por muchas desgracias que hayan pasado por los ojos y la cámara de James Nachtwey su mirada nunca se ha enturbiado. Siempre ha sido capaz de captar belleza aun en los lugares más oscuros. En todas las ocasiones hay lugar para la belleza, para lo bueno, asegura el fotoperiodista. Hay que querer verlo. Ha conseguido ensalzar la dignidad de todo ser humano incluso en las situaciones más desesperanzadoras, y su empeño por conseguirlo es lo que le ha dado fuerzas para no rendirse y para luchar contra la idea de que, como fotógrafo, se ha forjado una carrera basada en las desgracias ajenas. “No he visto el tiempo ni el momento de tirar la toalla porque he compartido momentos con personas que lo han perdido todo, literalmente: sus casas, sus familias, su modo de vida, o sus ropas. Con personas que han sufrido en una escala épica y no se han acobardado o dado por vencidos. Ser pobre no significa ser desesperanzado. Así que si ellos no abandonaron, si en esos lugares había esperanza, humor y bondad, ¿qué derecho tengo yo de rendirme?”.

 

El fotoperiodista se conmueve ante fotos como una que tomó en El Salvador en 1984. Esta foto muestra cómo tres niñas campesinas ataviadas con coloridos vestidos observan detrás de un árbol a un helicóptero remover nubes de polvo en un campo de fútbol. “Son mariposas de colores”, dice Nachtwey de las niñas. “Hay algo muy conmovedor para mí acerca de la inocencia de esas chicas en esta foto, con sus vestidos de domingo, recién planchados, al salir de misa. Es un momento de lírica, de poesía, en medio de una situación brutal”, añade. Para el fotorreportero Daniel Burgui, el convencimiento de James Nachtwey de rescatar la dignidad de las personas aún en situaciones muy difíciles y complicadas, su profundo sentido del deber y su aproximación honesta y humilde a los individuos, sin duda, se refleja en el resultado final de su trabajo: imágenes muchas veces que revelan un momento de intimidad, de brillantez, de lucidez; requieren un gran esfuerzo, inversión de horas y el convencimiento pleno y absoluto de que todo eso merece la pena para algo. “No obstante, esto no quita que Nachtwey sea humano. Su trabajo es admirable pero no idolatrable, hay trabajos y fotos que distan mucho de ser perfectas, a lo largo de estos 35 años habrá cometido errores y aciertos”, opina. Sin embargo, Burgui considera que es importante que él mismo reconozca que le guía un sentido del deber y que tenga fe en la profesión.

 

Nachtwey confía en que siempre nos emocionaremos ante una fotografía que revele la esencia de lo humano. Incluso aunque nuestra cultura esté cada vez más saturada de imágenes. El reportero cree que no perderemos la sensibilidad hacia una buena foto. Hacia una foto humana. «Es un reto que tenemos que asumir los fotoperiodistas. No perder la humanidad. Una foto que saque lo mejor de la gente siempre destacará y será apreciada, no importa cuántas imágenes nos rodeen», reflexiona. «Si las personas que no se ven afectadas por la guerra hablan de ella, si son ínfimamente conscientes de lo afortunados que son por no ser víctimas de una, significa que he hecho bien mi trabajo».

 

El fotoperiodista nunca ha dejado que su carrera sea más importante que su compasión y su profundo respeto hacia los demás. Considera su trabajo como una misión, y no se arrepiente de haber dedicado su vida a ella. “Lo que hago en realidad es muy poco e insignificante, pero puede lograr mediante el rigor y la empatía que la gente no quede indiferente”, asegura. Nachtwey no es médico, ni enfermero, ni ayudante de la Cruz Roja. Su forma de ayudar en los conflictos es otra. Él llama a la humanidad mediante la fotografía, apela a los mejores instintos de la gente: la generosidad, la tolerancia, la capacidad de identificarse con las vidas de otros y, quizás lo más importante, el rechazo para aceptar lo inaceptable.

