Lo volveré a intentar. Prefiero matarme a aguantar más esta situación de injusticia”. Mohamed Hallab se sienta, se acaricia las manos, se sube el puente de las gafas. El micro de corbata graba los latidos de su corazón. Con 26 años, ha querido emular al tendero Mohammed Bouazizi, el chico que en Túnez se quemó a lo bonzo como protesta contra el régimen corrupto de Ben Ali. A Túnez le siguieron las revoluciones de Egipto, Yemen, Bahréin, Siria y Libia, entre otros países del norte de África y Oriente Próximo, en lo que se conoce como la primavera árabe, efecto dominó de revulsión democrática que ha espoleado los ánimos de los jóvenes “perdidos y desconcertados”.
Hallab es saharaui, y malvive en el campamento de refugiados de Smara (20.000 habitantes), en el territorio pedregoso que Argelia cedió para que se asentaran los miembros de la diáspora del pueblo que Marruecos oprime, según el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Amnistía Internacional y Human Rights Watch. El pasado 7 de marzo, Hallab comenzó una huelga de hambre que duró 29 días y que estuvo a punto de hacer que entrara en coma. No le importó. Como parado y activista de la Asociación de Familiares de Presos y Desaparecidos Saharauis (AFAPREDESA), lo único que quería es que se escuchara la voz de los jóvenes saharauis que, como él, se están empezando a organizar al margen del Frente Polisario, el brazo armado de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), el Estado que Marruecos se niega a reconocer. “Ellos [los polisarios] me decían que el hecho de que yo quisiera denunciar la situación con una huelga de hambre ponía en peligro la estabilidad de la zona”.
Existen 165 mil refugiados saharauis que se reparten entre cinco campos (Dajla, Smara, 27 de Febrero, El Aaiún y Auserd), en la frontera argelino-marroquí. La generación del baby boom de los noventa, que hoy son veinteañeros sin trabajo, está harta de la misma consigna oficial de sus propios dirigentes: “Tenéis que esperar, con la diplomacia se conseguirá que un día seamos libres”. Hartos de esperar. En diciembre, más de mil delegados se reunirán, durante tres días, en alguno de los cinco campamentos para decidir su futuro inmediato, en el marco del XIII congreso. Algo que no sea esperar. En el Sáhara, el viento suena con la guitarra, los sintetizadores y la armónica de Lou Reed en Rock and roll animal.
Según algunos voluntarios españoles, ni el ministro de Salud de la RASD, Sidi Ahmed Tayeb, ni el médico que cada cinco días le vigilaba la tensión, se tomaron excesivas molestias para solucionar el problema moral creado con la repentina huelga de hambre de Hallab. En el Ministerio de Salud trabaja el radiólogo X., delgado como un palillo y con una piel del color del mimbre. Fuma American Legend. Todos los días, excepto los viernes (equivalente, en el mundo musulmán, al domingo), come en el restaurante Kadim-Isik, en la colina cercana al edificio de la radiotelevisión saharaui. Resignado, su malestar es notorio cuando oye hablar de la cúpula del gobierno de la RASD: “Aquí llega mucho dinero procedente de la ayuda humanitaria, pero ¿dónde está? Solo tienes que ver qué bien que viven sus hijos”.
“Aunque nos manifestábamos dos días por semana para que se tomaran cartas en el asunto, los hombres del [Frente] Polisario poco más y dejan morir a Mohamed Hallab. Nos decían que lo que él hacía daba un mal ejemplo a la juventud”, se indigna la cooperante manchega Arancha, que lleva dos meses enseñando castellano cerca de la base de Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), en Rabuni, pequeña localidad argelina, y que aún confunde, como estos redactores, los melones del desierto, con limones; las acacias del Sahel, con captus seniles; las cabras, con terneros; la carne de camello, con la carne de lagarto; el siroco, con un tornado; la insolación, con el bronceado; el salam malecum, con el malecum ‘sadam’, y las lágrimas de calor, con una tormenta de verano.
