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Kierkegaard literato

Boceto de Kierkegaard realizado por su primo Niels Christian Kierkegard (Wikipedia)

Muchas veces me acojo a una lectura por referencias imprevistas. Pues bien, un día, a través de la plataforma Filmin, y un poco a lo tonto, elijo ver la película Volveréis, de Jonás Trueba, hijo del asimismo realizador cinematográfico Fernando Trueba, el patriarca, digamos, de la saga Trueba. La película va de la «tontería» de un matrimonio que se va a separar y al que se le antoja organizar la «supertontería» de una fiesta de separación; como se dice en la película, una boda al revés.

En el filme, uno de los actores es el propio Fernando Trueba, que hace de padre de la protagonista, esa consorte que se quiere separar, invitando a numerosos amigos a la fiesta celebrada con motivo de esa coyuntura. El padre es un señor mayor, obvio, ya muy mayor, canoso, delgado, elegante, que luce un atuendo, una simple bata muy resultona en la secuencia filmada en el amplio jardín de la casa del padre, quien ha preparado una paella con una pinta superior. Al enterarse el padre de la separación, a la hija le recomienda la lectura de un libro del filósofo danés Sören Kierkegaard.

Ya está, me dije, antes de concluir el film. Porque no había leído nada de Kierkegaard, si acaso alguna cita o algún trecho muy fragmentario. Y sí algunas destacadas alusiones, o abreviados resúmenes, de otros filósofos. De forma que saqué de la Biblioteca tres volúmenes: El concepto de la angustia, La enfermedad mortal y Diario de un seductor.

Lo primero que noté, al encararme frente a la primera lectura, sobre la angustia, fue el buen estilo del filósofo. Y es que un meritorio esfuerzo primordial de los filósofos ha de ser, además de saber conducir al lector por sus propuestas de investigación filosófica, poner en práctica un efectivo, y atrayente, manejo literario. Ser un buen escritor, ¡vaya! El contenido de El concepto de la angustia se abre con un breve prólogo y una larga introducción a cargo del autor. El primero es ligero y jocoso, mientras que la segunda es filosofía pura y dura.

Kierkegaard caricaturizado por la revista ‘El corsario’. Dibujo de Wilhelm Marstrand (Wikipedia)

El principio de la angustia Kierkegaard lo establece en la indecisión. El gran personaje sobre el que versa la obra es Adán, quien, frente a la prohibición divina de comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, duda entre obedecer a Dios o desobedecerle, tiene esa angustia; al cabo, incumple y peca. Y eso que, según argumenta Kierkegaard, Adán aún no sabía hablar muy bien y comprende a Dios, más que por el contenido de Sus expresiones, apenas por el tono. Capta la gravedad tonal de la terrible sentencia «¡Morirás!» Claro que para el filósofo, hombre muy religioso, la duda es un elemento de la fe, sosteniendo también que es imposible conseguir ninguna certeza objetiva acerca de doctrinas religiosas tales como la existencia de Dios o la vida de Jesucristo. Para él, el hombre es una síntesis de cuerpo y alma. La síntesis entre ambos la pone el espíritu.

El filósofo danés se extiende en el pecado original y los subsiguientes pecados, especulando con Adán sobre si inaugura la especie o está fuera de la especie, basándose en ese pecado, y alargándose en el asunto de la pecaminosidad. La enfermedad mortal es un libro relacionado, más bien una continuación de El concepto de la angustia. Trata, sobre todo, de la desesperación, que es sentirse en pecado al no estar unido a Dios y temer la muerte como no es debido; ya que la muerte, para el cristiano, no debe ser sino una etapa más, una parada, como él lo dice, en el transcurso hacia la vida eterna.

Kierkegaard pintado por Luplau Janssen (Wikipedia)

Es curioso el conocer la diversidad de Kierkegaard a la hora de firmar sus obras. Él firmó algunas de ellas con su nombre, el nombre de él mismo, pero otras muchas, como la mitad del conjunto, están rubricadas por los muchísimos seudónimos que utilizó. No seudónimos sino heterónimos. Cada uno representando una personalidad distinta. El concepto de la angustia está firmada por Vigilius Haufniensis y La enfermedad mortal por Anti-Climacus. Si Kierkegaard fue el padre del ismo posterior llamado existencialismo, también prenunció el fenómeno heteronímico del poeta portugués Fernando Pessoa. En El punto de vista de mi obra como autor, Kierkegaard escribió: «En las obras escritas bajo seudónimo no hay ni una sola palabra que sea mía. La única opinión que tengo sobre esas obras es la que puedo formarme como tercera persona; ningún conocimiento acerca de su significado, aparte de como lector; ni la más mínima relación privada con ellas«.

