Cuando Juan Villoro arranca a hablar parece que todo su discurso ha sido pensado, razonado, estructurado y ensayado durante meses hasta lograr la perfección. Pero no: lo suyo es pura improvisación. La fluidez de su pensamiento, la exactitud de su memoria y la elocuencia con la que enlaza unas ideas con otras le llevan a citar de corrido diez obras literarias, a adentrarse en profundas reflexiones filosóficas alivianadas con chistes y bromas y a recordar constantemente a sus héroes históricos y literarios. Lo que en otros puede sonar forzado, en él es pura naturalidad y labia.
Periodista, cronista, novelista e investigador, Villoro (México, 1956) está considerado uno de los intelectuales más importantes de Latinoamérica. Con motivo de esta entrevista escogió como escenario una pequeña cafetería en la Calle Francisco Sosa, en el corazón de Coyoacán, el barrio más colonial y colorido de la ciudad. Su barrio, como no podía ser de otra manera, es “un lugar impregnado de historia”.
La charla duró más de dos horas y fue una de las más interesantes que he tenido en mi vida. Parte de la misma se publicó como entrevista en Letras Libres con motivo de la exposición sobre La maleta mexicana. Pero, como no podría ser de otra forma, el tema de conversación principal se ramificó y se expandió y empezaron a aparecer otras historias y otros nombres como el de Roberto Bolaño, Kapuściński, Frida Kahlo o Jorge Ibargëngoitia. Aprovecho ahora para publicar el resto de la conversación. Disfruten sus sabias palabras.
PREGUNTA. ¿Su padre le inculcó el interés por la Guerra Civil?
RESPUESTA. Si, esa pasión viene de mi padre. La gente de mi generación fue formada por republicanos españoles, por instituciones españolas o asociadas como la UNAM o el Fondo de Cultura Económica. Mi padre, Luis Villoro, viene de familia mexicana pero nació en Barcelona y decidió repatriarse a México en la Guerra Civil. Ser un republicano español en México es una forma de ser mexicano, porque es un exilio que duró demasiado tiempo. En Chile muchos los exiliados pudieron regresar tras Pinochet, pero en el caso español el exilio fue demasiado largo, se saltó una generación y a veces hasta dos generaciones. Esa España ya solo existe en la imaginación de los exiliados, por eso es un país tan rico, agrandado por el recuerdo y el mito. Siempre sucede así.
P. Un país que solo existe en el recuerdo. Es un tema recurrente en tus obras, por ejemplo en El testigo.
R. Si, ese tema me interesa mucho. Es la tragedia del exilio. Los psicoanalistas hablan del síndrome de Ulises, el deseo de volver. Pero quien regresa se da cuenta de que no encuentra nada de lo que había imaginado, de que su país ya es otro. Regresar es imposible, porque después de décadas ese país en el que vivías ya no existe. Solo al regresar compruebas que te fuiste.
P. Pero usted nunca se ha ido por tanto tiempo de México.
R. Si. Sería incapaz de estar mucho tiempo fuera. Los mexicanos estamos muy ligados a nuestras costumbres, nuestras fiestas y a nuestros amigos de aquí. Yo viajo mucho, pero me jala demasiado lo que pasa en México. Cuando estoy fuera siento que me estoy perdiendo cosas decisivas de esta vida celebratoria, de este trato comunitario que vivimos aquí. Este tipo de cosas son difíciles de recuperar en otros lados. De hecho hay pocos intelectuales que hayan vivido muchos años fuera, se me ocurre el caso de Sergio Pitol y de Octavio Paz…
P. El novelista Jorge Ibargüengoitia…
R. Ibarguengoitia estuvo en París un par de años antes de morir, se supone que se marchó a vivir allí, pero creo que hubiera regresado unos cuatro años después. Vivía aquí al lado, en Francisco Sosa. Él es un autor maravilloso que durante años fue considerado un divertimento poco profundo. Solo ahora se le reconoce como el grandísimo autor que es. Esto pasa siempre con los escritores con sentido del humor. También Cervantes fue considerado un divertimento durante siglos. La cultura mexicana es muy desgarrada y desatada, basta con ver los títulos de las obras célebres: Muerte sin fin, El laberinto de la soledad, Los días enmascarados, El luto humano, El llano en llamas… Pero de repente salió este autor que rompió con esto e introdujo el humor en una literatura y en una cultura donde el humor no tiene un valor de cambio establecido.
