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Javier Peña: «¿Qué me he propuesto? Seguir viviendo, que no es poco. Darle cada día a la vida otra oportunidad de sorprenderme»

 

Asegura Javier Peña en algún momento de Infelices que se suele contar que en el mundo hay dos clases de personas, los que fingen ser felices y los que no se molestan en fingir. «Creo que la felicidad, lo que nos venden como felicidad, es casi inalcanzable. Puedes pasar por la vida sin pararte a pensar si eres feliz, dando por hecho que sí, pero si te paras a reflexionar, la vida tiene bastante poco sentido». Escribir Infelices era una necesidad, ni siquiera reflexionada: «Recuerdo salir de trabajar en la Xunta, todo el día delante de la pantalla, llegar a casa y encender el ordenador para avanzar en la novela. Y, sinceramente, no pensaba que se fuera a publicar, era algo irracional». A veces lo analiza como un ejercicio de psicoanálisis.

Cuando leemos Infelices, ¿estamos, entonces, ante una novela de pesimismo existencial? Sí es, desde luego, un retrato de una generación cuyas expectativas no terminan coincidiendo con la realidad, el cara a cara con un momento de inflexión y un libro casi autobiográfico. Y todo deliciosamente regado con dosis de humor. Peña recuerda que la idea de Infelices le llegó cuando estaba leyendo Crematorio, de Chirbes, «veía ese retrato generacional de la gente que ahora tendrá 60 años y decía: «¿Por qué no escribir algo que refleje a los que tengan 35 o 40?». Una generación obligada a tragarse sus sueños a golpes de realidad. Jóvenes que soñaron rápido y crecieron despacio, «somos la generación que lo tuvo todo sin luchar por ello. Estamos muy poco acostumbrados a la lucha y al sacrificio. Queremos que todo nos venga dado, que todo esté al alcance de un clic».

El autor de la novela revelación de 2019, en una bonita y cuidada edición como nos tienen bien acostumbrados en Blackie Books, consumía sus horas laborales en un gabinete de la Conselleria de Cultura de la Xunta como asesor. Al terminar Infelices decidió abandonar su puesto. Desde entonces escribe novelas, codirige la web cultural Inorantes, de la que también es fundador, colabora en diversas revistas y publicaciones e imparte talleres de escritura creativa. Y estamos de enhorabuena, este debut deslumbrante promete más proyectos, «aún me queda mucho que contar aunque no me gustaría tener una carrera muy prolífica. Prefiero publicar pocos libros que sienta muy míos que muchos que me vayan a resultar ajenos». Y en ello está. Trabaja ya en una próxima novela, «muy distinta a Infelices, pero que tiene cosas en común en el estilo y la voz. Al final creo que eso es lo que caracteriza a un escritor».

¿Por qué escribir Infelices? ¿Tenía que sacar algo de dentro, los fantasmas le removían su interior?

Escribir Infelices era una necesidad, ni siquiera reflexionada. Recuerdo salir de trabajar en la Xunta, todo el día delante de la pantalla, llegar a casa y encender el ordenador para avanzar en la novela. Y, sinceramente, no pensaba que se fuera a publicar, era algo irracional. A veces lo analizo como un ejercicio de psicoanálisis. Si lo pienso así, tengo que concluir que sí, los fantasmas removían mi interior. Y aún lo remueven. Creo que un escritor sin fantasmas nunca sería escritor.

Ser escritor no es de las profesiones más sencillas y supongo que deseará seguir publicando, ¿cuál es el motivo por el que alguien decide embarcarse en ser escritor teniendo la estabilidad de un trabajo como el que tenía en la Xunta?

Durante toda mi vida he querido escribir. Me hice periodista para escribir, aunque luego, demasiado tarde, me di cuenta de que lo que yo deseaba hacer y el periodismo no podían ser más opuestos. Y entonces, cerca de los 40 años, Blackie Books apuesta por mi novela, por la novela de un desconocido perdido en un gabinete político. Me dije que había que agarrarse a ese tren aunque acabase estrellándome. Aún hoy no sé si terminaré estrellado pero estoy seguro de que, pase lo que pase, mi vida ha sido más rica que si me hubiese quedado en la Xunta.

