El artista Juan Sánchez es un nombre consolidado en el arte contemporáneo. Sus padres puertorriqueños fueron parte de la ola migratoria que llegó desde la isla a Estados Unidos en los años cuarenta y cincuenta. Sánchez nació en Brooklyn, creció en Nueva York y estudió en la Cooper Union. Más tarde, obtuvo su título de máster en Bellas Artes en Rutgers. Aunque el artista vive y trabaja en Nueva York desde hace muchos años –es profesor de arte en el Hunter College–, sigue manteniendo un estrecho vínculo con su legado cultural puertorriqueño. Su obra, compuesta por pinturas, grabados, fotografías y vídeos, ha tenido a menudo una orientación política; entre sus cuadros hay imágenes de héroes sociales latinoamericanos como el Che Guevara y Pedro Albizu Campos, uno de los primeros y más importantes defensores de la independencia puertorriqueña, que pasó varios años en la cárcel por sus creencias. Sánchez creció en una época de virulenta agitación social y política, y se ha mantenido fiel a esa experiencia, a pesar de ser cada vez más aceptado por el mainstream artístico. Su obra encarna una serie de preguntas sobre el compromiso, en especial las relativas a la deshilachada identidad de Puerto Rico, aún presentes. De modo que es justo considerar a Sánchez, incluso en un periodo relativamente maduro de su vida y de su arte, como defensor de un lugar y una cultura que han sido relegados por la fuerza a un estatus marginal. No parece que la situación política vaya a solucionarse pronto, pero sí se puede hacer hincapié en la productividad cultural de un artista como Sánchez y apoyarla, como forma de identificar no solo la producción de un artista sumamente dotado, sino también un arte cuya sensibilidad sigue siendo obstinadamente latina. El arte se erige como una empresa acometida desde la independencia, en vez de sucumbir a las adulaciones de la cultura dominante en la que Sánchez trabaja y vive.
En estos tiempos en que los acontecimientos vuelven a demostrar lo profundos que siguen siendo los prejuicios del tejido social estadounidense, cobra más importancia que nunca dejar constancia de los esfuerzos artísticos de alguien como Sánchez, que concilia sus orígenes con los legados académicos en los que ha sido formado (por no hablar de sus visitas a los museos y galerías de la ciudad). Uno de sus grandes dones es que se niega a incorporar cualquier contenido fácil a su arte. Pero, aun así, su obra muestra el logo gráfico que ha sido tradicionalmente una fortaleza del arte latino, y de Puerto Rico en particular. Los collages de Sánchez, en cuya composición introduce fotografías, normalmente con contenido social, se pueden considerar parte de su herencia gráfica. Pero son también algo más: la introducción a la historia colonial que ha asolado Puerto Rico durante mucho tiempo, por lo que Sánchez actúa como testigo de una cultura necesitada de un mayor reconocimiento.
La inmersión cultural no se logra fácilmente, ni siempre es deseable. De hecho, Estados Unidos se compone –felizmente o no– de muchas identidades mixtas, cuyas complejidades y diferencias psíquicas y artísticas se están empezando a investigar con regularidad. Sánchez es uno de los primeros y más exitosos proponentes de un arte que sería fiel a la serie concertada de verdades con que ha tenido que vivir, no todas ellas positivas. Sin embargo, las hostilidades a las que se ha tenido que enfrentar, evidentes en su trabajo, han fortalecido su visión y la han acercado más al conocimiento del público. Hay que reconocer que este artista nuyorriqueño no puede ser considerado únicamente estadounidense; está tan comprometido con la patria de su familia como activo en Nueva York.