El director del Complejo Nacional de Salud de Rabuni, Fadel Mojtar, con bata blanca y con un asombroso parecido a Omar Sharif sin bigote, también se ciñe al guión marcado por el Ejecutivo de la RASD. En el centro de su despacho, de cuatro metros cuadrados, pedruscos fósiles con la columna vertebral de los trilobites. En un corcho, la pegatina “Save our sharks and rays” (?) y el “calendario vacunal” de 2003 (tuberculosis, difteria, sarampión…) para crear una “sociedad libre de enfermedades epidémicas”. Preside el retrato en color del presidente de la República Saharaui, Mohamed Abdelaziz, cubierto por una bandera del Sáhara Occidental. Este hospital nacional está dotado con una plantilla de 81 profesionales, entre médicos y enfermeras, y cuenta con 120 camas para una población de 200.000 personas. Sólo dos ambulancias. La financiación, el eterno hándicap: “Es un tema bastante complejo. Por ejemplo, recibo 50 mesas y no sé ni de dónde proceden”.
Al lado del nuevo edificio materno-infantil, aún en construcción, el centro veterinario. Y próximo al centro veterinario, la Agencia de Prensa del Sáhara. El director se llama Lamhamid Abdelhay. La respuesta a la pregunta de si apoyaría la revuelta pacífica de los jóvenes saharauis cansados de esperar es, en sí, un jeroglífico o una pintura rupestre: “Si ocurre ese escenario, como en Egipto, se abrirán nuevas incógnitas que darán lugar a nuevos hechos”. Previamente a las respuestas, deja claras sus reglas: “Estoy dispuesto a contestar cualquier pregunta siempre y cuando…”.
La agencia da trabajo a 15 personas, y se está actualizando la página web (www.spsrasd.info) para incluir en ella las redes sociales, de Facebook a Twitter, porque “son de vital importancia, la chispa de las rebeliones”.
El director del semanario Sáhara Libre, Talhi Taki, en una mini redacción con cinco ordenadores, descalzo y con agujeros en los calcetines, piensa lo mismo que su colega Abdelhay, pero de manera diferente: “Intentamos crear opinión con nuestra línea editorial, por ejemplo, sobre qué sentido tiene tal o cuál resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas, pero somos conscientes de que la juventud crea sus propios blogs. Las revueltas de noviembre del 2010 [en el campamento de Gdeim Izic] han roto el hielo. Sin duda, la juventud saharaui es como la juventud de cualquier sitio; no se quedará con los brazos cruzados. Por ahora, controlamos a los jóvenes, pero no sabemos hasta cuándo…”. Uno de los siete redactores del periódico vota por el continuismo: “Hay que esperar más. ¿Qué son 35 años en la historia de un Estado?”.
El 14 de abril pasado, Sáhara Libre publicó este breve: “Hallab ‘triunfa’ tras 29 días: cerca de un mes estuvo en huelga de hambre el activista saharaui Mohamed Hallab, con la finalidad de poder visitar a su familia en el Sáhara Occidental”.
El responsable del departamento de castellano de la Radio Nacional Saharaui, Malainin Mustafá (1963), a su vez, piensa en rojo: “Divulgamos la causa”. La radio, con cuatro periodistas, emite desde 1978, esencialmente, para América Latina.
Por su parte, el director de la RASD Televisión (www.rasd-tv.com), Mohamed Salur (1964), muestra su apoyo irrestricto: “Se trata de la causa, la causa”.
La oenegé AFAPEDRESA, en la que colabora Mohamed Hallab, ocupa un rectángulo cerca del complejo de la radiotelevisión del RASD, en Rabuni. El director de la asociación, Mohamed Jatri (1972), solo tiene ojos para los 4.500 desaparecidos contabilizados en este conflicto que ya dura 35 años. Sus críticas más acerbas van contra el Reino de Marruecos: “El beneficio de la explotación de los fosfatos va a las arcas de Mohamed VI”. Las frases meten el dedo en la llaga: “Ocupación ilegal de nuestro país y exilio político indeterminado”; “caravanas de la muerte con helicópteros”…
En adelante, lo que pase por la cabeza de la juventud no se podrá registrar con los números que él maneja como si se tratara de un estadillo de ventas.
