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Joe Bageant: un hombre bueno, un buen periodista

 

Hay pocas cosas tan complicadas como ver el mundo más allá de los tópicos. Tal es, por lo general, la virtud suprema del escritor, del artista. Joe Bageant, con su infinita modestia, logró algo así cuando escribió sus Crónicas de la América profunda (Los libros del lince). Nos dio una visión nueva de una parte de la sociedad norteamericana que por lo general menospreciamos e incluso odiamos, la de ese núcleo de población formada por blancos pobres, incultos, amantes de la caza y de las armas, que el resto del mundo contempla con los ojos presuntuosos de los progres, ricos, cultos y algo gilipollas habitantes de Manhattan.

       Ahora Joe Bageant ha muerto, y con él se nos ha ido un hombre bueno, capaz de convertir la amistad en una virtud que repartía generosidad por todo el mundo. Pero también se nos ha ido un reinventor del nuevo periodismo, alguien capaz de ver las cosas de verdad, de narrar con sencillez y emoción.

       El mundo es menos cerril gracias al esfuerzo que hizo él por mirar desde cerca, con cariño y repulsión a la vez, a ese grupo social que forma el núcleo duro de lo peor de América, pero que leyendo a Bageant podemos comprender y, en muchos aspectos, querer como él los quiso. No hay ambigüedad alguna en sus puntos de vista, pero Bageant separa lo condenable de lo comprensible, y entendiendo qué pasa ahí, de dónde viene todo eso, logra lo que los mejores antropólogos consiguen con la ciencia: permitirnos que este fenómeno social nos resulte humano y accesible.

       Joe Bageant nació en medio de ese grupo de blancos pobres, huyó de él al final de su adolescencia para ser primero un hippy de furgoneta y luego un periodista que se quemó las pestañas en cien redacciones. Cumplidos los cincuenta y cinco años, Bageant regresó a su pequeña ciudad, Winchester, allí donde seguía viviendo su familia, formada entre otros por un predicador fundamentalista, y tuvo la bendita ocurrencia de quedarse, mirar, y contar lo que veía. Explicar de dónde procedía esa mentalidad de gente de la frontera que, siglos atrás, había vivido en el norte de Inglaterra, luego participó en la conquista de Irlanda, y finalmente emigró hacia América para vivir aislada de todo lo que América terminó significando para el resto del mundo.

       En el libro que, de acuerdo con él, titulé Crónicas de la América profunda (en inglés se titulaba Deer Hunting with Jesus, es decir “Cazando ciervos con Jesucristo”), nos cuenta que ha decidido hablar de su gente, de esa gente de Winchester que permanece en la pobreza, sin seguridad social, con trabajos infames, que jamás ha leído un libro (como no sea la Biblia), que ahoga en cerveza su necedad, que no tiene para pagarse un seguro médico privado y suele morir sin los tratamientos adecuados, que es estafada sistemáticamente por los patronos, los gobiernos, los políticos, pero que en nombre de aquellas viejas ideas de la frontera vota siempre a los candidatos republicanos, sobre todo los más fundamentalistas.

       Bageant se libró por casualidad de todo aquello, y aunque era un tipo de ideas políticas de izquierdas, supo, al regresar, qué había que explicar a su gente. Winchester está apenas a unos cientos de kilómetros de Washington D. F., y sin embargo, se encuentra en una zona montañosa y salvaje en la que la prosperidad jamás ha penetrado. Es allí, en el norte del estado de Virginia, donde comienza esa masa incomprensible y jamás explicada de norteamericanos que no tienen nada que ver con Wall Street ni con Los Ángeles, ese Big South ideológico que puebla todo el antiguo Sur del algodón y ahora se extiende por todo el Middle West del maíz, toda esa América que en los mapas de los resultados electorales siempre es de color azul republicano, que vive de espaldas a las nuevas tecnologías y de cara a las viejas ideologías, y que fue masivamente engañada con las hipotecas subprime.

       El pasado enero recibí un e-mail en el que Joe me decía que no iba a volver a comunicarse con nadie hasta pasada una temporada, pues tenía que ingresar en un hospital para someterse a un tratamiento brutal contra un cáncer que había hecho metástasis por todo su cuerpo. Cuatro meses después recibí la noticia de su muerte. Pero antes de eso Bageant abandonó de nuevo Winchester para disfrutar de un bellísimo epílogo para su vida de currante. Su libro había sido un éxito mundial, y con los royalties se pegó durante unos pocos años la gran vida. Para empezar, su fama le permitió tener un enorme seguimiento por internet, ampliando el que ya había tenido cuando comenzó a escribir sobre su gente y publicarlo en algunas webs, hecho que llamó la atención de un editor de Crown, en Manhattan, claro, y que le llevó a escribir su primer libro.

       Bageant huyó de nuevo, primero a Belize y posteriormente a México, desde donde siguió escribiendo su blog y preparando un nuevo libro. Me contó sus planes de comprarse una casita en donde se había establecido, a orillas del lago Chapala, cerca de la ciudad de Guadalajara, y me dijo que era feliz con su nueva esposa. En su mail de despedida anunciaba que tenía intención de regresar. Pero su enfermedad le mató el 26 de marzo de 2011.

       Su nuevo libro Rainbow Pie narra la peripecia de su propia familia, parte de la cual se ve obligada a emigrar hacia las ciudades y formar allí el proletariado que suele votar en contra de sus propios intereses reales a favor de candidatos de derechas.

 

 

* Enrique Murillo es escritor y editor. Su última aventura editorial se llama Los libros del lince

 


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