Al mismo tiempo, ver a Sánchez como solo un profeta político sería dejar de reconocer la magnitud de sus logros. Es capaz de transmitir un sentimiento de forma inhabitualmente conmovedora, por ejemplo, con una línea en forma de corazón alrededor de la fotografía de un bebé. A menudo, en su obra también vemos cruces; aunque no sabemos si el artista es católico practicante, sí está claro que acepta el papel del cristianismo en su cultura. Para aquellos que participan en el mundo del arte de Nueva York, la mezcla de tenacidad política, fuerte sentimiento e incluso alusiones religiosas puede resultar ajena a los cacareados atributos estadounidenses de la abstracción, el formalismo y la afirmación egotista, pero se trata de un evidente error; de hecho, Sánchez habla enseguida de su gran interés en el expresionismo abstracto y, más tarde, el arte conceptual.
Uno de los problemas de la abstracción es su incapacidad de tener una motivación específica en sentido político. Relacionamos los movimientos rusos del constructivismo y el suprematismo como si estuviesen en concierto con el pensamiento radical, pero hay muy poco en sus obras que se pueda asociar a los detalles particulares de un punto de vista izquierdista. Además, las ideas progresistas de Sánchez son tan culturales como políticas o económicas, aunque esos puntos de vista también están claramente presentes en su arte. La rican/struction, el término acuñado por el músico de salsa Ray Barretto, puede considerarse el origen del compromiso de Sánchez con la reconstrucción de una cultura traumatizada –pero no necesariamente deteriorada– por un pasado colonial…, o el todavía presente colonial. La independencia –cultural, social, económica y política– es clave para cualquier punto de vista puertorriqueño que rechace el compromiso fácil respecto a las fuerzas inherentes de su historia, en todos los sentidos del término.
Los cuadros son en sí mismos maravillosas presentaciones multimedia cuya sensibilidad bebe del pasado y del presente, y a través de las formalidades culturales y sociales, y tradicionales y actuales (arte figurativo y abstracto). En la extraordinaria litografía, fotolitografía y collage titulado Para don Pedro (1992), Sánchez ofrece al espectador una llamativa imagen: en el centro, una reproducción fotográfica de Campos, la voz de la independencia puertorriqueña, encuadrada en un retrato comercial de Jesucristo, arropado por un manto rojo, en las cuatro esquinas de la composición. Alrededor de Campos hay muchas espirales, símbolo empleado habitualmente por los taínos, el pueblo nativo de Puerto Rico. Para don Pedro es asombrosamente potente como arte y como documento social, lo que da fe de las tempranas ideas políticas en las creaciones de Sánchez. A Campos se lo venera como una de las primeras voces a favor de la independencia, y Sánchez, con acierto, suele rodearlo de cultura aborigen y católica, por motivos históricos y espirituales, respectivamente.
En otra obra, titulada San Ernesto de la Higuera (2011), la composición se divide en dos partes: la mitad superior muestra una cruz roja brillante rodeada de una línea circular azul, de nuevo sobre un fondo abstracto de líneas, circunferencias y círculos de diversos colores. Debajo, flanqueando una imagen de la Virgen María sobre un pedestal, hay dos imágenes gemelas: el rostro y el torso desnudo del Che Guevara en el momento de su muerte. Sánchez, al titularlo así, presenta a Guevara como una figura importante, incluso con importancia religiosa. El artista se está negando a ocultar sus simpatías. Sin embargo, es interesante que las imágenes religiosas sean tan relevantes en términos de espacio visual –lo cual no es una parte menor de la composición– como el que ocupan las dos imágenes del Che Guevara. Curiosamente, cada imagen sirve de apoyo a la otra, no solo en lo visual, también en lo temático. Podría decirse que Guevara es visto como un mártir de su causa, con tintes claramente religiosos, además de políticos. Él es, en términos inequívocos, un santo.