Memona: la hija de la Pasionaria
Siguió con amargura la huelga de hambre de Mohamed Hallab. Se levanta a las seis de la mañana, en su casa, en el barrio 3 de su daira [distrito]. No se vuelve a poner la pulsera de bolitas mauritana, de rodio y múrrina, porque no se la quita nunca. Se echa una ráfaga de desodorante Azzura París Woman. Prácticamente con el primer rezo del día. Los altavoces se encargan de llamar a la oración incluso a las marmotas. Memona ruega por los niños sin ser monja. Con 23 años, se ha propuesto una meta y es coherente con sus ideales. La meta: rebelarse contra el statu quo en los campamentos de refugiados saharauis. Los ideales: repartir entre todos lo poco que posee, a partes iguales (ha hecho suyo el apotegma del Subcomandante Marcos, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional: “Para todos, todo”). Ser honesta y ser valiente. Las dos cosas las cumple con creces, a pesar de la asendereada época que le ha tocado vivir. “La mujer saharaui es la más abierta y fuerte de la sociedad árabe.” Memona trabaja en la biblioteca del Centro de Educación e Integración para disminuidos psíquicos de Smara. Se trata de un lugar con carteles ñoños de la educación sentimental judeocristiana, siendo el islam la religión mayoritaria: “El camino para ser feliz es hacer feliz a los demás”; “Aquí no crecen plantas ni árboles, pero florecen personas”; “No pierdas la sonrisa”; “Mi bella y limpia escuela, siempre te cuidaré” y “Si hay luz en el alma, habrá belleza en las personas”. El espacio lo dirige desde hace 15 años el doctor Castro Buyema, personaje de extremada locuacidad, solo equiparable a su devota vocación, y que corre como Speedy González y como Groucho Marx en Una noche en la ópera. La frase que más repite no es “¿Tienen ternero de leche? Pues exprímalo y tráigame la leche en un vaso”, sino: “Más rápido, por favor, más rápido, que es para hoy”.
Memona es una de las diez educadoras, y la única que ha participado como actriz secundaria en la nueva película del director de cine español Pedro Pérez-Rosado. Da clases a 72 alumnos, de edades comprendidas entre los tres y los 28 años. Llega a las ocho a la biblioteca, a uno de los lados del patio de arena de color naranja, más sucia que la arena de las dunas (pocas arenas en un territorio pedregoso que recibe el nombre de hamada) y no tan guarreada como la arena del desierto que envuelve los campos de refugiados, que sirve de estercolero, antes de pasar los controles militares preceptivos y las señales de advertencia del tipo “Peligro, dromedarios”. Enfrente de la biblio, el taller de carpintería, adornado con la bandera del Principado de Asturias; el taller de corte y confección, con carteles de la Meca, y el dispensario, con medicamentos, muchos de ellos caducados (terapia tiroidea, antiparkinsonianos, pieles atópicas, Atrovent contra la inhalación…).
La biblioteca se construyó gracias a la aportación económica de los “amigos catalanes” José Antonio y Laia, recién casados; fue su regalo de boda. En el libro de honor, algún voluntario se quedó en blanco a la hora de firmar, y se fue por peteneras: “Como dijo Reincidentes…”. Realmente son cuatro paredes y una puerta más pequeña que un falsete. En dos de las paredes, estanterías con libros sin catalogar, desordenados de la A a la Z: La vida desnuda, de Rosa Montero; El americano impasible, de Graham Greene; Fuente Ovejuna, de Lope de Vega, y la Bella Durmiente, en una edición de Disney, todos ellos, lomo con lomo, compartiendo las confidencialidades de sus tramas y sus trapacerías (no están ni Huracán sobre el Sáhara, de Pablo-Ignacio de Dalmases, ni La historia prohibida del Sáhara español, de Tomás Bárbulo). No hay ningún libro en catalán, aunque Memona habla el catalán mejor que Bush junior el inglés de Texas. “En el 2005 volví de Cataluña, donde estuve estudiando durante cinco años en el instituto La Romànica, en Sabadell”, explica al desgaire, y se pone melosa: “Me gusta mucho el catalán, muchísimo. Mi familia adoptiva, cuando puede, me trae libros de texto”.