«No le va a gustar a nadie. No me van a entender», decía sobre su libro y resulta que en él nos hemos visto reflejados muchos, ¿la realidad viene golpeándonos fuerte?

Creo que es algo que me sucede a mí y a casi todos los escritores. Somos un gremio de inseguros profesionales. Es lógico porque nuestro trabajo es pura subjetividad, nunca sabes si lo que has escrito es bueno o malo, nunca acabas de pulirlo. A veces te preguntas: ¿era mejor la novela antes de esta última corrección? Yo siempre he creído que era un bicho raro, que tenía traumas y dudas que otras personas no conocían. Ahora que veo que mucha gente se siente identificada con Infelices me doy cuenta de que no estoy solo en mis conflictos, y eso resulta egoístamente reconfortante.

Cuenta que le ha costado unos cinco años escribir Infelices, ¿ha tenido usted, mientras exponía esa infelicidad casi autobiográfica sobre el folio en blanco, como García Lorca el sentimiento de tener la esperanza muerta?

En el fondo la esperanza nunca muere. Si eso sucediera, nos suicidaríamos. Yo siempre he pensado de mí que soy un pesimista esperanzado. O un optimista miedoso, que al final viene a ser lo mismo. No creía que Infelices se fuera a publicar, eso es cierto, pero en lo más profundo de tu cerebro hay un estímulo que dice ¿por qué no?, que dice ¿y si? Creo que en esos por qué no y en esos y si está el secreto de seguir tirando. Supongo que eso será la esperanza.

¿Aprendemos constantemente a vivir?

Día a día. Lo peor es que creo que cuando sepa vivir de verdad me tocará morirme, y eso es una verdadera mierda. A menudo pienso: ojalá hubiera sabido lo que sé ahora sobre la vida cuando tenía veinte años. Y eso me lleva a preguntarme qué pensará del Javi Peña de 41 años el Javi Peña de 61. Supongo que me verá como un rematado idiota. Y probablemente con razón.

¿Con qué soñaba?

A nivel profesional, con esto que me está pasando. Con estos cuatro meses desde que se publicó Infelices. No pido más. Mi miedo permanente es a que el sueño de diluya, se escape entre las manos. Por eso creo que siempre seré un infeliz, porque ahora que tengo lo que quería me amargo pensando en que se acabe…

¿Cómo es la vida?

Decía un cómico americano de cuyo nombre prefiero no acordarme que la vida no estaba mal, que a él no le disgustaba. Decía: ¿sabéis hasta qué punto me gusta la vida? Hasta el punto de que aún no me he suicidado. Creo que yo estoy un poco en ese punto. Y lo cierto es que aunque hayas tenido un gran disgusto, al día siguiente te levantas y dices: qué coño, vamos a darle otra oportunidad a la vida, a ver si hoy me sorprende para bien.

Dicen que la vida es maravillosa, lo que es el horror es el mundo y los demás, que son el infierno, decía Sartre, ¿qué opina?

Yo esto de que el infierno son los otros lo pienso a menudo. Cuando me subo al metro o a un autobús lleno de gente, por ejemplo. Pero creo que el pensamiento de Sartre era un poco más profundo que eso… Además, con frecuencia pienso el infierno que debo de ser yo para los demás. Parece una tontería, pero creo que si a diario lográsemos poner en práctica unas formas de empatía tan sencillas, seríamos más felices. Sobre este tema un texto que me ha marcado mucho es Esto es agua, que recoge el discurso que David Foster Wallace leyó a los alumnos del Kenyon College.

¿Qué diferencia la aceptación de la resignación?

