Imagino al Junqueras imaginando que escribe su carta a Rajoy con pluma de ave en cuartillas de papiro escamoteadas, sentado a la mesita desvencijada de madera de su celda fría y desnuda, y alumbrado por un candil mientras el silencio de la noche lo rompen lejanos gritos de tortura. Asistimos a un nuevo De Profundis, a un nuevo Napoleón desde Elba (un Junqueras desde Estremera) dispuesto a reconquistar Francia. Es el carteo de los hermanos Van Gogh o un romanticismo tarado en el que palabras como «represión», «expolio» o «presos políticos» adquieren su decimonónico y caprichoso significado nada más que desde lo más profundo de uno mismo.
El Junqueras es aquel Emperador Smith de los Estados Unidos que tocó con pelucas y vistió con medias y levitas a sus criados y que se procuró una corte de paletos (que asistía a sus fiestas imperiales) e incluso un ejército. Al Emperador Smith lo escribía la gente del pueblo firmando sus cartas como reyes y nobles europeos hasta que el sindiós acabó en tragedia y un «exilio», otra de esas palabras atávicas dejadas ahí en medio de todo (como poner una carroza en mitad de una autopista), en el que resulta que también está el Puigdemont, otro al que imagino imaginándose el Dalai Lama lejos del Tíbet. ¿Qué si no es ese lazo amarillo? ¡Se creen tibetanos!; eso hoy, porque antes se creyeron escoceses, por ejemplo, y mañana (no habrá que esperar tanto) se creerán marcianos.
Todo está dentro de su imaginación. Una imaginación no tan poderosa como su psicótico convencimiento. Imaginarlos imaginándose es la mejor forma de comprenderlos y despreciarlos para actuar en consecuencia. Puede que ya se haya mirado con suficiente comprensión y distancia, e incluso con humor (como medio de defensa, como respuesta, casi como toda respuesta), y permitido mucho más de lo inocuo en esta época de oscuridad en Cataluña. Siguen ahí y van a presentarse a unas elecciones todos esos políticos (alimentados de equidistancia y de contemplación y de desprecio de la Ley y de desprecio de los derechos de los españoles) que en realidad son lunáticos peligrosos dispuestos a mucho más que a imaginarse escribiendo cartas desde Elba.