La única mujer de entre ocho hermanos, Memona nació en el campamento de Dajla (40.000 habitantes, con un palmeral en medio ornamentado con luces de Navidad), del que no se quiere marchar porque tiene un asunto pendiente que tiene que ver con su liberación: “Nosotros no vivimos en un hotel de cinco estrellas, pero tampoco me gustaría vivir con el lujo de los restaurantes. Queremos hacer algo. No nos gusta que el Frente Polisario, que empezó la lucha, se conforme con esta miseria. Muchos de ellos viven de puta madre. Nosotros, los jóvenes, estamos haciendo todo lo posible para que todo el mundo nos vea. Nos estamos organizando en Facebook. Nuestro movimiento se llama Resistencia Saharaui… Buscadlo en internet. Por ahora somos cuatro gatos, pero pronto seremos más”.
Resistencia Saharaui dista ya de ser un simple nombre: es una completa organización. Detrás de su logo rojo, negro y verde, hallamos un grupo comprometido de gente, muchos muy jóvenes, cuya finalidad es visualizar el conflicto del pueblo saharaui en los “territorios ocupados”, la parte que Marruecos controla del Sáhara Occidental.
Resistencia Saharaui, que está detrás de los hechos de Gdeim Izik, denuncia la tortura, las violaciones, el trato cruel y degradante, que tacha de “etnocidio y genocidio”. Como bandera del movimiento, esta frase: “Sentir cualquier injusticia contra cualquiera en cualquier parte del mundo”.En Facebook, Twitter y el blog http://resistenciasaharaui.saltoscuanticos.org/ pregonan sus ideales: un juicio para los culpables; un lugar para denunciar las violaciones a los derechos humanos; libertad de expresión para los saharauis que se encuentran en la parte ocupada por Marruecos. “Que toda la comunidad internacional conozca la represión.”
En la página Facebook de Resistencia Saharaui, los internautas cuelgan noticias relacionadas con la causa, fotografías de visitantes, palabras de ánimo, vídeos de las últimas manifestaciones, comentarios sobre desaparecidos… Facebook se convierte en el ojo al otro lado del muro.
Entre los comentarios, el del activista Antonio Velázquez: “Heridos en ambulancias, balas de goma, porrazos, niños, mujeres resistiendo, muchos jóvenes en esta manifestación levantando los brazos pacíficamente… Represión con antidisturbios… No, no son los territorios ocupados del Sáhara Occidental… Es Plaça Catalunya [27 de mayo del 2011]… Es Europa… Es otro desalojo violento como en [el campamento saharaui] Gdeim Izik”.
Resistencia Saharaui aúna las demandas y las reivindicaciones de una nación dividida física pero no sentimentalmente. “Si los jóvenes de los campamentos de refugiados saharauis empiezan a quejarse del inmovilismo y quieren un cambio, parece que esta organización va a convertirse en su emblema. Y las redes sociales, en los canales de lucha”, cree una bloguera.
Las autoridades de la RASD y el Frente Polisario están trabajando para extender la red de fibra óptica en los campamentos de refugiados, y crear zonas wi-fi. Precisamente, algunos jóvenes critican las medidas que intentan normalizar su situación de excepcionalidad, convencidos de la temporalidad de su estadía; el fin es ganar la guerra. La paradoja es que esa misma fibra óptica que permitirá el acceso a Facebook y Skype se puede volver en contra de las autoridades que la instalan.
Memona ha decorado la biblioteca con la fotografía de la agitadora Aminatou Haidar, la Pasionaria árabe (“todas las mujeres deberían ser como ella”), y con una fotografía de la matanza del campamento de Gdeim Izic, en noviembre del 2010 (se ha editado un cedé con los testimonios de la represión, titulado Gritos de Gdeim Izic).
En Dajla, donde vive Memona, el 8 de mayo pasado finalizó el Festival de Cine del Sáhara. En medio del desierto se instalaron carpas y jaimas con pantallas gigantes. La noche anterior a la clausura, a las dos de la madrugada, un par de chicos se pelearon entre ellos, lo que luego dio lugar a una batalla campal con la policía de Protocolo, contra la que lanzó piedras una masa de jóvenes enardecidos. “Es una muestra de lo aburridos que están todos, porque no tienen absolutamente nada que hacer. Están muy desligados del Frente Polisario y de los cargos de la RASD”, colige el miembro de una asociación de cooperantes españoles.
