Al igual que en Alemania, también hay en España una “iniciativa de excelencia” para promocionar las universidades. El Ministerio de Educación español busca lograr, según sus propias palabras, “ecosistemas del saber” que crearán oportunidades de empleo para la población. Una de las universidades que pueden añadir a su nombre este codiciado timbre de excelencia –“campus de excelencia internacional” en español– es la Universidad Vigo, en el noroeste de España.
Sin embargo, la Facultad de Ciencias –situada en el Campus de Orense, a noventa kilómetros de Vigo– empezó a caer en descrédito hace dos años: seis científicos, entre ellos un ex-vicerrector y un ex-decano, habían copiado literalmente, en dos publicaciones científicas, párrafos de los trabajos de unos investigadores chinos. El plagio fue advertido por la propia revista norteamericana y los artículos fueron retirados, pero, a pesar de ello, la universidad intentó desentenderse del tema (FAZ, 16 de junio de 2011). Los implicados, del Departamento de Química Física, siguieron en sus funciones como si nada hubiera pasado. Medio año después de los acontecimientos una comisión de investigación reconoció que los científicos habían cometido “negligencia” y “malas prácticas”, pero los absolvió de la intencionalidad de plagiar. “Campus de excelencia internacional”: este título, llevado con orgullo, de repente suena a retórica hueca.
Como durante todo este tiempo no perdí de vista a la Universidad de Vigo, no me pasó inadvertido que los escándalos afectan a esta universidad como una misteriosa plaga. Al principio tenían que ver con el nivel académico y los procedimientos administrativos. Por ejemplo, a uno de los seis presuntos plagiarios, Gonzalo Astray, se le permitió obtener su título de doctor cinco meses después del escándalo, con un trabajo de tesis que se parecía mucho a los artículos plagiados; la tesis fue realizada bajo la dirección del ex-decano Juan Carlos Mejuto, que también era coautor de los artículos plagiados. En un mensaje que me dirigió, Mejuto reconocía “un cúmulo de errores”, pero rechazaba la acusación de plagio. Eso fue en un tiempo en el que algunas personas aún me respondían. Mejuto declaró con toda franqueza a El País que era “un chapucero”, pero no “un tramposo”.
El destino parece sonreír a este profesor tan maquinador, pues poco después del escándalo el gobierno regional de Galicia le concedió a él y a su equipo un premio de investigación que ascendía a 112.000 euros, por arreglo de su viejo amigo Jesús Vázquez Abad, consejero de Educación de la Xunta de Galicia. En diciembre de 2011 había de llegar aún una nueva vuelta de tuerca: Astray, discípulo destacado de Mejuto, fue propuesto para la mejor tesis doctoral del año 2011 de la Universidad de Vigo en el campo de las Ciencias Naturales. El tema circuló por la prensa española y fue comentado con incredulidad en blogs científicos. La moraleja de esto es: quien se arrima al poder, saca partido hasta de un fracaso.
El 5 de enero de 2012, tres semanas antes de la ceremonia de entrega de premios, pedí por correo electrónico al rector de la Universidad de Vigo, Salustiano Mato, una toma de postura sobre esta controvertida candidatura. No hubo respuesta. También quedó sin contestación un mensaje enviado a la vicerrectora Margarita Estévez. Un día antes de la ceremonia, la universidad decidió, en un Consejo de Gobierno extraordinario, retirarle el premio a Astray. Los “sucesivos errores y negligencias”, se dijo, “son totalmente impropios de investigadores de calidad”. No suena precisamente a excelencia. ¿Pero cómo llegó Astray al número uno de la lista de candidatos?
Mis posteriores investigaciones contaron con la valentía de algunos científicos que se mueven fuera de los círculos de poder. Uno de ellos es Claudio Cerdeiriña, profesor de Física, que en el año 2009 se encontró con la tesitura de que de un día para otro quitaron la carrera en la que impartía docencia. De nuevo vuelve a surgir el nombre de Mejuto, uno de los presuntos plagiarios, que aprovechó su mandato como decano para instalar Ciencias Medioambientales en lugar de Física. En un encuentro que tuvimos, Cerdeiriña me explicó que esa decisión había obedecido a intereses estratégicos y a que las ciencias duras eran una molestia para algunos. La calidad académica no cuenta para nada en ese campus, el proceso se llevó a cabo en forma de golpe de estado y la Junta de Titulación de Física fue ignorada.
