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Mientras tantoJesús Marchamalo: "Recordar al joven que uno fue es lo que permite...

Jesús Marchamalo: «Recordar al joven que uno fue es lo que permite reconocerse en quien se es ahora»


                        Jesús Marchamalo (Fotografía: Vicente Almazán)

«Jesús Marchamalo lleva siempre encima una libreta, para lo que se tercie anotar; una cámara de fotos, para lo que se tercie inmortalizar al paso, ya sea una biblioteca ajena o una estampa urbana que le llame la atención; una grabadora, para lo que se tercie recoger de los sonidos del mundo, incluidos los ruidos teóricos de sus colegas de escritura; alguna estilográfica de gran estilo, y lápices, y rotuladores, para lo que se tercie dibujar…  Pues bien, Marchamalo, que más que un literato es una metaliteratura andante, se ha puesto a recordar, y se ha acordado de cosas que sus coetáneos teníamos mayormente olvidadas, de modo que este libro suyo tiene algo de regalo hecho de tiempo, pues nos devuelve imágenes de menudencias que, a pesar de su pequeñez, aciertan a reconstruir sensaciones muy nítidas en las que reverbera -sobre todo-  nuestra infancia [….] El título que agavilla estos recuerdos se lo ha tomado en préstamo a Georges Perec…». Estas palabras están tomadas del prólogo de Felipe Benítez Reyes que abre Me acuerdo, de Jesús Marchamalo.

El libro de Perec era un homenaje –je me souviens- al que años antes había publicado el artista norteamericano Joe Brainard. Dice Marchamalo que ocurre con los meacuerdos que son como las cerezas, que se enganchan unos con otros y es difícil parar porque hay algo también caprichoso en ellos, algo de destello, de truco de ilusionismo que obliga a atraparlos al vuelo ante la posibilidad de que acaben erráticos escabulléndose. Si en alguna parte de un libro hay una frase esperándonos para darle un sentido a nuestra existencia, como nos previó Cervantes, estos meacuerdos rescatan pequeños fragmentos de cotidianidad de una época que ya no existe, pero recorren sin descanso laberintos en nuestra memoria para comprender quienes somos. «Vivimos experiencias que ningún ser humano se merece, pero también, a veces, uno percibe que ha sido un privilegio vivir», recuerdo a Francisco Brines. Precisamente, la poesía de aquellos aromas como el perfume de las madres, los teléfonos de góndola, el algodón dulce, los suspensos a los que llamábamos cates y el cambio de la luz de 125 a 220 de voltaje encienden nuestra memoria y nos guían atravesando sutiles nuestra trama existencial. Comprobado: algunos recuerdos insisten y se niegan a ser olvidados. La memoria como motor de vida en una, además, deliciosa y cuidada edición surgida de la mano del editor Imanol Bértolo –Papeles Mínimos- acompañada de maravillosas ilustraciones.

Jesús Marchamalo es escritor -autor de una veintena de libros como La tienda de palabras, Tocar los libros, Las bibliotecas perdidas, Los reinos de papel, La conquista de los polos entre otros – y periodista, pero también alguien que quedará en muchos de nuestros meacuerdos ya que desarrolla su carrera en Radio Nacional de España y lo escuchamos en el informativo cultural El ojo crítico y La estación azul. Asimismo, lo conocimos en televisión cuando presentaba Al habla, aquel concurso sobre el conocimiento y el uso del idioma español acompañado de Guillermo Summers e Ignacio Salas en Televisión Española.

Esta conversación sobre sus meacuerdos se lleva a cabo con un Jesús Marchamalo, en esta ocasión, comisario cultural. El autor se encuentra ultimando los detalles de la gran exposición dedicada a Miguel Delibes, con motivo del centenario de su nacimiento, y que se inaugurará en la Biblioteca Nacional en marzo de 2020. «La muestra  –me cuenta entusiasmado Marchamalo-  recorrerá su vida -su mujer, Ángeles y sus hijos- y, sobre todo, su obra así como sus facetas de periodista y profesor. Mostrará su manera minuciosa de trabajar, siempre a mano, en cuartillas de papel de periódico de las bobinas de El Norte de Castilla, diario del que llegaría a ser director y desvelará aspectos menos conocidos de su vida que sorprenderán a muchos como su infancia en Valladolid, su abuelo francés –descendiente de Léo Delibes, el compositor-, sus estudios de Comercio o sus primeros trabajos como caricaturista en El Norte de Castilla». Así es, Castilla, «otro de sus grandes temas –sus paisajes, sus gentes, la reivindicación del mundo rural-, convertida en territorio literario. Un recorrido emotivo en el que no faltará su relación con el cine y con el teatro así como el Premio Nadal». Valladolid será la siguiente sede que acogerá la expo sumándose, lógicamente, a los actos de homenaje que, a lo largo de todo el año, recordarán y reivindicarán su figura y su obra.