El Frente Polisario se fundó en 1973 de la mano de los padres del nacionalismo saharaui, Luley Mustafa Siyad y Mohamed Basiri. El primero de ellos se entrevistó en un numerosas ocasiones con el líder libio Muamar Gadafi, y fue reprimido por el régimen franquista, que le abrió una ficha del departamento de Interior del Gobierno General del Sáhara. Al segundo se le considera un mártir de guerra. Fundó la Organización Avanzada para la Liberación del Sáhara, precursor del Frente Polisario. Desapareció en 1970.
El comandante de la base Larusi Mohstar de la V Región Militar de los territorios liberados (se divide en siete cabildeos militares o vilayatos, en total suman 20.000 soldados), Budrah Ahmed, es la viva imagen de la guerra fría. Vacunado contra cualquier alferecía, su unidad, compuesta por 150 hombres, se aburre como una ostra en medio del desierto. Han habilitado un campo de fútbol. Su código, guevarista: “Toda la patria o el martirio”. A cualquier pregunta sobre la vuelta a las armas, devuelve la pelota como en un partido de ping-pong: “Yo soy un militar y cumplo órdenes”. Con casi 70 años, la tropa le trata como a un jovenzuelo, como en Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990), y él, que se enroló en el Frente Polisario en 1975, se lo cree a pies juntillas: “Combatiré hasta que me llegue la vejez”. Los suyos lo celebran: “Sí, sí, aún le quedan 20 años más para empuñar las armas”. La última vez que disparó contra los marroquíes fue en 1991, antes del “plan de paz” de la ONU. Aunque sus hormonas ya no se alteran, Budrah Ahmed intuye lo que siente la juventud actual: “Están cansados, agotados”. Uno de los soldados se atreve a interrumpir a su comandante, cuando escucha la palabra clave de Facebook: “También estamos luchando por tener conexión a internet”.
Oficialmente, la RASD se creó el 27 de febrero de 1976, el mismo día que España se retiraba del antiguo protectorado con sus conmilitones. Su lema: “Libertad, democracia, unidad”. Ochenta y dos países la han reconocido formalmente, el primero de ellos, Madagascar; el último, en el 2004, Argentina. Su presidente es Mohamed Abdelaziz, quien se presenta inesperadamente en cualquier acto al que no ha sido invitado, igual que hace Fidel Castro cuando, de repente, se planta sin avisar en la Central de Trabajadores de Cuba. Como él, vestido de verde oliva, con el traje de su talla, con ademanes pausados y la barba encendida. En el momento en el que su caravana se acerca a cualquier asamblea tribal, las mujeres se colocan a la derecha de la comitiva y sujetan pancartas con las fotografías de sus hijos desaparecidos en el frente o en la zona ocupada, tan recias como Sidamo, jefa de la II Región Militar, adscrita a Sanidad, ya fallecida. A Abdelaziz le reciben con un lamento, la tebraa, y nunca pierden la esperanza de que el presidente se pare, las estreche en sus brazos, las coopte y les diga con franqueza: “Sí, sabemos dónde se encuentran vuestros hijos, y están bien”.
El primer ministro y Facebook
Llegamos al campamento de Rabuni al anochecer. A lo lejos, numerosos contenedores más propios de una zona portuaria que de los alrededores de las dependencias de un primer ministro, en los que podemos leer marcas conocidas como Evergreen y Hyundai. A la entrada, un portalón metálico entreabierto y una ventana cuadrada de la que asoma la cabeza de un militar con un turbante negro. Dos hombres nos indican la sala en la que se va a proceder a la entrevista. Justo al entrar en la sala, con aire acondicionado (26 º), nos reciben tres jóvenes periodistas saharauis, con un pequeño equipo, que nos acompañarán durante toda la entrevista. Tomamos asiento cómodamente en los numerosos sillones de cuero que rodean cinco mesas de caoba sobre las que se sirven pastas, café y agua. Hay un asiento vacío que preside el salón reservado para el primer ministro de la RASD, Abdel Kader Taleb Aoumar. Detrás, su mesa de trabajo repleta de sobres, una subcarpeta en la que se puede leer en castellano “Consejo Nacional Saharaui”. Entre todo esto, llama la atención una caja de manzanilla hacendado. Detrás de la mesa y tocando la pared, una gran bandera de la RASD sujetada por un largo mástil con la imagen del líder saharaui, Mohamed Abdelaziz.
Abdel Kader Taleb Aoumar nació en 1951, tiene siete hijos y lleva ocho años ejerciendo el papel del primer ministro. Entra sonriendo, encaja las manos y satíricamente suelta esta frase: “¿Alguien se asustó por los ríos?”. Nos da su más grata bienvenida y se sienta en su sillón.
“Hemos de aprovechar la coyuntura favorable de Túnez y Egipto para acabar con el conflicto saharaui y para que sus derechos se vean reconocidos en toda la comunidad internacional. El mundo árabe ha alzado su voz para defender y reivindicar la autodeterminación de los pueblos, los derechos humanos y la soberanía popular, los mismos argumentos por los que los saharauis han luchado siempre. Ahora ya no está de moda apoyar a los regímenes no democráticos, para la estabilidad, sino que de lo que se trata es de apoyar las movilizaciones de los pueblos”, manifiesta Abdel Kader Taleb Aoumar, quien deja claro su defensa de la voluntad popular.
En el discurso del mandatario, Francia es acusada reiteradamente: “Obstaculiza las soluciones para el conflicto del Sáhara”.
Abdel Kader Taleb Aoumar considera una “necesidad vital y urgente” la consulta de autodeterminación como principio de solución del problema, sobre la que, según él, hay consenso en el pueblo saharaui: “La comunidad internacional debe actuar para que haya una evolución palpable y concreta, para evitar la vuelta a las armas y a la tensión en la zona”. Más de setenta países han reconocido la RASD. “El Partido Socialdemócrata Sueco nos ha dicho que si ganan las próximas elecciones reconocerán nuestro Gobierno”, adelanta Abdel Kader. “Esperamos que sirva como ejemplo a los demás países.”
Sobre España, el dirigente tiene palabras muy duras: “España es el padrino ausente. El Gobierno español ha fallado”. El primer ministro conserva la esperanza de un cambio, teniendo en cuenta la próxima celebración de una nueva ronda de negociaciones entre Marruecos y el Frente Polisario: “España debería jugar aquí un papel similar al que en su momento jugó Portugal con Timor”.
La juventud saharaui reivindica que haya una solución rápida al conflicto. No está dispuesta a vivir exiliada eternamente. Cuando al primer ministro Abdel Kader Taleb Aoumar se le pregunta por las redes sociales en la organización de las movilizaciones juveniles, contesta: “No creo que la juventud saharaui se esté organizando en Facebook, no creo que tenga influencia”. Él no tiene cuenta en esta red social. Deja claro que la estructura orgánica del Frente Polisario es la que prima: “No tenemos un ejército que reprima ni policía secreta ni presos políticos, y el Frente [Polisario] lo vigila todo”. Según él, Frente Polisario estuvo detrás de las protestas de noviembre del 2010 en el territorio ocupado de Gdeim Izik, aunque diversas fuentes opinan lo contrario.
El primer ministro hace un llamamiento a la participación en el XIII congreso del Frente Polisario, que se celebrará en diciembre, en el que se estudiarán “estrategias y alternativas de lucha”, entre ellas, la vuelta a las armas, aunque se siga apostando por la vía pacífica: “Los movimientos populares cambian el curso de la Historia. La estabilidad de los países no se puede garantizar con el ejército, sino con el respeto a la voluntad de los pueblos”. De nuevo, la voluntad popular.
En el Museo Nacional de la Resistencia, hangar cercano al campamento de Smara, la fotografía de estos líderes ocupa un lugar preeminente. Su responsable, el militar Handi Khalifa (1968), señala la imagen de Abdelaziz con veneración, le invoca y limpia el polvo de sus retratos, brillantes como las piedras lumaquelas. Las fotos del presidente están repartidas entre el material recuperado al “enemigo”: morteros de 60 milímetros de fabricación española, bombas de dispersión y fragmentación, aviones Mirage franceses con la bandera marroquí pintada en la carlinga, y 40 de los cinco millones de minas sembradas a lo largo del muro que separa el Sáhara marroquí del que controla el Frente Polisario, un muro de 2.700 kilómetros de largo que se empezó a construir en 1980 bajo supervisión norteamericana. Algunos de estos artificios explosivos son de fabricación israelí, de 205 milímetros de diámetro. A unos cuantos kilómetros, la base de la MINURSO (Misión de la Naciones Unidas para el referéndum en el Sáhara Occidental) brilla como una estrella en la oscuridad. Posee generadores que permiten iluminar con foodlamps y proyectores todo el perímetro exterior. Su luz se distingue a más de diez kilómetros.
