En 2016, la derrota del sí en el plebiscito sobre los acuerdos de paz con las FARC en Colombia fue el amargo epílogo a medio siglo de una guerra intestina que dejó 200.000 muertos, de los cuales 180.000 eran civiles y 25.000 desapariciones forzadas. En total, más de seis millones de víctimas entre desplazados, asesinados y heridos. La sociedad colombiana perdió la oportunidad de apoyar unos acuerdos tan necesarios con la guerrilla armada que seguía haciendo estragos en determinados puntos del país. Después de ello, la labor del entonces presidente Juan Manuel Santos se hizo más ardua y accidentada, debido en gran parte al papel que el partido de Álvaro Uribe asumió como impertérrito defensor del no al diálogo.
El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez llega a Madrid con motivo de la publicación de su último libro, Los desacuerdos de paz (Alfaguara), un compendio de columnas de opinión y conversaciones que Vásquez fue redactando en esos diez años, entre 2012 y 2022, cuando el país se enfrentaba al doloroso y traumático proceso de paz. “Son los diez años de negociación primero”, nos explica el autor, “luego el plebiscito fallido, después la recuperación y la aprobación de los acuerdos de paz. Esos diez años nos han dejado rotos como país, enfrentados entre nosotros, incapaces de entender el punto de vista ajeno”.
No es gratuito que desde las primeras páginas del libro Vásquez haya recurrido a las palabras que Gabriel García Márquez puso en labios de Simón Bolívar en El general en su laberinto: “Cada colombiano es un país enemigo”. “García Márquez hizo una imaginación de un hecho muy conocido que es el último viaje de Bolívar”, aclara el autor. “Creo que pone Bolívar a pensar y decir esas cosas porque le sirven para contar nuestro país, para reflexionar sobre lo que es la historia de Colombia. Una historia de incomprensión y de violencias diversas”. De alguna manera “toda la novelística de García Márquez se pregunta por la violencia: por qué no hemos sido capaces de romper con el ciclo de violencia a lo largo de los años”.
Con el plebiscito fallido, según Juan Gabriel Vásquez los colombianos perdieron la oportunidad de romper ese círculo perverso, y dos son principalmente las razones por las que los ciudadanos se dejaron convencer fueron a su juicio la mentira y la violencia. “La violencia que los colombianos hemos aprendido a tolerar si quien la sufre es el otro; y también hemos vivido en un mundo donde el relato falseado de la realidad ha marcado nuestra comprensión de la realidad misma. Ha sido un país que ha tenido una visión tristemente distorsionada por la convivencia de la mentira y de la violencia, y quería reunir esas columnas para reflexionar sobre eso”.
Periodismo y literatura
Es ahí que se inserta el trabajo del columnista de prensa en el que el autor ha decidido volcarse sin temor alguno a argumentar acerca de un tema tan hirviente para la conciencia colectiva del país. “Cuando uno desde su encierro de novelista mira la realidad y la ve tan convulsa, desorientada e injusta…, pues te preguntas como ciudadano qué más puedes hacer, y la única respuesta que a mí se me ha ocurrido es con la columna de opinión”. Aunque no deja de admitir que pasar de un oficio al otro es algo que siempre le resulta complicado, “hay que cambiarse de cabeza, son dos éticas completamente distintas. Pero yo crecí como lector en la tradición de novelistas que participan en la vida cotidiana, como los novelistas del boom latinoamericano, o como Albert Camus que es tan importante para mí. La idea es que el novelista es también un ciudadano”.
Y si la novela llega después de la inmediatez de la prensa, lo cierto es que sabe cubrir aquellos vacíos de la memoria que pueden causar irremediables fracturas en la reunificación del tejido social. El desarrollo de la memoria histórica a través del ejercicio de la imaginación: este es el mayor logro de un novelista, la tesis que el autor retoma a lo largo del libro con incansable fe.
“Acerca de nuestros últimos cincuenta años de guerra, sólo la novela puede contarnos lo que esas violencias le han hecho a nuestra frágil condición humana. Sólo la novela puede mirarnos por dentro y contarnos lo que la guerra le ha hecho a eso que, a falta de mejor palabra, podemos llamar alma. Y ninguna reconciliación es posible entre gente que no conoce los resquicios del dolor ajeno o que tiene palabras para explorar y defenderse de los dolores propios. ‘La ficción’, me dijo una vez un gran novelista, ‘distribuye el sufrimiento’. No hay reconciliación posible sin memoria. Y hay memorias que emergen en los relatos de la historia y del periodismo, pero hay otras que ni el periodismo ni la historia pueden contar: son las memorias de nuestra intimidad humana, que es lo que más se daña cuando se sufre la violencia” (pág. 95).
Dos temperamentos
El largo proceso de los acuerdos de paz en el pasado reciente, así como las actuales elecciones presidenciales en Colombia, han evidenciado una vez más la coexistencia de dos realidades, dos visiones del mundo: el uribismo reaccionario y religioso, por un lado; y por el otro el progresismo laico ahora representado por la figura de Gustavo Petro, candidato de la izquierda a la presidencia.
“Colombia siempre ha tenido esta división, desde Bolívar y Santander, una división muy clara entre dos temperamentos”, afirma Juan Gabriel Vásquez, “las guerras civiles del siglo XIX salen de esto. Son dos visiones del mundo: una liberal, otra conservadora; una religiosa, otra laica; una progresista, otra reaccionaria, que han estado en tensión constante con matices. Es lo mismo que pasa ahora, no hemos salido de eso”.
Pero a propósito de Petro –el candidato de la coalición de izquierda del Pacto Histórico que se prepara a ganar la segunda vuelta de este 19 de junio– la mirada de Juan Gabriel Vásquez se sobrecarga de una oscura severidad. “Yo llevo esperando mucho tiempo la llegada de un grupo de izquierda al poder y me parece lamentable que esa persona sea Gustavo Petro. Es un hombre en el que no confío, tiene un talante autoritario, mesiánico, caudillista, montado a la imaginación de mundos imposibles y muy dado a sacrificar cualquier noción de sensatez y de prudencia para lograr esos mundos imposibles. Pero como tal como están las cosas hoy, él es la única opción”.
“El problema”, sigue el escritor, “es que el otro candidato, [Rodolfo] Hernández, es el resultado del peor populismo que ha surgido en estos últimos años, digno representante de esa comunidad política que encarnan Trump, Viktor Orbán o Matteo Salvini”. Nos despedimos entre un aire de extraña y melancólica condescendencia, como si de una promesa frustrada se tratara y sin embargo tan necesaria para el futuro de Colombia. Le pregunto si tiene otras entrevistas: “no, hoy no voy a dar más entrevistas, tengo que escribir la columna para El País”. Y con paso pensativo y titubeante se aleja con la misma educada y tímida esquivez con la que me había recibido al entrar.