Si hay algo que caracteriza al periodista estadounidense Jon Lee Anderson (Long Beach, California, 1957) es su capacidad para ponerse en el lugar del otro, y en empeñarse en que el lector se siente a su lado para escuchar atentamente todos los detalles. Reportero de guerra del New Yorker, donde ha refinado sus crónicas desde Latinoamérica a Oriente Próximo pasando por África, ha publicado libros como la biografía del Che Guevara, que le han consagrado como una referencia para los cronistas que consideran que el reportaje de largo aliento (el que cultiva su revista con gran rigor) es una de las mejores formas de explicar el mundo. Es lo que ahora mismo intenta desde Crimea, en Ucrania, y desde donde respondió a esta entrevista por correo electrónico.
―Su compatriota Timothy Snyder describió como Tierras de sangre el eje donde soviéticos y nazis cometieron crímenes inauditos en los años treinta y cuarenta del siglo pasado. ¿Cuál es el peso de la historia ahí y para qué le sirve a un reportero?
―El peso de la historia es mucho y lo es todo. Aquí hablan del pasado todo el tiempo: de la Segunda Guerra Mundial, de estalinismo, de Jruschov, del fascismo. Y aquí los fascistas sí son fascistas… Hasta se vistan de negro. Es decir, que no es solamente un término político obsoleto. El reportero no sabe de dónde vienen estos personajes y cuáles son sus héroes y mártires y mitologías. Está perdido.
―¿Están ocurriendo cosas en Ucrania que no ocurrían en Europa desde los años treinta del siglo XX?
―El surgimiento del neofascismo y de sentimientos ultranacionalistas en Ucrania y en Rusia es preocupante. Al parecer, los feudos de la antigua URSS –con su congelación de todo debate político durante casi un siglo– es el reducto final de estas ideas zanjadas en el resto de planeta, así como de nociones como que la fuerza bruta no es solo necesaria sino válida para lograr el cambio político.
―¿Quién es Vladímir Putin?
―Un ex agente de la KGB que ha logrado hacerse con un poder casi absoluto en Rusia junto con un séquito de otros ex agentes convertidos en plutócratas (y que en comandita controlan el tesoro ruso). Tanto es su poder hoy en día que le ha salido el impulso nada escondido de reconstruir el orgullo de “la nación rusa” tratando de recobrar su tradicional ascendencia sobre los eslavos y áreas de Asia central –en parte perdida desde el colapso del comunismo– así como también rehacer todo lo posible el antiguo feudo territorial de la URSS. Es un hombre que se concibe a sí mismo claramente en términos de poder absoluto –no tiene en su ADN ni una célula de demócrata; desdeña la democracia como algo débil y caótico– y tiene afanes de gloria y de dejar un legado histórico. Putin es, posiblemente, el líder mas peligroso de nuestra época.
―¿Cree que se puede establecer alguna analogía entre la anexión de los Sudetes por la Alemania de Hitler y lo que pretende Putin en Crimea?
―Creo que si hablamos de ambiciones máximas hay mucha distancia entre Putin y Hitler. Sin embargo sí que hay semejanzas inquietantes entre los movimientos de dos líderes ultranacionalista que pretenden superar lo que consideraban humillaciones nacionales y pérdidas territoriales.
―¿Qué idea tenía antes de llegar a Crimea y qué piensa ahora?
―Llegué con la mente bastante abierta porque no había estado antes aquí. Ahora, más sazonado por la experiencia de llevar unos días en estas tierras, me he dado cuenta de que hay mucha historia que recorrer todavía antes de que sociedades como la rusa (y su colonia en Crimea) se conviertan en naciones donde reine el bien común y el pleno estado de derecho. Sea por la forma en que han procedido con su política en los años post-soviéticos o por falta de cultura democrática, hay una brecha grande entre los que añoran el pasado soviético y los que buscan un futuro moderno. Hasta cierto punto es como un choque entre el nacionalismo y el cosmopolitismo.
―¿Qué paralelismos y diferencias ve entre Cataluña y Crimea?
―Aparte del hecho de la secesión como tal, prácticamente ninguno. En Crimea (donde, debido a la presencia de la flota rusa del Mar Negro, la atmósfera que se respira es bastante colonial e incluso soviética, de continuismo) hay una mayoría de rusos étnicos que votaron a favor de la madre patria, de devolver la provincia a su antiguo feudo. Es complejo y bastante bizantino, pero es algo muy distinto, según mi percepción, al instinto creciente en Cataluña de optar por la separación con los españoles que les anexionaron hace tres siglos. Una analogía más acertada sería quizás el esfuerzo británico de mantener a Ulster después de la independencia de Irlanda debido a la presencia de su colonia protestante en el norte.
―¿Figura Vasili Grossman y sus crónicas de la Segunda Guerra Mundial en su equipaje de reportero, entre sus referencias periodísticas?