Entiendo que la resignación es algo que se hace a regañadientes. Y yo como soy un protestón y lo hago casi todo a regañadientes, pues supongo que me resigno más que acepto.

Después de analizar la infelicidad, ¿sabe qué es la felicidad? ¿Ha llegado a alguna certeza?

Me hace gracia porque en las entrevistas me suelen preguntar por consejos o caminos para la felicidad. ¡A mí, que soy un infeliz convencido! Yo lo único que puedo ofrecer son grandes consejos para ser infeliz. Aunque supongo que pueden servir para tomar el camino opuesto…

En realidad, la infelicidad no es tan negativa porque te hace reflexionar, te hace ver con claridad que algo no marcha bien, ¿no?

En algún momento de la novela se dice que en el mundo hay dos clases de personas, los que fingen ser felices y los que no se molestan en fingir. Creo que la felicidad, lo que nos venden como felicidad, es casi inalcanzable. Puedes pasar por la vida sin pararte a pensar si eres feliz, dando por hecho que sí, pero si te paras a reflexionar, la vida tiene bastante poco sentido, la verdad.

Vivimos en un permanente estado de insatisfacción, siempre queremos más, el ahora qué…   ¿Mientras haya deseo, habrá insatisfacción?

Sí, esto es lo que se suele llamar adaptación hedónica. Cuando consigues algo, ya no le das valor y quieres lo siguiente. Creo que nos sucede a todos, es terrible y es muy difícil salir de esa rueda. Porque la alternativa sería la anulación de los apetitos como en el budismo. Y, sinceramente, una vida sin deseos no me apetece nada vivirla. Es una paradoja y yo aún no he conseguido salir de ella.

Me llama la atención que son personajes muy jóvenes y reiteran en esa infelicidad hasta regodearse en la miseria. Tiene esto mucho de crueldad, pero también de palo fuerte que nos ayuda a abrir los ojos

Son personajes muy jóvenes al principio de la trama, unos 18 años, pero al final ya están en torno a los 35. Han perdido toda su juventud regodeándose en su propia mierda, sí. Esto es sobre todo un palo para mí mismo, porque creo que he desperdiciado esos años de mi vida. Como decía antes, me ha sorprendido ver que mucha gente se ha sentido identificada con la novela. Eso me hace pensar que a nuestra generación le ocurrió algo en esa etapa. Y lo asocio a una brutal tiranía de las expectativas. Y creo que la crisis de 2008 fue un golpe mortal a esas expectativas.

¿Cuándo descubrió que esto de vivir no es nada fácil?

Yo fui un niño raro. Muy influido por mis hermanos mayores. Con nueve años escuchaba a Leonard Cohen y The Smiths, jugaba a juegos de la Segunda Guerra Mundial y leía El señor de los anillos. Era un niño viejo. Así que la infelicidad y el tedio me han acompañado siempre.

Por otra parte, vivimos en eso que llama Bauman, Tiempos líquidos, relaciones que empiezan y acaban rápidamente y en los trabajos estamos cada vez más inestables. Esto nos deja más desnudos ante el dolor, ante la angustia…

Con esta sociedad líquida yo me enfrento a otra paradoja. Por un lado me aterra pensar en un trabajo que sea para siempre. Yo creo que no sería capaz de ser funcionario, para mí eso no sería un empleo, sería una condena: esto harás el resto de tu vida. Como los esclavos de los romanos en una mina de sal. Me encanta ir cambiando, saltar de aquí a allá. Pero eso también trae consigo el miedo a quedarte sin nada, la inseguridad… Tampoco he encontrado solución a esa paradoja. Pero si tengo que elegir, me quedo con el miedo y la inseguridad antes que con la mina de sal.

