Tiene algo de centinela y farero de la pintura. Atisba las dimensiones de la idea, desnuda los límites del formato y desentraña la velocidad que requiere la mirada de cada obra. José Luis Mazarío siempre está dentro y fuera del cuadro. En el canon que pide transgresión y en la duda de lo inacabado. En la fuga sostenida de una escena/escenario, reconocible o no, y en lo que lucha contra la impostura o se torna definitivamente huidizo. Ahora, fruto de ese vínculo de pintura carnal que mantiene, desde lo fundacional de su ser artista, con la galería Siboney y su galerista Juan Riancho, Mazarío regresa con una treintena de obras sin desprenderse de su pasado, que se adentran en ese no lugar donde el artista vuelve a restituir su pintura. Reconocemos a Mazarío y, sin embargo, tras la complicidad, tras los viejos nuevos temas, en el fuego del hallazgo y en las cenizas tras la búsqueda, arde ese constante combate del pintor en estado de gracia. Lo suyo son deslumbramientos opacos y sombras que ciegan. En Mazarío lo que no es clásico, se lo hace; lo que es arqueología de la vanguardia, construye templos en honor de sus mayores. Hopper y Friedrich se acarician entre las estancias onduladas de nuestro pintor; y Morandi se abraza a Giorgio de Chirico, entrelazados por esa luz esquinada que Mazarío rapta para encadenar sus propias obras, sin tiempo, pero engarzadas por esa depredación visual del cazador herido por la sangre del cuadro. Uno imagina que, en su estudio, custodia pasadizos secretos, vigila cuevas del paleolítico y tiene acceso a oquedades y miradores desde donde la naturaleza muerta es un objeto con aliento y el paisaje una melancólica perspectiva necesitada de silencio. El nuevo Mazarío huye de la reinvención acomodaticia. Muestra las llagas de las geometrías imposibles, la úlcera de la arquitectura de la soledad, la radiografía de los cuerpos en fuga, la contemplación embarazada por el hecho de ver y quedar a la espera de un asidero. Pintor y pintura siempre al borde de ese abismo familiar que atrae y repele, que cautiva y distancia. Finalista e iniciático, Mazarío asoma por igual en el vacío que en la plenitud. Todo es pintura en la posibilidad y en la decisión. