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Mientras tanto“La Argentina” en París, una artista vuelve a casa

“La Argentina” en París, una artista vuelve a casa


Cartel de "La Argentina" en París en la Fundación Juan March
Cartel de «La Argentina» en París en la Fundación Juan March

Hubo un tiempo donde los artistas españoles o que trabajaban en España se iban a París, la capital cultural del mundo, el Nueva York de entonces, a batirse el cobre con la flor y nata de la intelectualidad mundial.

Es el caso de La Argentina, bailarina con ese nombre porque nació en aquel país aunque se crió en España, a la que se le ocurrió la idea de crear los Ballets Spagnols. Una compañía de corto recorrido para la que la artista encargó dos composiciones musicales originales: El contrabandista a Oscar Esplá y Sonatina a Ernesto Halffter. Obras que al oírlas se oyen injustamente olvidadas, sobre todo la segunda con su toque clasicista, que ahora recupera la Fundación Juan March de la mano del coreógrafo Antonio Najarro, el director musical Miguel Baselga y la directora de escena y dramaturga Carolina África.

El resultado es un programa doble en el que destaca, sobre todo, el vestuario que ha recreado Yaiza Pinillos. Que, sin ser una copia del original, está inspirado en los que usaba esta compañía y se llevaban aquella época en los escenarios parisinos. Por sí mismos, su belleza, y por cómo acompañan el baile y a los bailarines merece la pena intentar conseguir una entrada que, por cierto, son gratuitas.

Del resto se puede decir que El contrabandista, la historia de amor entre un contrabandista y una duquesa, está bien. Sin destacar en nada en concreto, sino fuera por su recuperación y por las notas de humor que ha introducido Carolina África.

Una pieza bien ejecutada y bien pautada que se encuadraría en lo que en España se identifica popularmente como baile flamenco o baile andaluz, y en el resto del mundo como baile español. Acompañada de una música que no acaba de sonar a ninguna de esos tres tipos de música, aunque el maestro José Montón está a la guitarra.

La cosa cambia con la fantasía Sonatina. No se sabe si es por el famoso poema de Rubén Darío que da título a la pieza, el de “La princesa está triste… ¿qué tendrá la princesa?” que acompañado de música se proyecta sobre un ingenuo cielo estrellado antes de que comience la coreografía. O si es por ese comienzo en el que la princesa atraviesa el patio de butacas llevando de la correa su mascota, un dragón. Una princesa que llama la atención por su tocado y un dragón cuyo vestuario recuerda a los Ballets Rusos de Diàguilev.

El caso es que tanto los solos como los bailes de conjunto creados por Najarro, primero interesan y, luego, simplemente atrapan de una forma emocional antes que intelectual. Quizás los jetes o saltos son poco lucidos, pero las dimensiones del escenario no dan para saltar mucho. Sin embargo, son suficientes para resaltar los solos y dar la impresión de que los ocho bailarines, procedentes de la compañía de ballet español del coreógrafo, son una compañía grande. A lo que se añade la percepción de que la música, esta vez sí, y el baile se acoplan. Más aún en la escena final. Un gran finale con el conjunto al completo bailando y tocando las castañuelas.

Ni que decir tiene que, si en la primera coreografía el público agradece el esfuerzo, en la segunda aplaude sin medida. Se deja arrastrar por el entusiasmo y buen hacer de los artistas. También se deja llevar por esa fantasía principesca, que se da, en su especificidad de ballet español y bolero, un aire de manga y, las bailarinas, de okatus.

A lo que se añade en ambas piezas un uso inteligente de los videos que superponen movimiento al movimiento del baile. Creados por David Martínez a partir de los teloncillos originales para esta pieza de Mariano Andreu. Unos teloncillos que parecen una mezcla entre Guillermo Pérez Villalta y Mariscal con colores más apastelados y menos brillantes.

Así que hay que congratularse, otra vez, porque la March siga en ese proceso de recuperación del patrimonio del teatro musical y de la música escénica española. De acercar al público contemporáneo la vigencia, todavía, de un arte efímero que la historia y la política dejaron en el olvido, o en el recuerdo de unos pocos.

A la vez que hay que informar que todavía quedan unos días para seguir disfrutando, que siempre se dejan entradas que se reparten a última hora. Y avisar a los valencianos ya que al estar coproducido por la Fundación Les Arts Reina Sofía se verá en el Palau del 23 al 24 de febrero.

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