Cerdeiriña y otros profesores a los que pasaron por alto presentaron un recurso y, a la vez, organizaron una campaña para llamar la atención internacional sobre el caso. En poco tiempo consiguieron el apoyo de científicos de renombre mundial, de Michael E. Fisher y Leo P. Kadanoff (ex-presidente de la Sociedad Americana de Física) a los Premios Nobel de Física norteamericanos Lee, Osheroff y Gross. A diferencia de sus adversarios dentro de la universidad, estos tenaces físicos tienen una considerable reputación científica.
Sin embargo, ni siquiera las firmas de más de 300 científicos de prestigio impresionaron a la dirección de la Facultad. Incluso la perspectiva de que la universidad hiciera el ridículo parecía no importarle a nadie. Mientras que la prensa y algunas publicaciones científicas informaban sobre las vergüenzas de Orense, los que mandaban se hacían el muerto. Entre los fervientes defensores del cierre de Física se encuentra, además de Juan Carlos Mejuto, su discípulo Pedro Araújo, que no logró obtener su título de doctor hasta pasados los 50 años, en diciembre de 2008. Araújo ascendió medio año después a profesor titular de universidad con una escuálida lista de publicaciones, y apenas 10 días después heredó de Mejuto el decanato. El título de su delgada tesis doctoral: Caracterización geológica de surgencias termales en la provincia de Ourense. Una carrera académica de cine en versión gallega.
El 6 de marzo de 2012 Cerdeiriña y otros científicos críticos convocaron una rueda de prensa: el Tribunal Superior de Justicia de Galicia había declarado no conforme a derecho el cierre de la carrera de Física por la Facultad de Ciencias [de Orense] de la Universidad de Vigo. Una victoria en toda regla. Sin embargo, la noticia que acapara la atención de los medios ese día es otra, aunque también concierne a la Universidad de Vigo: una juez de la cercana ciudad de Lugo imputa al rector Salustiano Mato por malversación de fondos públicos y blanqueo de capitales. No es de extrañar que el hombre no tuviera tiempo de contestar a mis mensajes.
El caso de corrupción Campeón mantiene ocupada a la Justicia gallega desde hace tiempo; lo nuevo es que el rector de la universidad esté imputado. Del empresario farmacéutico Jorge Dorribo se dice que consiguió 1,6 millones de euros mediante el pago de sobornos para, supuestamente, producir medicamentos para el tercer mundo. En realidad, según los indicios, lo que hacía era reenvasar medicamentos ya caducados y revenderlos con buenas ganancias. El rector Mato, anteriormente director general de I+D [de la Xunta de Galicia], está bajo sospecha de haber podido favorecer el fraude. La instrucción del caso aún no se ha cerrado. El candidato al puesto de rector ya se ha puesto del lado de Mejuto, Araújo y sus seguidores para asegurarse sus votos. La cosa funciona como siempre ha funcionado.
Los detalles que los medios de comunicación difundían aquellos días son espeluznantes: el punto común de las tramas corruptas entre la política y los negocios era el burdel Queen’s, en la zona industrial de Lugo. En el año 2010 desapareció allí una prostituta, que se supone fue asesinada. El rector Mato niega tener conocimiento de las conexiones criminales.
Es este rector el que le quita el premio extraordinario al presunto plagiario Astray poco antes de la línea de meta; si es por oportunismo o por miedo a la crítica pública queda sin aclararse. Sin embargo, Astray no se amilana, pues cree que se merece el premio. Primero presenta un recurso en la universidad, que es rechazado, y entonces acude a la Justicia. En mayo de 2012 Astray declara a la prensa –que ya informa periódicamente sobre los escándalos en la universidad con campus de excelencia– lo siguiente: “Es curioso que el juicio de valor hecho por el rector venga justificado en aras de la honorabilidad y buen nombre de la Universidad cuando él está imputado por delito de blanqueo de capitales y de fraude en subvenciones”.
Unas palabras sobre el noroeste español. La provincia de Orense, con su capital Orense, y única provincia gallega sin acceso al mar, es una zona sin industria relevante y una de las más pobres del país. La crisis ha golpeado aquí especialmente fuerte. La sociedad marcadamente rural envejece y a la juventud no le queda a menudo más salida que la emigración. “De más de 400.000 habitantes hace treinta años la población se ha reducido a 330.000”, me cuenta el dirigente sindical gallego Etelvino Blanco. “Hoy viven en Ourense más jubilados que personas en edad activa”. La peculiaridad de esta sociedad, me cuenta, es la predisposición natural del “pueblo” a la sumisión y el dominio indiscutido del patrón o “cacique”.