En concreto, en periodismo nos generaron expectativas –el mejor columnista, el mejor presentador…- generando frustración y desmotivación, se empeñaron en crearnos un estado de permanente felicidad…

No creo que suceda sólo con el periodismo. Nos sentimos obligados a ser los mejores en cualquier cosa que hagamos y eso es lo único que nos satisface: superar a otros. Lo que hacemos sólo lo valoramos en comparación. Nada tiene un valor absoluto, sino relativo. El problema en concreto del periodismo creo que tiene que ver con una precarización terrible de la profesión.

Algo que usted deja claro es que nombra a las cosas por su nombre, no tiene miedo a las palabras. Afortunadamente carece de eufemismos para hablar del trabajo, la amistad, la enfermedad… Kapuscinski decía que los cínicos no sirven para este oficio. ¿Tal vez el periodismo se ha devaluado por la presencia de cínicos que desprecian su oficio y se ha perdido la base del periodismo: la honestidad y eso que decía también Kapuscinski, «ser buena persona»? 

En mi opinión, creo que el problema es que los periodistas no pueden hablar con libertad. Igual parece lo contrario, que vivimos una época de gran libertad, pero la censura es enorme. Lo que sucede es que toma forma de autocensura. Los medios cada vez están más ligados a una ideología, a un partido a una/s empresa/s concreta/s, y los periodistas, en condiciones más precarias. Tampoco sé si podemos exigirles a personas que apenas llegan a mileuristas, que trabajan horas y horas, sábados y domingos, que se erijan en héroes y se inmolen por nosotros.

¿Por qué estamos hoy tan poco preparados para enfrentar la realidad?

Porque somos la generación que lo tuvo todo sin luchar por ello. Estamos muy poco acostumbrados a la lucha y al sacrificio. Queremos que todo nos venga dado, que todo esté al alcance de un clic. Somos la sociedad que en medio de una alerta roja meteorológica pide la comida a Glovo. No se nos ocurre pensar en la persona que tendrá que ir en bicicleta bajo los rayos y truenos, sólo en comer nuestra pizza en el sofá. Y un día pasará que la persona de la bicicleta seremos nosotros. Y, por supuesto, como es lógico, nadie nos va a ayudar. Que nadie piense que estoy dando charlas morales, yo soy el primer egocéntrico de mierda.

Admitir las carencias que uno tiene también, en definitiva, hace que no esté todo perdido

Es el primer paso, sin duda. Pero no puedes quedarte ahí. Si lo analizo personalmente, creo que estoy un poco en esa situación. Me digo: qué maduro eres que admites tus carencias. Ahora, hacer algo para cambiarlo… qué pereza. Mañana si eso empiezo…

Y aprender a aceptar las reglas del juego, aceptar la vida como es…

O no. ¿Cómo es la vida en realidad? Suelen decirnos demasiado cómo es la vida y creo que cada uno tiene que descubrirlo por sí mismo. Por eso espero que nadie me haga mucho caso a mí (risas).

Es sin duda una novela coral, ¿qué piensa de cada personaje, con quién se siente más identificado?

A mí me gustaría ser Marga, sin duda. Una parte de Marga está inspirada en Paula, mi mejor amiga, que falleció de cáncer con 31 años. Era una persona increíble, algo fuera de este mundo. Marga heredó de Paula la fuerza con la que afrontó la enfermedad. Tengo claro que es la mejor persona de los cinco. A Karl también le tengo cariño, porque me parece que es la que más madura y avanza en la novela. Los tres hombres, Hans, Moritz y Rudolph, son los auténticos infelices, llenos de defectos y miserias. Y por desgracia son los que más se parecen a mí.

Y habla también de la envidia. Dice que los amigos de verdad no pueden serlo toda la vida porque cuando existen amor y amistad existen celos, envidia y dolor, ¿no tenemos remedio? ¿Seguimos repitiendo errores casi históricos?

Volvemos al tema del deseo. Sólo deseamos lo que no tenemos y, por extensión, lo que tienen otros. Por eso, la envidia es el motor de nuestra sociedad desde tiempos inmemoriales. Creo que si pudiésemos controlar la envidia, nuestra sociedad sería mucho mejor. Pero cómo vamos a hacerlo si todos los mensajes que nos llegan de los medios, de la publicidad, de las redes sociales, son precisamente para fomentarla. El termómetro del éxito hoy es el número de personas que te envidien.

