El día en que se torea crece más la barba. Es el miedo. Sencillamente, el miedo. Durante las horas anteriores a la corrida se pasa tanto miedo, que todo el organismo está conmovido por una vibración intensísima, capaz de activar las funciones fisiológicas, hasta el punto de provocar esta anomalía que no sé si los médicos aceptarán, pero que todos los toreros han podido comprobar de manera terminante; los días de toros la barba crece más aprisa.
Y lo mismo que con la barba, pasa con todo. El organismo, estimulado por el miedo, trabaja a marchas forzadas, y es indudable que se digiere en menos tiempo, y se tiene más imaginación, y el riñón segrega más ácido úrico, y hasta los poros de la piel se dilatan y se suda más copiosamente. Es el miedo. No hay que darle vueltas. Es el miedo. Yo lo conozco bien. Es un íntimo amigo mío.
Hasta ahora, lo más conocido de los efectos del miedo sobre el cuerpo es aquello que da lugar a la expresión ( perdón por la ordinariez) ‘cagarse’ de miedo, como así lo atestiguan los baños de la casas en las que han robado, que dicen que se han usado siempre por los ladrones. A muchos animales cuando pelean se les eriza el pelo, en un fenómeno quizá relacionado con este de la barba. Y sin ser un gran experto creo que el riñón no segrega ácido úrico, sino que este va a para allí. Tengo ganas, para terminar de documentarme sobre el canguelo en su vertiente taurina, de ver ‘Tardes de soledad’, de Albert Serra, sobre Roca Rey