1.
También de tristura se vive
Sihara Nuño
2.
Ya decía José Hierro aquello de que “llegué por el dolor a la alegría” y sucede de continuo, que a malas rachas (quizá por agotamiento) sobrevienen buenos momentos de felicidad. Hace varias semanas estaba conscientemente exhausto. Y lo digo así porque sabía de mis múltiples obligaciones y me sabía un poco al límite con todo. Pero ahora ya no; y, sin embargo ,sigo igualmente exánime, aunque quizá sea este cansancio mucha más liviano. No sé.
Dos cansancios que nunca pueden ser los mismos: uno alegre y otro triste.
3.
En su libro ella, los pájaros (1989), Olvido García Valdés finaliza así unos de sus poemas “es finales / de octubre, siento / una alegría difícil de explicar. / La alegría es misteriosa, / externa como un chaparrón, / la tristeza, en cambio, forma parte del ser, / casi constante, solapada en todo caso, / razonable siempre”.
4.
Y cómo no ser cabal en el entendimiento de la aflicción, si es mucho más excelsa que la algazara, la risa. Dolerse del júbilo no sería radical, sino estúpido.
La jarana son muchos momentos no para olvidar sino para olvidar(se) de uno mismo; el desconsuelo, por el contrario, confiere la lucidez del poder sublimador de la melancolía.
5.
“Mi abuelo siempre me decía que las razones para querer eran pueriles y sin fundamento, y que esa base inestable de los sentimientos era el motivo por el que uno necesitaba tener fe en Dios”.
Nelly Arcan, Loca (Pepitas de calabaza, 2020)
6.
Tener fe. He aquí el verdadero extremismo.
Guardar la confianza en que nunca la amargura será tan fuerte en su oscuridad que no nos dejará ver, al menos, un leve hilo de luz, preñado siempre de amor y rabia. Porque la una no puede ser sin el otro (y viceversa). Y está bien que así sea, que si no la virtud queda en vulgar vicio.