―Sí. Sus crónicas son formidables, leerles es como vivir la historia otra vez. De hecho me traído conmigo sus crónicas del 41 al 45 con el Ejército Rojo.
―¿Es el New Yorker la prueba de que el reportaje de largo aliento tiene un público que quiere ser tratado con respeto a su inteligencia y curiosidad?
―No creo que sea algo exclusivo del New Yorker, pero sí, creo que es así.
―La actualidad internacional parece recular en la agenda de los grandes medios. ¿Es solo por motivos económicos o por la miopía de periodistas que al hacerse jefes se olvidaron de por qué querían ser periodistas?
―¿No me da otras opciones? No lo sé. Creo que es un poco de todo, pero principalmente es por el factor económico, y es un grave problema. Si dejamos que los medios dependan exclusivamente de mercado, entonces terminaremos todos con un sensacionalismo universal, porque eso es, supuestamente, lo que vende. Debido a esta fórmula material nefasta la supervivencia de buena parte del periodismo de calidad muy probablemente dependerá en el futuro próximo de la buena voluntad de algunos mecenas iluminados, filántropos y fundaciones con grandes recursos financieros.
―¿Cuál es la misión del periodismo?
―Contar la verdad del acontecer contemporáneo al gran público.
―Guy Debord denunció la sociedad del espectáculo y se suicidó. ¿Se suicidan los medios que confunden intencionadamente espectáculo e información?
―Ojalá, pero no lo sé. Más bien es el periodismo serio el que está en jaque, ¿no? ¿A qué medios se refiere cuando dice que se están suicidando? Creo que al contrario algunos sobreviven muy bien, como es el caso de Paris Match, ¡Hola!, y también dePeople, Heat, y tantos otros… El mensaje que parece calar es más infoentretenimiento, menos información, ¿no?
―¿Es el reportaje y la crónica de largo aliento una de las mejores formas de contar la complejidad del mundo para los que de verdad quieren saber, y olvidarse de la competencia de las píldoras que vende buena parte de internet, la radio y la televisión?
―En mi opinión, sí.
―¿Cree que la crónica, y sobre todo la crónica latinoamericana, está tomando el relevo de la gran literatura del boom pero con mimbres, con materiales de la realidad?
―Sí, a mi juicio sí, en estos momentos la crónica se ha convertido en el género más apetecible, al parecer, de contar historias –y sobre todo verdades– de manera narrativa en América Latina. Si bien el mundo literario engendrado por Gabo a través de Macondo sirvió de manera de ver y entender el hemisferio en una época más coartada en términos de libertad de expresión, hoy, sin las mismas ataduras, la crónica ofrece más cercanía, también desde el punto de vista del desafío creativo, que la ficción. En un hemisferio que nos ofrece personajes en una misma época como Chávez y Maduro, Mújica, los Kirschner, el Chapo Guzman, Uribe, Fujimori y Montesinos, los Zetas –así como los Castro y tantos otros– ¿para qué necesitamos la ficción?
―Cuando el New Yorker le propone viajar a un país que no conoce ¿qué es lo primero que hace?
―Alegrarme. Anticipar lo desconocido me emociona siempre.
―¿Cómo sobrelleva el peso del equipo de fact checkers del New Yorker? ¿Le obliga a ser doblemente cuidadoso con sus fuentes?
―Hace quince años que lo voy sobrellevando y ya me he acostumbrado. En general es bastante llevadero, y supone siempre un recordatorio de la necesidad del rigor. Y sí, le obliga a uno a ser especialmente cuidadoso tanto con respecto a las fuentes como con las notas y descripciones que tomas.
―¿Se resquebrajó su admiración por Ryszard Kapuscinski cuando supo que había enriquecido sus crónicas con literatura y no corrigió la publicidad de su editor inglés acerca de su amistad con el Che Guevara?
―En algo, inicialmente, pero no del todo. Me defraudó su necesidad aparente de decorar su historial cuando no había ninguna necesidad. Era un gran escritor, y finalmente me quedo con ese recuerdo de él, como un gran escritor con algunas flaquezas personales.
―¿Cuáles son las cualidades que debe cultivar un reportero y en qué hace más hincapié en sus clases en la Fundación García Márquez para un Nuevo Periodismo Iberoamericano?
―La ética. La consciencia. El espíritu de aventura.
―Esta entrevista es para un número homenaje al HERALDO DE MADRID con motivo de su incautación por los falangistas al término de la Guerra Civil española. De los reporteros que cubrieron aquella contienda, ¿quiénes han sido sus compañeros de viaje?
―Ernest Hemingway y George Orwell, principalmente. También Martha Gellhorn.
[Una versión reducida y en estilo indirecto de esta entrevista fue publicada en el número especial del Heraldo de Madrid, publicado por una Unión Temporal de Redacciones, y que ha estado a la venta durante todo el mes de abril].
Fotografía: Davide Monteleone (tomada en Crimea en marzo de este año).