P. También hay quien prefirió no volver para imaginar desde la distancia. Como su amigo Roberto Bolaño.
R. Bolaño supo ver un México muy especial, lo escribió muy bien y lo mitificó hasta tal grado que él mismo no quiso volver para no decepcionarse. Porque sabía bien que la realidad es desmitificadora. Él me daba una explicación heroica: “No puedo volver a México porque sé que si vuelvo voy a morir allí, estoy amenazado de muerte”. Y en efecto lo estaba, su propio físico le amenazaba de muerte constantemente. Pero yo discutí con él muchas veces sobre esto. Si se hubiera quedado en México no hubiera escrito esos libros maravillosos. Hubiera hecho otros, quizás igual de buenos. Pero creo que él necesitaba de esa distancia para cultivar su nostalgia y reinventar el país.
P. Volviendo a la Guerra Civil española ¿La foto de Capa fue un montaje?
R. Todo indica que esa foto fue un montaje, el tema está muy estudiado. Pero eso no le quita fuerza. Muchas de las grandes fotos de la historia son actuadas y lo que importa es el impacto que tienen sobre nosotros. Es cierto que Capa reivindicaba la cercanía y la veracidad absoluta. Y sí, quizás es un elemento cuestionable en su obra. Pero su valentía está más que probada: Él estuvo en Normandía, en la operación Dunkerque, estuvo en los momentos más arriesgados de la guerra, donde casi nadie llegaba. Hay una hipótesis psicológica: Dicen que se arrepintió de esa foto del miliciano y que por ello quiso mostrar su arrojo hasta el final, cortejando el peligro hasta que murió por una mina en Vietnam. ¿Por qué lo hizo? ¿qué culpa tenía que pagar? Nadie lo sabe.
P. También dicen que el gran periodista Ryszard Kapuściński mentía…
R. Si, pero él es un caso distinto. Fue etiquetado como el Robert Capa de la crónica, el custodio de la verdad. Y él acepta eso y lo alimenta. Ese fue su error. Parecía que lo importante en él fue la verdad y no su estilo. Por ello cuando se demuestra que inventó y patinó en muchas ocasiones su figura se viene un poco abajo. Pero eso solo nos dice que la percepción de su obra fue errónea, no su obra en sí. El mundo da a la verdad un valor excesivo. Capa era un gran mentiroso, como gran jugador, apostador y mujeriego era muy mentiroso, su propio nombre es mentira, pero los mentirosos dicen grandes verdades. Él se construyó un gran personaje.
P. ¿Nunca se te ocurrió escribir una novela sobre la maleta mexicana?
R. No. Yo creo que hay que respetar la fuerza de la verdad cuando es tan grande como en este caso. Esta historia es demasiado potente. No vale la pena ficcionarla. Prefiero seguir investigando.
P. En la Guerra Civil los grandes periodistas eran militantes comprometidos con una causa. ¿Ello resta valor a su trabajo como periodistas?
R. Un militante hoy día es forzosamente dogmático, es alguien que no ve los matices de la realidad, y eso en el periodismo es fatal. Pero hoy vivimos una carencia de periodismo comprometido. La prensa repite siempre lo mismo, los periódicos son grandes plataformas de negocios y a veces responden a intereses que no son periodísticos, al mantenimiento del negocio. Manuel Vázquez Montalbán decía que la primera obligación del periodista es saber quien es el dueño de su periódico. Aquí en México por ejemplo nos ha costado mucho trabajo tomar conciencia de los grandes problemas de nuestro país, como el caso de los migrantes que cruzan el país a los lomos de la Bestia. Nos gusta dibujarnos como víctimas de los EE UU pero no nos gusta reconocer que los inmigrantes centroamericanos son nuestras víctimas.
P. ¿Por qué vives en Coyoacán?
R. He vivido en muchas zonas en México DF, pero ahora vivo en este barrio que me apasiona. Este es un barrio impregnado de historia. Desde que Hernán Cortés se estableció aquí, no han dejado de venir personajes importantes. El numero dos de la revolución, León Trotsky, construyó una fortaleza donde lo mataron de forma novelesca. Lo cuenta Leonardo Padura en su extraordinaria novela El hombre que amaba a los perros. También vivió aquí al lado la pintora Frida Kahlo, la vecina más famosa del barrio. Por eso vivo aquí. Me gusta mucho porque es de las pocas zonas en que puedes hacer una vida caminando. No tengo coche. Es como un pueblo, pero tiene que ver mucho con las ciudades renacentistas. Es una micro-ciudad donde los espacios públicos dialogan muy bien con los edificios.