El concepto de cacique pertenece más bien a la politología latinoamericana, pero encaja bien aquí. Algunas figuras como el presidente de la Diputación Provincial de Ourense (PP), José Luis Baltar, que han tenido el poder durante veinte años –dice Blanco– han repartido prebendas con dinero público y comprado votos regalando plazas. A fecha de hoy Baltar está imputado por corrupción y malversación de fondos públicos. Antes de abandonar la presidencia de la Diputación Provincial y la dirección local del PP en 2012, alzó a su hijo a los puestos que él estaba a punto de dejar. Para ello, se dice, Baltar consiguió los votos de aliados dentro del partido “creando” más de cien nuevas plazas de telefonista y portero. Como contaba con sorna la prensa, varias decenas de personas vigilan un total de tres puertas. Pero funcionó, como siempre había funcionado. Las decisiones arbitrarias del cacique no se pusieron en tela de juicio. “Las redes clientelares no sólo se extienden dentro de la política”, dice Blanco, “sino en la Justicia, la Iglesia y otros ámbitos”.
Uno de estos ámbitos es la Universidad de Vigo, me cuenta el periodista José Manuel Rubín desayunando en una cafetería del centro de Orense. Esta antigua ciudad es un sitio agradable, la gente es amable y, siempre que uno no piense en la estructura social, que está podrida hasta el tuétano, todo está en orden. Rubín, uno de los periodistas más respetados del periódico tradicional La Voz de Galicia, dirige la conversación hacia Alemania y el caso Schavan. Me dijo que la ministra de Educación había dimitido motu proprio, y eso le había impresionado. “Sin embargo, en este país los escándalos se cubren y se les quita importancia. El que hoy quita un poco de importancia a la corrupción, mañana la trivializará con más convicción, y así la corrupción va instalándose en todos niveles de la sociedad. Eso es lo que ha ocurrido en la Universidad de Vigo: se le quitó importancia a un plagio y quien quería que el escándalo se investigara fue demonizado”.
Hace tiempo que me he dado cuenta de que el hecho de que la prensa saque estos asuntos a la luz sólo tiene una efectividad limitada. Almaceno muchos cientos de enlaces con artículos de prensa que hacen referencia a tramas corruptas en el noroeste español. Junto al caso Campeón, en el que otro de los implicados es un antiguo ministro de Zapatero, está el caso Pokémon, en el que está imputado un amigo de Pedro Araújo: el ex-alcalde de Orense, Francisco Rodríguez. Sin embargo, el creciente flujo de información no aporta nada más que hastío porque las noticias negativas se relativizan mutuamente, porque la población está impregnada de fatalismo y porque los que detentan el poder se sienten impunes.
Entonces decidí ir al Campus de Orense y hacerle una visita al decano Pedro Araújo. Aparecer de improviso es algo que nunca había hecho, así que si no me atendían no tenía derecho a quejarme. Sin embargo, lo que ocurrió fue una escena de película. Encuentro al decano en su despacho, lo abrumo con mi saludo y le cuento que quería aprovechar que estaba casualmente de visita en la bonita ciudad de Orense para pasar a conocerlo. Le digo que, aunque desgraciadamente mis últimos mensajes no han tenido respuesta, en una conversación cara a cara se puede arreglar esto fácilmente, y cosas así. En los ojos de Araújo se adivina confusión, tal vez miedo. (Claudio Cerdeiriña me diría más tarde que la primera impresión engaña, que Araújo es fácil de poner nervioso, pero que por dentro es “duro como una piedra”).
Entonces gana la partida su cortesía española. El decano comienza, sin que yo saque el tema, a hablar de la sentencia judicial que declara no ajustado a derecho el cierre de la carrera de Física en el Campus de Orense. Por la frente le corre el sudor. No entiendo apenas nada de sus argumentos jurídicos, pero escucho, y la grabadora escucha también. Llega un colega más joven de refuerzo y ahora ya son dos los que hablan, tres cuartos de hora o más. Cuando al despedirme le sugiero al decano la posibilidad de tener una comunicación “más fluida” en el futuro a partir de este contacto personal vuelve a aparecer el nerviosismo en sus ojos. Eso no es lo que él desea, pues no es el interlocutor adecuado, dice Araújo casi con tozudez. Le noto en la cara la alegría de librarse de mí.