 

¿Es el momento de volver a la emoción?

Siempre es un buen momento para volver a la emoción. El otro día leí un artículo en el que un neurocientífico decía que el cerebro sólo es capaz de aprender si hay emoción. Es una certeza con la que secretamente convivíamos, y me encantó que la ciencia lo haya confirmado. Vivir es emocionarse.

Si Me acuerdo de Perec era el día a día de la Francia de los años 40 o 50, ¿qué ha querido, en concreto, transmitirnos con estos recuerdos, con su propio Me acuerdo?

No ha habido más voluntad que recuperar la memoria de mi infancia y adolescencia por medio de estos destellos, casi revelaciones, que son los meacuerdo y que construyen mi memoria personal pero que trazan también, inevitablemente, una cierta memoria colectiva, la de los niños que crecimos en los años sesenta y setenta, aunque también hay recuerdos más recientes.

¿Con qué criterio ha escogido cada uno? ¿No están ordenados bajo un criterio concreto, no?

No ha habido criterio. Ni orden. Ni plan preestablecido. Cuento en el prólogo que los recuerdos acuden, al menos en mi caso, de una manera desordenada y caótica, de modo que tengo la sensación de haberlos ido cazando al vuelo según aparecían. Los anotaba en papelitos, cuadernos, los grababa en el móvil… Y cuando empecé a trabajar en el libro, hice una selección de los que más me gustaban. No ha habido más orden, ni más plan, ni más criterio. Es decir, el libro funciona con el capricho con el que funciona la propia memoria.

Esta incursión, en definitiva, en su intimidad y en los recovecos de su mente, ¿en algún momento le ha producido algún contratiempo, cierta contrariedad?

La verdad es que no. Sí hubo momentos de sorpresa al recuperar, de repente, un recuerdo que había olvidado por completo, de ahí que hablara antes de revelación. Pero no, no he encontrado nada que me haya hecho sufrir. De modo que no ha habido cautelas a la hora de recordar

El escritor o es memoria o no es nada…

Sin duda. Pero iría un poco más lejos, diría que todos somos memoria o nada. Estamos construidos de recuerdos: lo que leemos, el cine que hemos visto, las ciudades que hemos visitado, las experiencias vividas… Somos lo que recordamos y lo que queda de nosotros es el recuerdo de los demás.

¿Le provoca cierto vértigo echar la mirada atrás?

No soy nada nostálgico. No soy de los que se acerca al pasado con la melancolía de haber vivido entonces tiempos mejores. Empecé a trabajar como periodista, escritor siendo muy joven, y siempre fui el más joven en las redacciones: en la radio, en los periódicos, en televisión… Y creo que eso te inmuniza; nunca me ha importado cumplir años, y de hecho hasta hace poco siempre me ponía algún año más por coquetería, de modo que no, no me da vértigo el pasado.

Para Ramón y Cajal no existían librerías de recuerdos: los recuerdos son las sinapsis, son efímeros, pura química, decía… Venga, vamos a llevarle la contraria al premio Nobel…

Me encanta Cajal. Una vez, hace años, vi una exposición de sus dibujos de neuronas y células cerebrales y me parecieron maravillosos. Hay un capítulo de la serie Big Bang Theory en el que a Sheldon Cooper, el protagonista,  le regalan un grabado de Cajal, y me encantó el momento y el regalo. De Cajal leí su libro de recuerdos Mi infancia y juventud, una delicia, y allí no habla nada de elementos químicos sino de su mundo infantil.

Qué necesidad tenía de recordar ahora que nos intentan grabar a fuego que hay que vivir al día y no echar la mirada atrás… ¿No será que prefiere uno evitarse sobresaltos? ¿en realidad es un mecanismo de autodefensa?

