Me asaltan como fogonazos inquietantes imágenes y sonidos de la entrevista a Carmena y Colau en El Intermedio de la Sexta. Con El Intermedio me ha pasado siempre un poco como lo que les pasaba a los expresidentes de Le llaman Bodhi cuando atracaban los bancos: apenas permanecían dentro de ellos unos minutos (lo justo para robar el efectivo de las ventanillas) para que no saltaran las alarmas.
El otro día cumplí con la regla no escrita y salí de allí casi con lo puesto. También debe de ser por el vértigo o algo parecido: escuchar a Wyoming leer (con sorprendente dificultad, por cierto) una sucesión de chistes irregulares (es comprensible el problema de mantener invariable un nivel alto de ingenio) produce un efecto de montaña rusa no apto para mí, lo reconozco.
Si a esto se le suma que Wyoming dejó de leer, al menos una pequeña parte del todo (con el notable desorden que esta audacia provocó en el ritmo habitual del programa, un ritmo funcionarial: en lugar de golpe de sello y sonido de teclado hay un discurso uniformado y minimalista de humor acompañado de risas de fondo como las que ponían en Benny Hill), y que el halo que rodeaba la presencia de las invitadas era de tal santidad impostada que invitaba al pecado, casi no me dio ni para llevarme unas monedas.
Una vez le oí le oí decir a alguien que la apariencia de Colau era la de una «asistenta de domingo», lo cual tengo que decir que es una falta de respeto, sobre todo para las asistentas, que no tienen culpa de nada. Colau, a pesar de la puesta en escena de fraulein María (fuera del plató se había dejado el reverso tenebroso), a lo mejor un poco sí. Quizá vienen producidos los fogonazos por la influencia psicosomática de esa expresión desafortunada, o quizá de la iluminada jovialidad que desprendía, que emanaba, la alcaldesa de Madrid reduciendo la locura independentista y sus consecuencias a un malentendido de niños que ella misma parecía poder resolver allí mismo (aunque no se pusiese a ello) como si fuera, y realmente lo parecía, Mary Poppins.