Ayer hizo justamente cincuenta años que se produjo el primer debate televisivo importante de la historia de Estados Unidos. Enfrentó, en la carrera presidencial, al entonces senador Kennedy con el Vicepresidente Nixon. El primero acabaría ganando las elecciones seis semanas más tarde de forma estrecha. Es un dogma que su triunfo surgió de ese debate que pronto se convertiría en mítico y que ha sido mostrado en escuelas de periodismo y, sobre todo, en partidos políticos como lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer. Kennedy realizó lo primero y Nixon pechó con lo segundo.
Las encuestas se mostraban indecisas en la mañana del encuentro que tuvo lugar en la ciudad de Chicago en la tarde del lunes 26 de Septiembre. Kennedy era el más inexperto de los dos, su contrincante llevaba ocho años de vicepresidente y estaba muy rodado nacional e internacionalmente, pero el senador resultaba ser un animal arrolladoramente televisivo. A la cámara le gustaba Kennedy, claramente, y el político descubrió tener una rara habilidad para dominar el medio. Era bien parecido, sabía controlarse, se percataba instintivamente de los ángulos que le eran favorables, aparecía templado, gesticulaba adecuadamente, mostraba naturalidad y sentido del humor. En su partido, ya había vencido muchas reticencias de jerifaltes y votantes por el hecho de ser católico. Le faltaba convencer al votante nacional.
Nixon era el reverso de esa medalla, en televisión aparecía artificioso, poco espontáneo, dispuesto a enrollarse. El propio Presidente Eisenhower le había aconsejado que no se extendiera demasiado.
Prescindiendo de las dotes naturales de cada uno, el candidato Kennedy, detalle crucial, hizo los deberes televisivos y Nixon, que prestó poca atención a sus asesores, no. Esto fue clave. El senador venía de California donde había tomado adrede el sol y tenía un color envidiable. Descansó el día del debate y había ensayado con sus consejeros un sesión de preguntas y respuestas para atacar o replicar a los hipotéticos comentarios de su contrincante.
Nixon llegó agotado a la televisión. La noche anterior había celebrado varios breves mítines políticos en la ciudad, se acostó tarde. El lunes acudió a una concentración de sindicalistas. No ensayó prácticamente.
En el estudio ambos contendientes rechazaron ser maquillados. Si se filtraba a la prensa, ¡qué tiempos!,ello les daría una mala imagen. Los dos, sin embargo, fueron ligera y disimuladamente retocados por sendos colaboradores, el de Nixon usó un producto llamado Shavestick para camuflar la barba cerrada del Vicepresidente. Nixon entró en el plató de la CBS pálido, algunos dicen que ceniciento, pero lo peor estaba por llegar. Unos 80 millones de norteamericanos vieron como el político, muy sensible al calor de los focos, empezaba a sudar. Las gotas corriendo por su rostro con el Shavestick le daban un aspecto horrible. Kennedy, moreno, tranquilo, impecablemente vestido, se expresaba con soltura.
En el control, los jefes de campaña de los candidatos cambiaban de postura. Se había pactado previamente cuantas tomas habría de un contendiente mientras hablaba su rival y los asesores se habían peleado por obtener el máximo. Iniciado el debate, y mientras Nixon sudaba, la gente de Kennedy quería renunciar a su tiempo y que la cámara enfocara con más frecuencia a Nixon, los de Nixon viendo la pobre imagen de éste no querían que la cámara lo siguiera mientras Kennedy tenía el uso de la palabra.
La televisión se casó definitivamente con Kennedy. El asesor televisivo de Nixon, Ted Rogers comentaría más tarde que los ocho años de experiencia de su jefe se habían evaporado en una noche. Es revelador que los americanos que siguieron el torneo por la radio dieron vencedor a Nixon mientras que a los televidentes(88% de los hogares del país tenían entonces televisión) les impactó enormemente Kennedy. Emergió como una “estrella” presidenciable. Un político comentaría que aquella noche la tele convirtió al senador en alguien enormemente “taquillero”.
El debate cambiaría la naturaleza de las campañas electorales estadounidenses y la política del país.
Kennedy ganaría las elecciones por un margen estrecho de 118,574 de 68 millones emitidos. La televisión tuvo mucho que ver. Era el Presidente más joven de la historia. Su discurso de su toma de posesión sería pronto considerado una monumental pieza oratoria, superior a las de Roosevel y comparable a las de Lincoln.
De ahí la comparación de Obama con él.