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Jeroglíficos

Hubo un tiempo en que las palabras tenían tanta vida, que los escribas las ataban por una pata para que no pudieran escapar o las partían en dos para que no mordieran. Entonces, la piedra parecía lo único capaz de contener aquellas imágenes, el bastón en el que Dios se apoyaba para hacerse entender.

 

La remota mañana de su aparición, el cielo prometía novedades. La luz, novedad de todas las mañanas, apareció en el Este y recibió miradas fugaces y alegres; Dios apareció en todas partes y contó a los hombres que las palabras habían brotado de sus manos, que no volverían a ser las mismas. Los hombres, que habían escuchado atentamente frontándose las manos a imagen y semejanza, se disponían a celebrar esto cuando la víbora cornuda, que estaba entre las palabras, mordió a Dios en un dedo. Poco después, las palabras caminaban junto a los hombres.

 

A partir de aquí, las novedades son tantas que resulta caótico referirlas.

 

La caída de las palabras, tan súbita y estrepitosa, despertó gran curiosidad entre los hombres, que esperaban leer en ellas todo lo que no conocían. Pero las palabras corrían en todas direcciones, cambiando de significado a capricho: En un sentido, sólo se percibía el bullicio que formaban; al ir de frente, sólo importaba su imagen y al tomar una dirección menos habitual, adoptaban misteriosas identidades. Por ejemplo, el jeroglífico lechuza podía emitir el sonido mmm, podía presentarse como lechuza o relacionarse con la interiorización, con lo que está dentro.

 

Como los mensajes eran difíciles de comprender y los más timoratos estaban a punto de rogar a Dios que volviese a buscarlas; las palabras, en un desesperado intento de evitar esto, llamaron a cada uno por su nombre y en el acto acudieron todos. Entusiasmadas, llamaron también a los hechos y las acciones y sucedieron todos a la vez. Después, crearon el futuro al nombrarlo y fueron a caer en manos de los escribas.

 

La víbora cornuda, la lechuza y todos los jeroglíficos vivirían asombrosas aventuras antes de convertirse en las palabras claras y sencillas de mis deberes a las que el mundo desafía empecinado en su complejidad y confusión. Creo que las palabras llegaron a nuestras manos casi sin vida porque desde el principio las utilizaron unos pocos para atemorizar a la mayoría.

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