Tenemos una relación muy contradictoria con la memoria. La tecnología nos lleva a la certeza, ingenua, de que nuestra memoria está a buen recaudo: los discos duros, los ordenadores, los teléfonos móviles, los terabytes, la nube, y sin embargo nunca la memoria ha sido tan frágil. Tengo en casa discos de memoria que ya no puedo leer, tengo películas en VHS y en Beta para las que ya no tenemos reproductores, tengo carpetas con fotografías digitales en las que no sé lo que hay… Guardamos todo, pero somos incapaces de recuperarlo. Y, sin embargo, también es bueno olvidar. Es bueno y es inevitable porque no podríamos vivir si recordáramos todo, recuerde aquel cuento de Borges, Funes el memorioso.

Le felicito. Hay que ser muy valiente para mirar nuestro pasado. La gente tiene miedo a echar un vistazo al pasado al aflorar ciertas cosas que nos recuerden y nos remuevan momentos…

No sé si es valentía o inconsciencia. Pero es cierto que el pasado está lleno de prevenciones, a veces gratuitas, y amenazas, la mayor parte de las veces inexistentes.

¿Recomienda como terapia recordar?

Desde luego. Recordar al chico, al joven que uno fue -sus miedos, aspiraciones y sueños íntimos- es lo que permite reconocerse en quien se es ahora.

Leí hace poco un reportaje sobre un estudio en el que preguntaban a la gente sobre algo que recordaran, traumático o no tanto, y si estarían dispuestos a tomar una droga para borrarlo de la memoria. No quisieron. La conclusión: eran sus recuerdos y sus vidas y no querían que nadie se los tocara… ¿Qué opina?

Soy de esa misma opinión. No sabría decirle tras un suceso especialmente grave o traumático, pero creo que hay algo sanador en aprender a vivir con el pasado, en congraciarse con él.

Tomando aquella frase de Kafka: «Un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro», ¿la lectura, la literatura nos salva, nos sana?

Buena pregunta. Esta semana he estado escribiendo sobre eso y en concreto sobre Rilke; se pinchó en un dedo con la espina de un rosal, lo que le provocó una infección que se acabó complicando con la leucemia que padecía. Rilke rechazó los remedios de los médicos y decidió refugiarse en la lectura. Murió, claro, porque hay veces que ni siquiera la lectura puede salvarnos. Aun así la literatura es siempre un consuelo. Siempre cito al raro Houellebecq, el escritor francés, y esa frase suya tan sugerente: «El problema de quienes no leen, es que deben conformarse con la vida». Y yo, desde luego, no soy fácil de conformar.

¿Recordamos más de épocas en que hemos sido felices?

No sabría decirle. Pero en este libro recuerdo-hablo del algodón dulce y de la muerte de mi madre; del tiro al blanco de las ferias, y del día que me operaron de las anginas… Hay algo accidental en la manera en que se presentan los recuerdos, algo impremeditado. En todo caso, la propia memoria tiene también un componente caótico: recordamos cosas intrascendentes, banales -el color de unos zapatos, un jersey, una marca de tabaco- y olvidamos por completo momentos que fueron cruciales de nuestra vida.

Yo, Jesús, puedo decir (algo nostálgica) que «me acuerdo de que muchos de mis célebres entrevistados me nombraban a Jesús Marchamalo y sus libros como lecturas habituales en sus mesitas de noche».

Caray, es una agradabilísima sorpresa, una deferencia que agradezco a sus entrevistados.

Como análisis sociológico que, en definitiva, es este recorrido de la memoria, ¿qué certezas le han quedado tras atravesar estos pasajes de su memoria? ¿qué ha comprobado que se repite más en su mapa vital y, en definitiva, en nuestro recorrido de época?

No me he fijado, la verdad. Pero así de memoria, veo que hay cine en mis recuerdos, frases de películas, actores, actrices; hay lecturas, encuentros con escritores que he conocido o que me han firmado libros, hay sabores y olores… Me han dicho que hay pocos recuerdos, de hecho creo que ninguno, que tengan que ver con los coches, por ejemplo, y no me extraña. En mi casa nunca hubo coche, y yo no tengo carné, de modo que nunca los coches han tenido mucho sitio en mi vida.

¿Es bueno echar mano de la nostalgia?

No sé si es bueno o malo, pero sí es en cierto modo inevitable. Recordar es enfrentarse a la certeza de que hay cosas, momentos, personas que ya sólo existen en nuestros recuerdos. Esa es una certeza terrible, pero al tiempo confortadora.