También trata la nostalgia, ¿recordamos más de épocas en que hemos sido felices?

Esto es algo que va conmigo incluso en el presente. A veces estoy viviendo un momento y pienso: cómo me va a gustar recordar esto. Me gusta más recordar que vivir. Y vuelvo a preguntarme: ¿esto es algo que me pasa sólo a mí o hay más gente como yo? No lo sé, de verdad.

La música tiene una importancia real en la novela como B.S.O., prácticamente es un personaje más, con The Smiths, Morrissey, R.E.M., Glenn Gould y Bach, Manic Street Preachers… Llega a decir «me ocurre algo que no me pasa con otras creaciones culturales, con las que soy incapaz de llorar, mientras que las canciones me llegan muy adentro», ¿por qué decidió darle a la música este rol?

Porque es más fácil que recuerde una frase de una canción que de una novela. Y tiene una explicación sencilla. Una novela la leo una vez, dos como mucho, las canciones que me gustan las escucho cientos de veces. Entonces, cuando necesito expresar un sentimiento muchas veces me salen versos de canciones. De hecho muchos de ellos están en elipsis o paráfrasis en Infelices. La música tiene ese rol en el libro porque tiene ese rol en mi vida.

Precisamente Morrissey es el eterno insatisfecho con su existencia y enfadado con el mundo

Morrissey el personaje, el provocador, es una persona que me exaspera. Morrissey el letrista es quizás el autor que más ha sabido expresar en sus canciones lo que yo siento. Tanto, que a los catorce o quince años, cuando empecé a entender sus letras, pensaba: joder, es que las escribe para mí.

¿Y qué autor/autores tenía en mente cuando decidió convertirse en escritor?

Cuando quise convertirme en escritor, probablemente a Tolkien o Michael Ende. Cuando decidí escribir Infelices, sin duda a Chirbes, porque Crematorio  fue la obra que me empujó a escribir; a Auster, a Kundera, a Palahniuk, a Franzen, a Kennedy Toole… Creo que muchos de ellos dejan rastro directo en mi novela.

Tras estos años escribiendo y tras conversar sobre todo ello, ¿qué no tiene claro todavía?

Esta es fácil. Claro, claro, ahora mismo no tengo nada. De hecho me encuentro en la etapa de mayores cambios en mi vida y en la que más me interrogo acerca de todo.

Usted ha llegado al éxito inmediato con su primera novela, ¿cómo está afrontando esta felicidad?

Una de las cosas que no tengo claras es qué es el éxito. Creo que es un concepto muy relacionado con la adaptación hedónica. Siempre quieres más. Hace cuatro meses hubiese firmado todo lo que me ha pasado, que ha sido buenísimo, casi un sueño. Pero ahora lo único que pienso es que no pare, que siga, que Infelices siga entrando en casas, que siga leyéndose. Que haya una segunda novela… Y sí, a veces pienso: qué feliz voy a ser cuando recuerde todo esto que me está pasando (risas).

Tomando aquella frase de Kafka: «Un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro», ¿la lectura, la literatura, nos salva, nos sana?

Más que la literatura, lo diría de la cultura. Yo en estos 41 años de vida sólo he encontrado dos motivos para seguir viviendo, el primero, con mucha diferencia, es el amor, en un sentido amplio que incluye la amistad, el segundo es la cultura, el conocimiento. El resto me parece un sinsentido.

¿Qué tiene siempre presente?

A las personas a las que quiero. No son muchas, pero las quiero más que a ninguna otra cosa, incluido a mí.

¿Qué se ha propuesto?

Seguir viviendo, que no es poco. Darle cada día a la vida otra oportunidad de sorprenderme.

 

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