Rosa (2007), una obra compleja que incorpora las técnicas del collagraph, la fotolitografía, el collage y el papel casero coloreado a mano, presenta una imagen fotográfica de Rosa Luxemburgo, la marxista alemana de origen polaco de principios del siglo XX. La enmarca una estrella de seis puntas, una referencia a su origen judío. Alrededor de la estrella hay un grupo de círculos azules que parecen imágenes del mundo visto desde una gran distancia; las masas de tierra se muestran en blanco. Esta imagen compuesta ocupa la mitad superior de la obra. Debajo de ella hay una fotografía de dos brazos con las manos abiertas que se extienden la una hacia a la otra, bastante alejadas entre sí, sobre un fondo oscuro y fangoso. ¿Qué significa esto? ¿Sugiere esa distancia entre los brazos un movimiento socialista fallido, en el que se ha perdido la solidaridad? ¿O indica la posibilidad de que las manos puedan unirse en el acuerdo político? Es difícil saberlo, pero esa es una de las principales fortalezas de la obra del artista: se supone que debemos darle vueltas a lo que esas imágenes insinúan, haciendo hincapié en la justicia social, pero también con una alta conciencia de la ambigüedad ecléctica, en el mejor sentido del término. Rosa muestra su simpatía hacia aquellos que se comprometen políticamente, por la cual se caracteriza el artista.
Uno de los talentos de Sánchez es su dominio de la abstracción. Como ha demostrado Gerhard Richter durante décadas, no es preciso que exista una división entre el arte figurativo y no figurativo en la obra de un mismo artista. Sánchez es un artista de Nueva York, si no un pintor de la Escuela de Nueva York. Sin embargo, ningún pintor de Nueva York puede evitar dejarse influir por la extraordinaria tradición del expresionismo abstracto que se estableció allí a mediados del siglo pasado; esto es algo que el propio artista deja claro en sus conversaciones. La expresividad innata de la Escuela de Nueva York, dada la importancia de artistas como Jackson Pollock y Willem de Kooning, la convirtió en una opción estilística convincente para Sánchez, un artista que siempre parece cercano a la emoción en su arte. Esta inclinación es particularmente conmovedora, porque ahora vivimos en una era de academicismo y, al menos para algunos en el mundo del arte, de exceso de intelectualización. Si bien debemos reconocer el impulso hacia la interpretación intelectual de la cultura y el arte en la actualidad, también es cierto –como Sánchez deja siempre claro– que acudimos al arte por razones principalmente emocionales.
De modo que Sánchez, que está interesado en el arte conceptual, suele entregarse tanto al sentimiento como a las ideas. Hay que reconocer esta cuestión porque hoy el mundo artístico de Nueva York justifica mucho arte –en realidad, mucho arte político– por una sugestión abstracta e indirecta. Ese enfoque puede dotar de inteligencia a la obra, pero no la pone al alcance de un público amplio, lo que probablemente quiera Sánchez, dada su postura política. En su punto de vista dominan el sentimiento y la forma, atributos tradicionales del arte que él hace contemporáneo mediante la profundidad personal y la destreza técnica. Hemos de reconocer y agradecer las atípicas habilidades del artista para el arte realista y para el arte no objetivo, un conjunto de habilidades que es en sí mismo un argumento contra la división de ambos tipos de trabajo. Los elementos abstractos –como los motivos taínos– tienen la misma importancia que los elementos figurativos que suelen particularizar el arte de Sánchez en un sentido social. Hay una tradición sobre esto; a veces, un conjunto de obras puede abarcar diferentes valencias. Por ejemplo, las pinturas de Mark Rothko se pueden ver como paisajes simplificados, además de como rectángulos abstractos de color o pasajes de emoción, únicamente. La clave es no encajonarse como artista y, dada la multiplicidad de medios que emplea Sánchez, parece lógico verlo como un talentoso practicante de múltiples significados.