Sería incorrecto pensar que los malos de esta película son sólo los conservadores [Partido Popular, PP]. Éstos han producido al cacique Baltar, pero los socialistas han producido a Mejuto, Araújo y sus boys. No, la corrupción prolifera más allá de los partidos de izquierda y derecha. La frustración sobre este estado de cosas es tan grande que hace más de diez años se creó en esta coqueta, indolente y envejecida ciudad un movimiento político con el fin de declarar la guerra a los que se sirven alegremente de los fondos públicos. Se llama Democracia Ourensana, tiene el apoyo de un par de miles de personas y, entre tanto, ha conseguido dos concejales en el Ayuntamiento de Orense. Su oficina –que les han asignado a regañadientes– es un húmedo cuarto en un sótano. Su programa: más transparencia, participación y cambio en la legislación electoral.
Gonzalo Pérez Jácome, el portavoz, tiene una tienda de música en el centro de la ciudad y hace programas para su canal de televisión local Auria TV, en los que arremete con gran elocuencia contra “los corruptos” y “los plagiarios”. Todo desprende una especie de aire de comedia absurda, pero demuestra sobre todo que tienen valor. La concejal Susana Gómez, su compañera en el ayuntamiento, me confiesa su modesto sueldo mensual: 1.700 euros. Eduardo llegó de Zaragoza, no encontró trabajo fijo en Orense y trabaja durante la semana como vigilante en la cárcel. Y está también un tipo enérgico, al que llaman Rafa Reporter, que hace de cámara.
“La diferencia entre otros partidos de protesta que hay en España y nosotros es que venimos desde abajo de todo”, dice Jácome. “Somos ciudadanos desconocidos, no profesionales”. Entonces interviene Susana y habla del muro contra el que se topan una y otra vez. “Sin un pueblo sumiso no hay caciques. La gente joven se deja dominar. Falta conciencia ciudadana”, dice.
A veces transcienden algunas noticias de los escándalos. El 9 de agosto de 2012, el suplemento de educación Times Higher Education, del Reino Unido, publicó un artículo sobre corrupción en las universidades españolas, en el que Vigo ocupa un lugar prominente. El artículo circula por la resistencia. ¿Qué habrían dicho los lectores si entonces hubieran sabido lo que iba a ocurrir meses después? Gonzalo Astray, el presunto plagiario, recibe de la Consejería de Educación de Galicia una beca postdoctoral por dos años.
A principios de enero de 2013 está servido el nuevo escándalo: parece que Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español, ha intentado obtener el doctorado en la Universidad de Vigo con una tesis que mostraba grandes similitudes con otra presentada anteriormente en la Universidad de Alicante. Ambas tesis doctorales habían sido dirigidas por la misma persona; la prensa señala que, a instancias de Blanco, la directora de tesis había recibido un puesto en la Academia Olímpica Española. Lo llamativo del caso es que la Universidad de Vigo no reaccionó durante ocho meses a un escrito enviado en la primavera de 2012 desde Madrid en el que se advertía de la sospecha de plagio. Ocho meses de silencio atronador, y entonces la universidad declaró lacónicamente que el trabajo sospechoso “no había sido aceptado” por falta de calidad. No hubo más declaraciones.
Ya basta. Lo que ocurre en Vigo es una versión en miniatura de los males sociales de España. Uno de estos males es el servirse sin escrúpulos de los fondos públicos. Otro es la corruptibilidad. Un tercero es la disminución del nivel académico, propiciado por los mismísimos profesores universitarios. Y un cuarto es el debilitamiento de la meritocracia en favor de un clientelismo de corte feudal, que erosiona el fundamento moral de las élites funcionales. Todo lo que podamos escribir sobre esto sólo son pinceladas de la realidad, pero nada más.
Publicado originalmente en el Frankfurter Allgemeine Zeitung el 26 de junio de 2013 con el título Korruption in Vigo: Die Willkür der Kaziken. La primera parte de este reportaje se publicó la semana pasada, bajo el título ¿Es que no sirvió para nada el caso Guttenberg? Corrupción en Vigo, 1
Paul Ingendaay (Colonia, 1961) es periodista y escritor afincado en Madrid. Trabajó durante quince años como corresponsal de cultura en España para el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung. Es autor de dos novelas, un libro de cuentos y co-editor de la obra completa de Patricia Highsmith en alemán.