“¿Es la prisa la pasión de los necios?”. Faltaban todavía cien años para la primera Revolución Industrial y Pascal, en pleno siglo XVII, reflexionaba de esta forma tan elocuente sobre si la velocidad no sería ya un mal que empezaba a entrometerse en la vida de los ciudadanos. En aquel entonces, tanto el tiempo del artesano como el del campesino todavía tenían su propio discurrir. Ya fuese el cuero, el metal o la cosecha, todo tenía su propia cadencia. La producción estaba sujeta a una secuencia temporal que era irrefutable: el metal debía golpearse, el mimbre doblarse cuidadosamente y el cuero se debía secar al sol. Todo ello lo hacía el hombre, con ayuda de alguna herramienta rudimentaria. Pero algo era cierto: el tiempo tenía un discurrir propio, casi inmutable.
Tres siglos después, aunque Pascal no lo supiese, el tiempo se iba a acelerar aún más de lo que él pudo prever. En la actualidad son dos las características que parecen definir el mundo en el que vivimos. Por un lado, la velocidad. Por otro, la sensación de saberse o creerse lleno. En medio de ambas, la tecnología juega un papel fundamental ya que sus tentáculos no sólo articulan y promocionan la aceleración, sino que, además, es la promesa a través de la cual uno puede sentirse repleto a cada momento interactuando con un sinfín de opciones.
Tiempo y experiencia
Fue en el año 1982 cuando Larry Dossey acuñó el término “enfermedad del tiempo”. Este médico estadounidense creyó detectar uno de los síntomas de nuestra era en la sensación de que el tiempo nunca es suficiente ya que se agota y se escurre entre los dedos sin que podamos hacer nada. No hay suficiente cantidad. Y tampoco calidad. La metáfora que utilizó fue la de un pedaleo constante, cada vez más rápido, para intentar atrapar una brizna de tiempo que, a cada golpe de pie, es más pequeña y más lejana. No es casualidad que Agustín Fernández Mallo en La forma de la multitud haya caracterizado al capitalismo infinitesimal por la aceleración, una suma de bots, algoritmos y operaciones a gran velocidad que en último término escapan al control humano. En definitiva, todo va demasiado deprisa y se acelera hasta perder el control, tal y como ocurrió en 2018 cuando el índice Dow Jones perdió 1.500 puntos en apenas horas porque, tal y como cuenta Fernández Mallo, “los operadores bursátiles operaron demasiado rápido”.
El otro síntoma del mundo acelerado actual es la búsqueda constante de la experiencia, que es a la vez causa y consecuencia del vertiginoso tratamiento de datos e información. Bauman detectó que precisamente ese devenir, cada vez más veloz, tiene un impacto sobre la vida. Sencillamente, el conocimiento se fragmenta y se vuelve ininteligible. Además, uno de los síntomas de este nuevo conocimiento es el número casi infinito de oportunidades, algo que Pete Davis analiza en su Dedicated, un libro que valora las consecuencias que trae consigo la era de la navegación infinita a través de múltiples dispositivos. El autor ejemplifica uno de los síntomas en la incapacidad de muchos suscriptores de Netflix para seleccionar una película debido a la gran cantidad de contenido disponible. Es lo que en la disciplina de la experiencia de usuario se denomina como la paradoja de la elección: el sujeto es incapaz de seleccionar nada debido al gran número de opciones. ¿El resultado? La fatiga y el posterior abandono.
Sin embargo, esta velocidad y la búsqueda de la experiencia se plasman en otros aspectos de la vida cotidiana. Si a finales de los 80 fue Nike la que accionó la era del continuo discurrir a través de su eslogan Just do it, hoy podríamos decir que en la era digital todo se reduce a Just browse it. Y en ese navegar constante, el tiempo se ha roto y no solo lo queremos todo, sino que lo queremos de forma instantánea. Si en 2011, un usuario podía pasar entre 10 y 20 segundos antes de abandonar una página web, hoy en día lo hará el 53% si la página supera los 3 segundos cargando. Por si fuera poco, un usuario pasa hoy tan solo 0,05 segundos decidiendo si una web le gusta o no.
Tecnología tranquila
Dada la gran velocidad que se ha instaurado en la consulta de información y en la interacción con las pantallas, la gran batalla de la industria digital consiste en retener la atención del usuario. Las redes sociales y los ecommerce han hecho infinidad de estudios para retener dicha atención, incluso utilizando lo que se denominan dark patterns (patrones oscuros). Por ejemplo, el desplazamiento infinito (infinite scroll), creado por el ingeniero Aza Raskin en 2006, actúa en el cerebro liberando dopamina y, en según qué casos, haciendo la interacción adictiva para algunos sujetos. El resultado es que las redes sociales, como Instagram, han tenido que añadir filtros opcionales para que el usuario pueda restringir el uso de la app a un determinado tiempo cada día. Allá donde todo parece ocurrir, nada realmente sucede, pero la atención permanece intacta esperando el gran evento, la gran atracción.
La pregunta es si habrá un momento para lo que profesionales como Amber Case han denominado “tecnología tranquila” (calm technology). Es decir, tecnología que no demanda la atención constante del usuario y solo tiene un único y claro objetivo asociado a su funcionalidad básica. Aunque el concepto de calm techonology se puede aplicar a multitud de interfaces, para mí uno de los mejores ejemplos de este tipo de productos sería Mymind, un sencillo repositorio de información donde el usuario puede añadir contenido en múltiples formatos. Hasta el momento, Mymind se ha negado a desarrollar los habituales patrones de la industria digital y los usuarios no pueden compartir contenido en redes sociales ni tienen acceso a “métricas vanidosas” (vanity metrics). Tampoco visualizan anuncios mientras usan la aplicación. Sus reclamos promocionales hacen referencia a mensajes tan elocuentes y calmados como “no tienes mensajes nuevos” o “menos funcionalidad, más magia”. O incluso su JOMO, en el que se advierte que hay diversión en la desconexión (Joy of missing out) y que confronta con el actual miedo a perderse algo del denominado FOMO (Fear of missing out) Mensajes casi subversivos en un mundo como el de hoy. Sólo el tiempo dirá si la demanda de los usuarios hacen del modelo de negocio algo sostenible.
En el tiempo de la inmediatez, de la atención como modelo de negocio y de la búsqueda constante de la experiencia, parece que cronos ha quebrado definitivamente la presencia de kairós. Para los griegos, el primero era el tiempo lineal, en el que los eventos suceden. Sin embargo, kairós era el tiempo del hallazgo, de lo extraordinario. En un mundo donde a cada milisegundo parece ocurrir algo y se espera todo, la paradoja de la elección se convierte en eje del agotamiento. Ya lo advirtió Nicholas Negroponte: “La cuestión de los ordenadores ya no tiene que ver con los ordenadores, tiene que ver con la vida”.