Y así como Pessoa crea, él solo, una auténtica constelación literaria a base del buen número de heterónimos que generó, Kierkegaard conforma asimismo una espléndida constelación filosófica a través de esos nombres que él llama seudónimos y que, en verdad, son heterónimos. Desconociendo, no comprendiendo esta cualidad, Teodoro Adorno se equivoca al juzgar al filósofo, errando al ver contradicciones en la obra de Kierkegaard. Es como si nosotros, al percibir la radical variedad de estilos de los tres principales poetas heterónimos de Pessoa: Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, reprochásemos al vate lisboeta inconsistencias en su creación.

Me interesé sobremanera por Diario de un seductor, porque, aunque en este libro estén vertidas cimentadas ideas de nuestro filósofo, formalmente es una novela, un diario ficticio, novelístico, con sus inventados personajes y su trama novelesca. El personaje protagonista intencionadamente se llama Juan. Mas no refleja al tópico don Juan romántico. Ese Juan, verdaderamente, es un poeta que describe, con vocablos muy bien elegidos, situaciones encantadoras, maravillosos ambientes. Kierkegaard demuestra aquí ser un avisado escritor aforístico, adelantándose a su tiempo con alguna especie de greguería ramoniana: «Según dijo Salomón, una buena respuesta es como un dulce beso.» El seductor de Kierkegard, insistimos, no es un don Juan cualquiera. Seduce a la mujer para luego dejarla. Pero su gusto no es el morbo de abandonarla, sino el placer sincero y animado de seducirla.

El Juan de Kierkegaard opta por la seducción y no por la posesión. En el momento en que hay una total entrega de la amada, prefiere abandonar. El uso del posesivo, en esta novela, es muy exacto. Kierkegaard asegura que el decir amor mío, Cordelia mía, no significa que ese amor le pertenezca, sino al contrario: él pertenece a ese amor, a Cordelia. «Así -argumenta- mi Dios no es mío porque me pertenezca, sino en cuanto le pertenezco.»

«¿Por qué han de ser tan hermosas las muchachas? ¿Y por qué han de marchitarse tan pronto como las rosas?», exclama Kierkegaard con cierta melancolía, a pesar de ser tan calculador. Pero enseguida su expresión toma un aire horaciano: «¡Gocemos de la vida y cortemos las rosas antes que se marchiten!» Su consideración de la belleza de la mujer y el proceso de su amor por ella, seduciéndola, y seduciéndose a sí mismo con el paladar amoroso, es algo religioso, contemplativo.

Estatua a Sören Kierkegaard en Copenhague (Wikipedia)

Los principios en los que este libro se basa son estos dos, opuestos: la ética y la estética. La ética radica en el interior de uno mismo, y la estética en el juego con los demás. En esta obra, deviene la siguiente oposición: fingimiento (estética) / deseo ardiente (ética). El seductor de Kierkegaard, ese Juan, no don Juan, utiliza constantemente la estética, no su yo interior, para sus conquistas y seducciones. La coquetería, según Kierkegaard, es un defecto que hay que cargar a la estética, porque siempre va supeditada a una relación con los demás, no con uno mismo. Sin embargo, el pudor femenino es ética. Aunque al seductor le pueda atraer, pues «siempre será la forma más bella de coquetería.» Esta expresión: «Tristeza melancólica y armonía en el dolor», está totalmente encuadrada en la estética kierkegariana. La estética, podemos apreciar en el discurso de Diario de un seductor, puede convertirse en máscara, llegando a poder ser un rival peligroso en las relaciones sociales.

«Bajo el cielo de la estética todo es ligero, hermoso y fugitivo, pero cuando se mezcla con ella la ética, todo se hace pesado, esquinado y infinitamente aburrido.» Esto lo dice Kierkegaard refiriéndose al noviazgo que, en cuanto al amor, es execrablemente ético, siendo más atractiva la seducción, con sus juegos engañosos, que es estética.

Me dice mi amigo Andrés Nebot, profesor de filosofía, aclarándome benefactoramente las cuestiones, que buena parte de la disciplina anterior a Kiekergaard, especialmente la teoría de Hegel, que Kiekergaard combate vivamente, es una filosofía desencarnada, ideal, mientras que la que se ocupa del hombre es una filosofía encarnada, que siempre parte de la coyuntura humana

El que Kierkegaard convierta su filosofía en una obra literaria, como ocurre con el Diario de un seductor, hace que el autor se erija en el total existencialista que, avant la lettre, fue; optando por una historia humana para desplegar sus proclamas filosóficas. Un precedente primigenio es Agustín de Hipona, que desarrolla sus planteamientos filosóficos a través de sus Confesiones, rica y plena vivencia de un hombre.

 

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