De la lectura de Me acuerdo salen unos cuantos descubrimientos en mi memoria que había olvidado. Yo sí le agradezco que me haya removido ciertos recuerdos. Es una lectura y un ejercicio muy recomendable…

Qué bien, cuánto me alegro de haber despertado algún recuerdo a partir de los míos. Pero tenga cuidado porque uno sabe dónde empieza, pero no dónde va a acabar llegando. El otro día, leyendo las memorias de José Luis Cuerda, me sorprendí anotando no sé cuántos recuerdos que me despertaron los suyos: las fotonovelas, las confiterías, las películas toleradas, la quina Santa Catalina…

Todo un prodigio de memoria la suya, hoy que a causa de tanto teléfono móvil ya ni recordamos los teléfonos de nuestros familiares, acudimos directamente a pulsar un botón. Y antes nos sabíamos los teléfonos de nuestros amigos del colegio o nuestra casa…

Cuento en el libro que tenía un tío, hermano de mi madre, mi tío Moisés, que trabajaba en Telefónica, y que siempre conseguía para la familia números de teléfono divertidos: el de mi madre, por ejemplo, era 232.22.92 y el mío 257.75.77, pero es cierto que hemos aprendido a olvidar muy rápido.

Ahora, además, tenemos otro problema a consecuencia de las noticias falsas y las redes sociales. La información que recibimos está contaminada por la avalancha de fake news y nuestros recuerdos, por lo tanto, se mezclan entre verdadero o falso. No sabremos, pasado un tiempo, si aquello que recordamos fue verdad o no. Y San Google termina guiándonos siempre…

Y es peligrosísimo. Siempre he sido muy malo poniendo títulos, una calamidad. Mis títulos son previsibles, poco atractivos, obvios, así que durante tiempo apuntaba en un cuaderno títulos que se me ocurrían, y que anotaba por si acababa necesitándolos. Hace poco encontré uno de esos cuadernos, con títulos, y uno de los que había anotado decía Del pasado imprevisible, y caí en que, efectivamente, el pasado es cada vez más imprevisible. Hay reconstrucción interesada del pasado y por eso es tan importante acordarse de las cosas.

El secreto está, supongo, en la correcta información y saber informarnos. En saber valorar y acudir al periodismo de los buenos periodistas… ¿qué opina?

Pues que estamos de acuerdo. En este mundo nuestro hiper tecnologizado, donde todo ocurre con una velocidad vertiginosa, la única opción es aprender a cribar la información, saber dónde buscar, y tener más de una fuente que nos permita contrastar aquello que nos dicen. Igual que el algoritmo puede predecir qué zapatillas van a gustarnos, o la mochila que vamos a creer necesitar, puede ocurrir que también nos filtren sólo las noticias que puedan interesarnos, aquellas que nos gusten. Recuerdo haber leído que Stalin ordenó hacer un ejemplar de Pravda sólo para Gorki. De ese único ejemplar se eliminaban todas las noticias que pudieran molestarle, y que se cambiaban por noticias positivas, amables. Así Gorki acabó sus días viviendo en un país imaginario, un lugar que no existía más que en los titulares del periódico que hacían para él. Sería terrible.

Georges Perec decía que no tenía recuerdos de su infancia algo en lo que usted no coincide con él en este libro…  abundan recuerdos de todas épocas.

Eso me podría hacer pasar por un tipo memorioso, y no es cierto. Parecerá una pose, pero tengo muy mala memoria. He ido acopiando recuerdos durante los últimos casi diez años, y en el libro hay 498, así que hay un recuerdo cada seis o siete días, tampoco es para tanto.

Los cinco sentidos nos evocan recuerdos: el tacto, el olor,…¿cuáles de estos sentidos le han producido más intensidad, le han evocado más recuerdos? ¿En cuál está más vivo?

No sé si es mi caso, pero dicen que los recuerdos que resultan más vivaces son los provocados por los olores; una colonia, un perfume provoca, de repente, un recuerdo de una vivacidad sorprendente. Pero no sé, a Proust le pasaba con las magdalenas.

Estos recuerdos parecen como sacados también del objetivo de un fotógrafo. Es como captar una imagen ayudándonos mucho mejor a comprender el mundo. ¿Este libro, este formato, es una forma de querer entender quiénes somos y el mundo que nos ha tocado vivir?

El otro día, en la presentación del libro, alguien comentó que estos meacuerdo se asemejan a fotografías de un álbum, y creo que es una buena comparación. Las fotos, los meacuerdos son destellos, fogonazos que van iluminando fragmentos de un desván que es el pasado.