 

La complejidad de la obra de Nachtwey, que refleja un mundo cruel y violento, se hace difícil de manejar para un solo hombre. A veces cuesta soportar tanto dolor. Su carácter le ha permitido consagrarse como uno de los mejores fotoperiodistas del mundo, pero a costa de hacer suyo el sufrimiento ajeno. Lo que le da energías para no dejar que el dolor le bloquee es “un claro sentido del propósito, del deber y del compromiso”, afirma. “Lo que me empuja a seguir y me ayuda a superar los obstáculos físicos y emocionales es tener fe en el periodismo. Creo que tiene valor en sí mismo y capacidad de transformar las situaciones y levantar las conciencias de la gente. El periodismo es generosidad: ofrecer, regalar a las personas algo que lean y vean y algo de quién y de qué preocuparse. Algo que cuidar. Así trato de canalizar la rabia, el miedo o la vergüenza que me provocan algunas situaciones al intentar hacer mejor mi trabajo”. A Nachtwey se le hace difícil ver que las circunstancias de la gente que sufre no cambian todo lo rápido que quisiera. Pero no pierde la fe en que acercar realidades duras a la gente que tiene una existencia cómoda provocará cambios en el futuro. Aunque resulte desilusionante que estos cambios sean, en su mayoría, lentos. No le frustra, sin embargo, que quienes vean su obra no se preocupen de la misma forma que él por los conflictos que refleja. No espera eso. “La gente tiene familias de las que hacerse cargo, trabajos, compromisos… No puede dedicar el mismo tiempo y esfuerzo que yo a luchar contra los horrores de la guerra. Jamás exigiría a alguien esta responsabilidad, que yo he asumido porque he querido, porque es mi forma de ser y de estar en el mundo”, reconoce. “Cada uno tiene que encontrar su forma particular de aportar lo máximo posible a los demás y a lo que le rodea. Yo he encontrado la mía. Pero esta no tiene que ser la de todos”, añade.

 

Nachtwey confiesa que se conforma con que su trabajo provoque que la gente se haga preguntas y se forme una opinión de lo que pasa en el mundo que pueda expresar en una conversación. No pretende formar activistas. Su única aspiración es que sus fotografías conmuevan. Que se sienta empatice con quienes aparecen en ellas. Cree firmemente en la comunicación visual, asegura Fernando Múgica. Considera que con una imagen se puede conmover y transmitir. “Su obra es importante porque lo consigue. No es un puro documentalista a la manera de una cámara automática. Él se sitúa a la distancia adecuada y fabrica la foto, extrae de la situación las claves más dramáticas e impactantes”, dice. Según Múgica, Nachtwey cree en lo que hace y por eso su trabajo es auténtico. Capta lo que considera que debe ser captado y pone todo el empeño en hacerlo de la manera más eficaz posible.

 

¿Cómo consigue Nachtwey fabricar sus fotografías? Múgica revela que su técnica siempre ha sido la misma: estar a un metro de lo que sucede. Utiliza en sus cámaras objetivos cortos, nada de grandes teleobjetivos. Solo capta lo que está a su alrededor. Además, se preocupa de que cada toma tenga un impacto visual muy fuerte para el espectador. “Para ello introduce un primer plano muy evidente de lo que quiere destacar, el rostro de un niño martirizado o el de una madre desesperada al ver que sus hijos mueren. Considera que en el mundo actual es necesario que el reportero consiga en cada una de sus imágenes una composición efectista para que la fotografía no pase desapercibida”. Ese efectismo voluntario funciona mejor en blanco y negro que en color, por eso gran parte de su obra es en blanco y negro. El color distrae del objetivo principal que es tocar la fibra sensible del espectador. El blanco y negro aumenta el dramatismo. También utiliza el desenfoque del fondo para concretar aún más lo que quiere que el espectador mire en las imágenes, explica Múgica. Pero es el encuadre en lo que pone más esmero. “En plena acción, en plena batalla, es extraordinariamente difícil conseguir la concentración suficiente para acertar en esos encuadres. Su cerebro ve la imagen tal y como quedará impresa, antes incluso de intentar hacerla. Su fotografía por tanto es reflexiva y nada espontánea, aunque pueda parecerlo”.

 

Sin embargo, Nachtwey no ha adquirido este sentido tan profundo de su trabajo del estudio teórico de la fotografía. Nachtwey estudió Historia del Arte y Ciencias Políticas en la Universidad de Dartmouth, en Massachusetts, Estados Unidos, y cuando terminó la carrera sintió la necesidad de viajar y de ver mundo. Durante una época trabajó de lo que fuera –dice que fregó muchos platos, barrió muchos suelos y limpió muchos baños–, con tal de conseguir dinero para viajar. Supo que quería ser fotógrafo de guerra cuando descubrió la obra de los fotoperiodistas de la Guerra de Vietnam. Al ver las fotografías de Horst Faas, Malcom Browne, Henri Huet o Eddie Adams, entre otros, supo que quería ser como ellos. Que es como ellos. Pero su obra, aunque es de naturaleza periodística, tiene un sentido estético que proviene de su influencia artística. Daniel Burgui opina que aunque las imágenes de Nachtwey son muy explícitas, que muestran la violencia “sin filtros, descarnada”, nunca pierden el sentido estético. “Ha sabido manejar el lenguaje del arte, sin duda, influenciado por sus estudios en Historia del Arte. En algunas de sus fotografías se ven cuadros. En los lugares más oscuros y tenebrosos, faltos de luz, siempre consigue relumbrar la belleza”.

