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Jolgorio con olores de república

Mis últimas veinticuatro horas han sido de infarto. Se han acumulado tantas personas, tantas imágenes en esta realidad irreal en la que vivo desde hace un mes que tengo miedo de sufrir un ataque cardíaco, tener que abandonar la cueva en camilla y que se descubra que soy asintomático. Los síntomas son siempre los mismos: vértigos, desorientación y alucinaciones. Demasiada fantasía en esa cabeza enferma, diría si viviera mi padre, siempre él tan amable y comprensivo con los males de su retoño menor en circunstancias complicadas.

Estoy medio sonámbulo iniciando la gimnasia matinal cuando suena el timbre de la puerta. Es el conserje con una coqueta mascarilla higiénica. No me atrevo a preguntarle cuándo y cómo, y a qué precio sobre todo, la ha adquirido. Me solidarizo con él, sin confesárselo. Este hombre apenas tiene una sola jornada libre. El vecindario ha impuesto unas reglas firmes y le obliga a estar vigilante en la caseta acristalada por si el enemigo se cuela y dificulta que se entone el himno nacional al caer la tarde.

Mire, señor Esteruelas, no me pregunte muchos detalles, me anuncia a modo de disculpa mientras me entrega unas papeletas de voto. Anoche cayó la Monarquía. El Rey, la Reina, las dos infantas, el Emérito y la Emérita han zarpado esta mañana en un barco de la Armada desde Cartagena con destino a Trinidad Tobago. La III República ha sido proclamada a las ocho en punto de hoy, 15 de abril, coincidiendo con el 89 aniversario de la fundación de la II República. El presidente de la comunidad me ha dado unas papeletas de voto a repartir en todo el vecindario. Según parece, la orden es elegir nuevo jefe de Estado antes del telediario de la noche de la Primera.

Tiene buena memoria, controla las fechas históricas, observo.

Ramón, por Dios, pero qué me dice. ¿Cómo ha sido eso? Sigo la información al minuto, un poco por deformación profesional y otro porque la catástrofe del maldito virus me obliga a estar informado y a vivir en este horrible duermevela. Cerré los ojos a las cuatro, agotado de tantos sueños y pesadillas y tantos análisis sobre cómo será la desescalada. Si primero los niños y luego los ancianos. Si se hará por orden alfabético o por poder adquisitivo o por influencias. Ninguna emisora habló sobre el derrocamiento borbón y el cambio de régimen, le comento desconcertado.

Pues así es, Bosco. Me agrada que no recurra al don aunque no me tutea. Yo tengo mi opinión pero prefiero reservármela no vaya a ser que me ocurra lo de Rajoy, a quien los vecinos lo han denunciado por violar el confinamiento. Él lo ha admitido, se ha excusado por ese gesto tan insolidario y ha confesado a una radio local que lo hizo porque quería huir del vecindario. No los soporto más, ni a ellos ni a mi familia. Llevo un mes sin fútbol y eso es peor que no poder fumarme un habano, manifestó muy excitado.

Cuando se marcha Ramón doy un vistazo al material electoral que me acaba de entregar. Ya hay candidatos. Pues sí que se han dado prisa los partidos. Para lo que quieren se ponen de acuerdo en un santiamén, bufo. La candidatura socialista es Pepe Bono, la de los populares Mariano Rajoy, la de Vox José María Aznar, la de Ciudadanos Luis Garicano, las formaciones nacionalistas se abstienen y Teruel Existe presenta a su líder, Tomás Guitarte, vestido con un traje mezcla de baturro y de fallero. Vaya, exclamo, qué rápido discurren las cosas. Ayer me acosté súbdito de un monarca y esta mañana el conserje me comunica que soy ciudadano republicano. Suena bien. Casi mejor en francés: citoyen républicain. Vive la République! Entono La Marsellesa a grito pelado y al medio minuto escucho insultos de los vecinos de abajo. En mi inconsciencia no calculo las consecuencias que todo eso significa. ¿Tan importante es el modelo de Estado?, me digo mientras me cepillo los dientes y antes de meterme en la ducha.

No sé bien qué hacer. En un primer momento me inclino por poner una conferencia a Kingston y hablar con mi psicoanalista jamaicano. Siempre recurro a él. Maldita dependencia. Claro, desde que me quedé sin amores…, me lamento. Sin embargo, al poco lo descarto por temor a que me lance tres o cuatro insultos gruesos debido a la diferencia horaria o incluso piense que haya perdido definitivamente la razón y caído en una locura incurable. Seguramente no estaría del todo descaminado.

¿Debo votar?, me pregunto tratando de digerir los acontecimientos. ¿Yo, que soy asocial sin remedio y que apenas sé muy bien cómo una persona debe comportarse en un colegio electoral? La cabeza me da vueltas. Por no saber no sé ni dónde estoy censado. Voy a la repisa donde está una minicadena entrada en años como yo, rebusco entre los cedés por si tengo el himno de Riego. No, claro, ni por asomo. Imagino que en unas horas Amazon hará su agosto ofreciéndolo a buen precio, un precio republicano como el de la venta por las farmacias de mi barrio de mascarillas, guantes y gel higiénico.

Estoy exhausto. La radio y la televisión se han quedado mudas. Ni marchas republicanas ni canciones partisanas de la Guerra Civil. Silencio.

De nuevo, en lugar de salir al rellano, comprobar si mis vecinos, a los que he saludado sólo dos veces desde que me instalé en el edificio hace dos años, saben algo más y preguntarles si van a votar y cómo hacerlo, decido por contra la huida hacia dentro. Rebusco en los cajones del baño bien provistos de amplia farmacia. Aprendí de mi padre. Tenía un súper farmacológico en su piso de París. Cuando falleció hace 25 años descubrimos que la gran mayoría de productos estaban caducados.

Qué momentos históricos, inolvidables, excitantes a la par que trágicos, estoy viviendo, afirmo en voz alta mientras me preparo un moderado cóctel de orfidales y lexatines acompañados de una tónica light. Nada de alcohol y menos a estas horas.

Entro en el dormitorio, observo desde el balcón el mar -qué belleza, nunca me canso de hacerlo-, me acuesto, retomo la lectura orwelliana del Gran Hermano y al poco me viene el cansancio. Citoyen républicain!, digo suave. No sé si contento o asustado. Ese es mi sino. El despiste. La equidistancia. El no mojarme cuando mis congéneres se lanzan al agua a luchar contra las olas. ¿Dónde estarán ahora los Borbones?, me pregunto melancólico.  La historia se repite. Igual que su bisabuelo. Y caigo rendido.

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