Los recuerdos de Perec en Me acuerdo no eran únicamente de él, sino de amigos que pasaban a sugerirle, por lo tanto, un trabajo de memoria colectiva, ¿estamos ante un imaginario popular de la época con su propio Me acuerdo?

En mi caso, no, todos los recuerdos son míos, aunque el libro incluye el trabajo de quince ilustradores, todos ellos admirados amigos, que han interpretado, según su mirada, alguno de mis recuerdos.

Considero que no valoramos esa oportunidad inmensa de vivir junto a nuestro pasado. Disfrutar momentos de nuestra vida, de nuestra historia, pasar minutos transportado a experiencias cruciales. Considero un placer este ejercicio de traer a nuestro presente recuerdos en este mundo en el que vivimos obsesionados por las prisas. ¿Qué opina? 

Resulta un poco tópica la frase, pero es cierto hay otros mundos pero están en este. Y esos otros mundos son los mundos a los que nos llevan los recuerdos.

Hoy todo parece revestido de nostalgia. En televisión los programas que rememoran vidas de actores o personajes de otras épocas obtienen una audiencia máxima.  Por algo será… ¿qué opina?

Sí hay, creo yo, una idea de que nuestro mundo era más fácil antes, más tranquilo, más habitable, de modo que en el pasado nos sentimos más protegidos. No hay nada más que abrir un periódico, ver un informativo, para encontrarse con un entorno caótico que amenaza con derrumbarse a nuestro paso. No es extraño sentir nostalgia, porque al final la infancia acaba siendo, como decía Delibes, una patria común, un lugar al que volvemos siempre.

Por cierto, ¿siente nostalgia de la televisión? ¿Echa de menos aquella época? ¿Hoy sería imposible?

Nunca he echado de menos la tele. Salir en televisión te cambia la vida, o al menos hace veinte años te la cambiaba. Como contaba antes, no tengo coche, no conduzco, y voy a todas partes en transporte público o andando. Nunca he sentido que fuera famoso, pero sí tuve un momento en que era popular, y lo que al principio es agradable; que alguien te pare, hable contigo, te pida un autógrafo, acaba siendo algo con lo que se convive con dificultad.

Al Habla fue una maravilla, recuerdo aquella época, en La 2, ahora sí con nostalgia, y recuerdo con mucho cariño a Ignacio Salas, Guillermo Summers, Susana Hernández, Ángeles Macua, Clara Francia… Nos reíamos muchísimo. Pero desde que acabó el programa no he vuelto a intentar hacer televisión. También es verdad que no me han llamado nunca para proponerme un programa, pero estoy muy a gusto en la radio, en Radio Nacional, donde puedes ser perfectamente anónimo.

¿Recuerda de dónde le viene esta pasión suya por los libros?

Mi pasión por los libros tiene que ver con mi pasión por la lectura. Me recuerdo siempre leyendo, desde muy pequeño, y la lectura ha sido siempre esencial en mi vida, creo que no podría vivir sin leer, o al menos no podría vivir como a mí me gusta. Eso no quiere decir que no me gusten otras cosas; me encanta quedar con los amigos, montar en bici, tirar con arco, nadar, charlar… No creo que responda en absoluto a la idea que tenemos de un ratón de biblioteca, al final todo es compatible, todo es compaginable.

¿De qué no quiere acordarse?
Se me ocurre, así de pronto, que del nombre de un lugar de La Mancha, como el Quijote.

Algo inevitable que le pasará cuando emprenda un segundo libro de Me acuerdo será: «Me acuerdo cuando votábamos cada cuatro años»

Tal vez, sí. Pero ojalá nunca tengamos que decir ‘me acuerdo de cuando votábamos’.

El pasado ya hemos visto cómo lo recuerda pero, ¿y el futuro, cómo lo ve?

Bien, aunque es difícil. Soy un optimista enfermizo, a pesar de los esfuerzos que hace el mundo, a diario, para reprochármelo. Pero al final creo que estamos condenados a hacer de este mundo nuestro un lugar mejor. Y me encantan los jóvenes y su manera solidaria, comprometida de pensar. Así que miro el futuro con esperanza. A veces un poco de reojo, pero con esperanza.

¿Qué consejo o enseñanza no ha olvidado jamás?

Soy muy olvidadizo, ya le digo. No es algo de lo que esté orgulloso, pero hay una edad en que se aprende a convivir con las propias carencias. ¿Cuál era la pregunta?

 

 

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