 

Nachtwey empezó su trabajo como reportero en un pequeño periódico de Albuquerque hasta que en 1980 se mudó a Nueva York, donde empezó su carrera como fotoperiodista de guerra freelance. A pesar de estar asentado en Nueva York, Nachtwey no lo considera su hogar. Rara vez ha estado más de una semana seguida ahí desde que en 1981 se fue a cubrir el conflicto de Irlanda del Norte, solo un año después de establecerse en la ciudad que nunca duerme. Lo ve como un lugar en el que visualizar sus fotografías y hablar con sus editores. Un lugar de paso. Define su naturaleza como nómada, desplazada, reconoce que no tiene la necesidad psicológica de tener un hogar, un lugar de referencia. Prefiere estar on the move. No quiere hablar de sus proyectos de futuro ni de qué lugares le gustaría visitar y fotografiar si tuviera la oportunidad. No le gusta hablar de sí mismo.

 

Se considera un observador. Todo fotógrafo es un observador, dice. Un lector de la naturaleza humana. Subraya que es fundamental escuchar a las personas, acercarse a los demás con la mente y el corazón abiertos. Con cariño y con respeto. “La mejor forma de observar es escuchando”, dice. Es imposible observar y, por consiguiente, fotografiar nada que tenga valor, si uno no escucha a los demás, si no presta atención a su sufrimiento, a sus sentimientos, si no se preocupa por ellos. Un fotógrafo al que solo le preocupen los aspectos formales de sus fotografías y no las historias que relatan lo tiene muy difícil para transmitir un mensaje que apele a la humanidad. “Es mucho más importante formar a los estudiantes de Periodismo en valores humanitarios que en técnicas y fórmulas”, opina el fotoperiodista. “Es necesario que los estudiantes descubran qué les mueve, quién les inspira, a quién quieren imitar y seguir”, dice. “Encuentra lo que hagas mejor que los demás y síguelo”.

 

Aunque Nachtwey deposita su confianza en el poder de la fotografía para interpelar a las conciencias, reconoce que ni la más incómoda de estas hace justicia al dolor y al sufrimiento que padecen los millones de personas afectadas por la guerra. Dice que nunca ha conseguido recalcar la complejidad de las distintas realidades de las que ha sido testigo en una fotografía. La realidad no se puede comprimir en su totalidad, ni en la mejor de las fotografías. Por eso le resulta duro ver su obra, con la que es muy exigente, mucho más que con cualquier otra obra fotoperiodística. Ante la pregunta de si está especialmente orgulloso de alguna de sus fotografías, responde que no, que tiene una colección de fotos favorita, pero no es suya. Son las sacadas por Eugene Smith en Minamata, Japón. Le gusta mucho contemplarla, pero no desea que fuese suya. Admira el talento ajeno sin envidiarlo.

 

Nachtwey disfruta mucho de la obra de quienes considera sus mayores influencias. El pintor español Goya supo recrear perfectamente en sus cuadros la naturaleza de la guerra. El pintor neerlandés El Bosco, el alemán Anselm Kiefer, el poeta estadounidense William Carlos Williams, el novelista y periodista Ernest Hemingway, el polaco Joseph Conrad y el director Federico Fellini supieron captar la esencia de lo humano en sus obras, fueron grandes observadores. A Nachtwey nunca le interesó el estudio científico de la fotografía, por lo que no es de extrañar que no mencione otros fotógrafos entre quienes le inspiran –aunque siente especial predilección por Eugene Smith y los fotógrafos de la Guerra de Vietnam–. Aun y todo, ha conseguido que se le considere uno de los mejores fotoperiodistas de su generación.

 

 

 

 

 

 

Inés Gaviria es periodista. Nacida hace 21 años, acaba de terminar la carrera de Periodismo en la Universidad de Navarra. El curso pasado disfrutó de un intercambio en la Universidad de Missouri, en Estados Unidos, e hizo prácticas en Voice of America, Global Journalist y Newsy, además de la Cadena Ser en Pamplona.

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