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Sociedad del espectáculoLetrasJavier Vásconez, escritor de lo probable

Javier Vásconez, escritor de lo probable

Javier Vásconez

Cuando pienso en Javier Vásconez se me viene a la mente el color gris. La ciudad de su mundo literario está absorbida por una nube gris perpetua, espejo de la melancolía que acosa, sin excepción, a todos sus personajes. Hablo de un solo mundo y una sola ciudad, porque cada una de sus obras están conectadas entre sí, a veces no solo por el escenario, sino también por los personajes, que desaparecen y reaparecen entre los límites de las portadas de los libros.

Es aquí donde comienza el problema. Javier Vásconez es un dolor de cabeza para el filólogo. Se dice que una diferencia entre los textos ficcionales y los no ficcionales es que, para acceder a un mundo ficcional, hay una sola fuente, mientras que para acceder al conocimiento que ofrecen los textos no ficcionales hay varias. ¿Qué hacer con un mundo al cual conducen varios caminos, un mundo que, además, se llama como el nuestro y se apropia de los lugares que conocemos? Aristóteles diría que la obra de arte no imita la realidad de forma directa y que la tarea del poeta es la de contar lo probable y no lo real. Aferrémonos (o, al menos, temporalmente) a la idea de que Javier Vásconez escribe sobre lo probable.

Cabe en este punto hacer una aclaración; la obra de este autor no se conforma de muchos volúmenes de una misma saga, en la que hay la continuidad de una misma historia. Tampoco se debe entender como muchas sagas que se complementan entre sí y cuentan la historia de los diferentes personajes. Se trata, realmente, de una permanencia del mismo mundo literario, habitado por personajes que van y vienen a su antojo.

Volvamos a la hipótesis provisional de que Javier Vásconez escribe sobre lo probable. Esta teoría empieza a tambalearse cuando de repente el lector se encuentra con el periodista J. Vásconez, como sucede en las novelas La sombra del apostador y en Hoteles del silencio. ¿Es acaso el autor real el que habla directamente a los lectores?

Silke Lahn y Jan Christoph Meister desarrollaron un modelo de comunicación para obras literarias. Los autores establecen que existe comunicación a varios niveles; el autor empírico se comunica con el lector real, mas no es el autor quien cuenta la historia. ¿Quién es, entonces, el que introduce la figura del narrador en la obra? Lahn/Meister hablan de una instancia narrativa, quien sirve de puente entre el autor y el narrador. Esta instancia permanece implícita, puesto que se trata de un constructo del lector. La instancia narrativa no es poco controvertida dentro de las ciencias literarias; sin embargo, es necesaria para comprender la complejidad de la comunicación en la obra de Vásconez.

La primera confusión a la que nos lleva el escritor es la de creer que el autor y el narrador son la misma persona. Según Lahn/Meister, ambos entes deben separarse estrictamente entre sí, ya que el narrador es ficticio. ¿Se trata, entonces, de la instancia narrativa? A esto se debe responder que no, debido a que la instancia narrativa es un constructo del lector. La conclusión lógica sería nombrar a J. Vásconez como narrador; sin embargo, la estructura es mucho más compleja. En La sombra del apostador la instancia narrativa intercala sin previo aviso un narrador omnisciente (narrador heterodiegético con focalización nivel cero en la terminología de Foucault) con un narrador personaje (narrador homodiegético con focalización interna). ¿Quién es este narrador omnisciente? Nos encontramos, sin duda, ante una instancia superior a J. Vásconez, puesto que sabe más cosas acerca del mundo literario que comparten. Vuelve en este momento la tentación de declararlo igual al autor o a la instancia narrativa.

Baudelaire deja a la voz lírica de su poema Correspondances expresar que la naturaleza habla en correspondencias. Se puede buscar entonces correspondencias entre la jerarquía literaria y una posible jerarquía en la vida real. Aparece una instancia superior al autor empírico, quien tiene un mayor conocimiento sobre su mundo y quien incluso tiene el poder de controlarlo. ¿Quién es? ¿Existe acaso pregunta más fundamental en la especie humana?

Como sucede solamente con pocos escritores, Javier Vásconez acorta la distancia entre autor, instancia narrativa y narrador de tal forma que el lector podría pensar que se trata de un mismo ente. En tal caso, al ser J. Vásconez ficticio y al corresponder él con el autor empírico, este último resultaría ser una ficción… o el narrador resultaría ser muy real y ya no tan probable como decíamos antes.

¿Cómo continúa el problema? Julia Kristeva sostiene que ningún texto está aislado y que todos los textos están conectados en un mosaico literario. Dado que no es posible librarse de la intertextualidad, parece que Javier Vásconez quisiera burlarse de ella usándola de maneras insospechadas. Aparentemente, todo se mantiene dentro de los límites de lo normal cuando siembra referencias a autores como Kafka o Nabokov, pero se verá que su intertextualidad empieza a tomar formas extraordinarias: un Gregorio Samsa que olvida a ratos su personalidad kafkiana se pasea por Hoteles del silencio y pronto el texto deja de referirse a otros textos y comienza a referirse a la realidad. Faulkner, Colette y la amante de Neruda son solo algunos de los que son arrancados de la realidad y de su mundo para encajar en el de Javier Vásconez. Este mundo, esta ciudad influirá sobre estos personajes aparentemente conocidos para perfilarlos con dimensiones inesperadas.

Pasamos de un problema a otro, pero esta vez se trata de un problema que aqueja a los personajes dentro de la diégesis, el mundo ficticio según Genette. Al hablar de la obra de Vásconez se debe mencionar a las mujeres, que son siempre un enigma de principio a fin. Las mujeres son un imposible, pero no son idealizadas a manera petrarquista; las mujeres son descritas quizá con más errores y fallas que virtudes, son seres completamente humanos que, a pesar de no ser perfectos, siguen siendo inalcanzables.

Una mujer tan terrenal no debería ser inalcanzable, entonces, ¿por qué lo es? Es, en realidad, el hombre quien es incapaz de conquistarla, pese a arrastrar ese amor obsesivo tan característico de la obra de Vásconez; es el hombre quien se sumerge por este motivo en la melancolía y en la angustia.

Nos encontramos con un narrador muy real y personajes muy reales (ya sea porque ciertamente existieron o porque son terrenales y no idealizados). ¿Cómo explicar, entonces, las situaciones absurdas con las que se confronta al lector? ¿Pintar a una joven frente al mar sin irse de la sierra, Faulkner visitando la ciudad? Volviendo a Aristóteles, el poeta no realiza una imitación directa de la realidad. Ahora bien, aunque la imitación sea indirecta, sigue siendo una imitación. El absurdo literario de Javier Vásconez es un espejo del absurdo, del sinsentido que vivimos en el día a día en nuestra realidad, en nuestra ciudad tan similar. Su obra abre los ojos y la mente de los lectores a cuestionar la realidad y a intentar buscarle un sentido. ¿Javier Vásconez escribe sobre lo probable? Sí, sobre aquello posible según las leyes de probabilidad. Probabilidad que aumenta de manera proporcional al número de páginas leídas.

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