En su reciente proyecto titulado Fractured Grids (Rejillas fragmentadas), una serie de paneles cuadrados de treinta centímetros, aún sin título, podemos ver cómo se el artista se extiende hacia los que viven en la isla y los que componen la numerosa diáspora puertorriqueña en Estados Unidos. Hay una abundante y excelente abstracción en estas creaciones, además de algunas piezas sorprendentemente realistas; una de ellas incluye una fotografía de Ana Mendieta desnuda y cubierta de barro. En este conjunto de obras es particularmente interesante el uso de Sánchez de la abstracción –sencillos pasajes de grises, colecciones de formas en cruz, etcétera– a favor de una referencia social específica. Aquí, el artista hace valer su doble interés en la existencia de un pueblo puertorriqueño y su posterior diáspora estadounidense y la lengua vernácula no objetiva con la que Nueva York ha comerciado desde antes de mediados del siglo pasado. Se puede decir que estas obras artísticas dan la impresión de ser la culminación de varios años de trabajo y pensamiento sobre cómo la abstracción puede avivar y fortalecer las percepciones culturales y políticas. Mi impresión es que estos paneles son particularmente potentes como señales improvisadas de la persistencia de la isla en Nueva York, morada de los puertorriqueños desde hace más de un siglo. De hecho, la fuerza de esta obra es fruto de la conexión elíptica trazada entre los símbolos que Sánchez emplea y el grupo particular de personas al que hace referencia.
Ahora que Sánchez se acerca a la madurez, es justo preguntarse por la forma general de su carrera. Es importante comprender su desempeño de varios papeles: el de artista político, el de pintor con una considerable dosis de sentimiento y el de practicante formal. Su reconocimiento como artista está plenamente consolidado. Pero, además de nuestra conciencia pública de su obra, debemos conocer su arte en todos sus diferentes aspectos. Sus excelentes habilidades técnicas van acompañadas de una adhesión a temas vinculados con su vida, en vez de ser meras exploraciones formales; esto le da al arte esa inmediatez emocional que posee. También demuestra que Sánchez es un artista que transita por el pasado –en términos sociales y artísticos– para abordar un presente artístico en cuya creación, a lo largo de décadas, él mismo ha sido fundamental. Esto significa que está llevando a cabo una rican/struction de una realidad que un largo periodo de explotación colonial ha vuelto frágil. Es magnífico ver hasta qué punto su sentido de la poesía ha escapado de los designios coloniales.
Es probable que Sánchez haya podido sortear los patrones de restricción social concentrándose, desde el comienzo de su carrera, en los aspectos políticos de sus orígenes. Lo ha hecho sin excesos retóricos, optando por deliberar sobre un sentido progresista de la justicia social y económica: ¿qué artista puertorriqueño comprometido no lo haría? Pero este énfasis no se ha limitado a sus exploraciones del arte. Hay ternura en los sentimientos, junto con una conciencia de la presencia católica que acompaña a su estudio de la cultura puertorriqueña. Además, en su pintura hay un movimiento hacia la pura abstracción que hace que su actual posición como artista sea complejamente variada. Hemos de considerar a Sánchez como algo más que un experto en sus diversos tipos de arte, que transmiten inteligencia y determinación en un alto nivel. Las imágenes relacionadas con su esposa o dedicadas a ella expresan su apoyo a las mujeres, al igual que su retrato de la revolucionaria Rosa. La pieza de técnica mixta que incorpora una imagen de la difunta Ana Mendieta sin ropa, cubierta de barro, con una imagen de raíces bajo ella, conmemora el trágico fin de una talentosa artista de performance y escultora. El escultor y artista de instalaciones Pepón Osorio, nacido el mismo año que Sánchez en Puerto Rico, es su colega y amigo, y sus intrincadas obras apoyan muchos de los temas de Sánchez. También la obra de Rupert García ha sido una conexión importante. Tan fundamental como reconocer la calidad politizada de gran parte de la obra de Sánchez es subrayar sus habilidades como artista para el que el sentimiento y la forma son vehículos primordiales. Una vez que unimos los diferentes caminos que Sánchez ha tomado –lo que, sin duda, se puede hacer–, empezamos a verlo como un artista integrado, para el que lo público, lo privado y lo religioso son todo parte de lo mismo.
Traducción: Verónica Puertollano
Original text in English