Se echan en falta los políticos, como Suárez (quizá sólo fue él), que muestran en el rostro y con el gesto el peso de la responsabilidad, de los éxitos y los fracasos, puede que la mejor garantía de la honestidad. En el elenco actual la mayoría parecen estrellas de Hollywood sobre la alfombra roja, henchidos de sonrisa, de teces tersas y luminosas, con trajes y vestidos de estreno, casi hasta posando de espaldas para enseñar éstas en el pasillo o a la entrada y salida del Congreso.
A uno se le pone la mirada parpadeante del Padre Brown al observarles como si se estuviera ante la escena del crimen. Ya le gustaría tener la perspicacia del personaje de Chesterton para darle la vuelta a todos esos trucos del cine.
El enfrentamiento en la Cámara de las Sorayas cabe incluirlo entre las grandes rivalidades del mundo, también cinematográficas, por lo que se duda si son Baby Jane y su hermana, o Walther Matthau y Jack Lemmon. La diferencia es que las primeras en realidad se odian, y los segundos en realidad se aman como Guardiola ama a la posesión, su tesoro. Después de la acusación de ayer uno se inclina por Bette Davis, interpretada por Soraya Oposición (SO), y por Joan Crawford, interpretada por Soraya Gobierno (SG), cuya lucha ha saltado fuera de la arena que es en donde, hasta ahora, se dirimía dentro de unos cauces deportivos.
Desde lejos uno percibe la inquina de SO por demasiados años de éxitos de SG, y todo sin que aquella ni siquiera haya sido niña prodigio. O a lo mejor sí. La acusación es una rata bajo la tapa del almuerzo ante la que SG grita: “En mi puta vida he cobrado un sobre”, mientras SO ríe de placer vengativo en el piso de abajo, que no es otro que el corrillo de periodistas de al lado. “En mi puta vida…” es una de esas frases que se agradecen por tirar una piedra, o mejor una pelota, a las ventanas del edificio de la corrección política, al estilo del “manda huevos” de Trillo (esto es alcanzar la paridad), que le enseñan al votante que hay una persona dentro de esa replicante que no parece dormir, aunque no se note.
A Suárez se le notaba cuando no dormía. Era un poco el Truman del show con millones de espectadores entregados. Pegados al televisor y sus dos canales doliéndoles España como le dolía a él. El plató de una vida y no de un estudio. O al menos ambos. “En mi puta vida…” es un tuit del siglo veintiuno frente a aquella obra de cientos de páginas del veinte, pero también un brote verde en medio de la desolación del incendio y de las alfombras.