Memona termina su jornada en el centro de discapacitados. Los autobuses de línea donados por el Ayuntamiento de Murcia, de Burgos y de Vitoria-Gasteiz (las matrículas siguen siendo las originales) recorren las estrechas calles sin asfaltar. A veces, un vecino se para con su Toyota Land Cruiser o su Mitsubishi, y la lleva a casa. El jeep atraviesa Dajla, casas y tiendas de comestibles en peores condiciones que las de Kinshasa, aunque no por ello pierden su glamour: Sáhara Pizza, Manolo Shop…; comercios en los que se venden productos made in China, como cazuelas Jiu Zhi Tang…
Memona pasa por delante de la puerta de la guardería donde estudian dos de sus hermanos. Libretas de Unicef y pósters de la Torre Eiffel de París, del exjugador de fútbol del Real Madrid Roberto Carlos y de la Meca. Son cuatro profesoras y seis clases para treinta niños (algunos con la camiseta de los exjugadores del Barça Ronaldinho y Rivaldo), de dos a cinco años, cada una; apenas hay seis pupitres. De unas cuerdas, colgados los dibujos de los niños, y recortes de la factoría Disney: “Sedas de Arabia: Cada princesa tiene su estilo, el mío está marcado por preciosas telas y fantásticas joyas como las que Aladín encontró en la cueva”.
Memona, cuando llega a su casa de adobe, pintada de azul y de blanco, con seis ventanitas enrejadas tapadas con alfombrillas, se tumba sobre una colcha de algodón desmotado. Ningún mueble, exceptuando el armario, que es como un armero y que sirve de vasar, y en el que cabe desde un paquete de botellas de agua de litro y medio marca Manbaa a la caja con afeites para los preparativos de la henna. Memona va al baño antes de acostarse, una cabañita en el exterior de la vivienda, con un agujero en el suelo para hacer sus necesidades y un barreño de plástico con un cazo para tirarse agua por encima, a modo de ducha. El agua se almacena en depósitos numerados, y a cada familia le corresponde un número (el 53, el 54, el 55…).
Entonces, Memona se tumba y pergeña un mapa mental para galvanizar “otros modos de lucha”, y lee en catalán, idioma que alimenta sus sueños como el té caliente de menta le apaga el bochorno. ¿Querría volver a Cataluña? No, querría ser una catalana en el Sáhara.
El delegado de la RASD en Cataluña, Oulad Moussa, tiene un turbante verde, una mochila de Mandarina Duck, una dicción correctísima, pasión por el imperio chino “que nos conquistará en la edad globalizada” y un gusto especial por la leche con Coca-Cola (“Coca-Cola es Dios”). Ah, y siete hijos. Tiene tantas cosas en su Sáhara natal que vuelve cada cinco o seis veces al año. Normalmente, reside en Barcelona, a pesar de que durante unos años estuvo destinado en Bruselas como representante del Frente Polisario en el Parlamento europeo. “Se ha de aprovechar la coyuntura internacional y crear nuevos métodos de lucha. Se ha de encontrar una nueva dinámica, porque el tema está superenquistado”, subterfugio para decir que ha de haber un nuevo despertar en el Sáhara Occidental, para bien o para mal.
Un nuevo despertar de la mano de los jóvenes, de la Pasionaria Memona y del sufrido Mohamed Hallab.
* Maria Antònia Ferragut y Alba Quevedo, son estudiantes de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).
Júlia Collignon es estudiante de Sociología de la UAB.
Anna Pérez Català es estudiante de Ciencias Ambientales de la UAB
Jesús Martínez es periodista. En FronteraD ha publicado, entre otros, los artículos Facebook d. C. y El Gran Houdini y el clan de los Jodorovich