Teatros del Canal de Madrid en coproducción con LAZONA estrenan la nueva obra del director y dramaturgo canario José Padilla, RUN [Jamás caer vivo]. El teatro vuelve una vez más a ser escenario de las contradicciones políticas en el mundo globalizado actual. A partir de un hecho concreto y del deporte a hacer de fondo, José Padilla reflexiona sobre la libertad de expresión, los arrestos injustificados, las tensiones políticas y las delaciones en una Hong Kong que asume los tintes de la Guerra Fría.
—¿Por qué esta obra y por qué ahora?
—Es un proyecto que empezó hace dos años y medio, justo antes de la pandemia. Gracias a los tiempos en los que se ha dado, la historia es probablemente distinta, trata sobre la globalización que es un fenómeno que nos atraviesa a todos y todas. Y al estar tan pegado a un proceso de investigación, inevitablemente el concepto de globalización ha ido cambiando por todo lo que hemos vivido, ha ido de alguna manera inoculándose en el texto y finalmente en la puesta en escena. El texto nació en su día de un deseo mío de contar algo tan aparentemente abstracto como puede ser el terror que provoca el quedarse aislado en territorio enemigo, y cómo eso de repente provoca una serie de conflictos, conlleva contradicciones en sí mismo, cómo ahí alberga el drama y la comedia: esa es la nuez del proyecto. Cuando nos metimos en sala de ensayo empezó a cobrar una forma: ya no era abstracto sino bastante concreto. Y encontramos que el deporte era un método narrativo perfecto para contar un tema tan grande.
—¿Qué hay más a lo largo del espectáculo, deporte o política?
—La forma es el deporte, pero todo el trasfondo es político. Inevitablemente, porque sobre todo en los grandes eventos deportivos como las Olimpiadas o el mundial de fútbol lo que reúne a todo ese equipo de atletas y a la gente que los miramos es un evento deportivo, pero es pura política, es algo que está íntimamente unido. Digamos que nosotros le damos la vuelta: no somos atletas, pero sí podemos narrar la política que se conecta con el deporte y toda la comedia y el drama que hay ahí y las contradicciones que eso supone. Pongo un ejemplo muy inmediato: en cualquier libro de estatuto [reglas de juego] de cualquier deporte de repente están hablando de respeto al contrario, respeto a la diversidad, a la diferencia, aunque luego se decide hacer el mundial en Qatar. Esa contradicción que parece abstracta termina por manifestarse en personas como tú y como yo.
—¿Qué es lo que puede enseñar una obra de este tipo? Sobre todo ahora, después de la cumbre de la OTAN en la que, según varios analistas políticos, se inauguró un nuevo orden mundial.
—Enseñar no lo sé, desde luego nosotros ofrecemos nuestro punto de vista e invitamos el público a reflexionar sobre ello, no tenemos ninguna verdad y tampoco pretendemos tenerla. Pero sí que es cierto que detenemos la mirada en estos eventos que albergan en su propia esencia un nivel de contradicción tremendo. Esta obra es básicamente una invitación a observar este tipo de encuentros, el de la OTAN aquí la semana pasada es un muy buen ejemplo. ¿Qué grado de contradicción implica lo que los países dicen que son y lo que los países hacen? ¿Qué grado de contradicción implica celebrar un mundial de fútbol en un país de unas libertades cuestionables como es Qatar donde las diferencias son castigadas penalmente? Es difícil de conciliar y en esta falta de conciliación hay algo muy teatral.
—La semana pasada, hablando con la directora Magda Puyo, ella decía que aunque haya crisis de público la solución no es hacer teatro complaciente. ¿Qué opina? ¿El teatro se está arriesgando muy poco?
—Me encantaría decir que es verdad, pero yo considero que el acto mismo de hacer teatro hoy es un acto arriesgado en sí mismo. Siempre lo ha sido –y esto que voy a decir no es lloriqueo–, pero después de la pandemia la situación que se ha quedado es muy enclenque, muy raquítica. El propio acto de hacer teatro implica una rebeldía contra la realidad: es una insensatez. Es una insensatez hacer una función y sin embargo tenemos que hacerlo. Lo estamos haciendo: ella [Magda Puyo] con su obra de [Caryl] Churchill en [el Teatro de] la Abadía y que es una obra arriesgada; y nosotros aquí [en los Teatros del Canal] contando algo que apela a todo el mundo como ciudadanos. Es una obra muy entretenida, en la que te vas a divertir, pero pone en primer plano temas de cierto calado social y espejos. Entonces ¿es verdad que el grado de riesgo puede aumentar? Sin duda. ¿Debe aumentar? Sin duda. ¿E cierto que hacer teatro hoy en día es una insensatez y con lo cual un acto arriesgado? También es verdad.
—El otro día nos dejaba Peter Brook. ¿Cuál cree que ha sido su mayor aportación al mundo del teatro?
—Peter Brook ha aportado tanto que es indetectable y a la vez es detectable en todos los lados. No creo que haya obra de teatro comercial, no comercial, de teatro del que te pueda gustar o de que no, que no tenga algo de Peter Brook. Los presupuestos de este señor, desde El espacio vacío en adelante, nos han traspasado a todos y todas independientemente de que lo hayamos estudiado más o menos. Es decir, el teatro contemporáneo, sea el tipo de teatro que sea, no se puede entender sin Peter Brook, por eso digo que es indetectable. Es probablemente el mayor maestro en los últimos 150 años: la forma de entender el espacio, de cómo el espacio es un actor más y cómo eso muta la narración y por lo tanto incide en ella.
—¿Qué relación tiene con los autores clásicos?
—Tengo la fortuna de haber podido trabajar con ellos en varias ocasiones, he hecho cinco versiones de Shakespeare y ahora estoy preparando una [versión] con base en Cervantes para la Compañía Nacional de Teatro Clásico, aunque va a haber más textos del Siglo de Oro. Digo que he tenido la suerte de trabajar con ellos porque inevitablemente, al estar versionándolos, al tratar de hacer una traslación a nuestro mundo, te tienes que detener tanto en cada línea que son lecciones magistrales. Da igual hasta dónde haya podido llegar o no, hasta dónde haya podido estar más acertado o no: el hecho de trabajar con ellos me hace mejor.
—¿Qué podría decirnos Cervantes hoy en día?
—En mi obra, a partir de textos del Quijote, quiero contar cómo la ciencia ficción está inoculada en los textos clásicos y por lo tanto en nuestra forma de entender el mundo. La ciencia ficción, esa literatura anticipativa que trata de especular con cosas que todavía no son, pero pueden llegar a ser, todo eso está en los textos clásicos a mansalva. Es una obra dirigida al público joven, y el hecho de enseñarles, sin forzarlos, que cosas que hoy pueden ver en el cine comercial de superhéroes ya se estaban contando en el Siglo de Oro me llama poderosamente la atención.
Dónde: Teatros del Canal (Sala Verde), Madrid
Cuándo: Hasta el 31 de julio