Camino de noche por Nueva York con un ejemplar en inglés de «La pell de brau» -La piel de toro- de Salvador Espriu. Un profesor de la universidad me lo ha prestado en calidad de alumno catalán. Quiere que haga algo con él y, probablemente, así sea. Acabo de comerme una hamburguesa de madrugada en un diner de la Sexta Avenida del que me he llevado seis sobres de azúcar Domino y tres sobres de mostaza Gulden’s. Quizás me he equivocado. Quizás empiezo a tener manías de neoyorquino. Quizás he sido un mal patriota, pero no recuerdo nada de Espriu. Cuando mañana abra su libro descubriré si estoy limpio de todas las etiquetas que los hombres ponen al trabajo de otros hombres. ¿De dónde soy yo? O mejor, ¿de dónde debería ser?
Es una noche importante. He hablado con Antonio Muñoz Molina y he caminado por las calles del Greenwich Village de Nueva York. La charla ha sido absurda, como todas las que suceden cuando te presentan a alguien que está cansado de que le presenten a gente. A mí me da un poco igual, lo hago porque sé que a mi padre le hace ilusión que le estreche la mano a Muñoz Molina y porque una vez leí un libro suyo que me hizo volar bastante alto. El tío vive entre Nueva York y España y, en mi modesta visión del escribir, eso es llegar bastante lejos.
El otro día conocí la ciudad donde nació Katherine Hepburn: Hartford, Connecticut. También es el lugar donde nació Paul Bremer Jr., el primer lacayo de Bush para controlar su guerra en Irak, pero que le jodan a los Bremer de este mundo. Hartford también es conocida por el atractivo nombre de «la capital mundial de los seguros». Todas las empresas de seguros plantan su sede en este lugar sin razón aparente.
Me fui a ver a Wilco, un grupo al que adoro y que esa noche prefirió renunciar a su gloria. Para hacer tiempo hasta el concierto y resguardarme de la lluvia, me metí en el McKinnon’s Irish Pub. En la barra, una foto de Katherine Hepburn cuando era joven y salió de aquí. Quizás una foto hecha por un fotógrafo local a una chica guapa que se iba a probar suerte a Hollywood con su álbum de actriz desconocida bajo el brazo. A mi izquierda, dos arquitectos o aparejadores -los planos desplegados sobre la barra- trasiegan una cerveza dulzona tras otra. Estuve casado, diez años, le fui infiel, risas. A mi derecha tres tipos descubren que comparten raíces en Cork, pero ninguno de ellos ha estado allí. Al parecer, uno se va de vacaciones el próximo verano y brindan por ello. En la pared cuelgan no menos de veinte camisetas de los marines del ejército americano.
En la tele pasan el Masters de Augusta. Un jugador japonés llamado Ryo Ishikawa aparece en la pantalla. Si gana el torneo será el más joven en hacerlo -no lo hará porque Phil Mickelson se enfundará su tercera chaqueta verde-. El chico es famoso por haberse hecho traer la arena y la hierba de Augusta a su campo particular de Japón. ¿Hacia dónde vamos?
Se acaba el Masters y empiezan las persecuciones de coches. La noche cae sobre Hartford. El Bushnell Theatre se empieza a llenar de gente que quiere ver a Wilco. Mi compañero de viaje asoma por la puerta. Tenemos una sonrisa de oreja a oreja. Me pregunto por qué seguimos escuchando a los poetas si a nadie le importan una mierda.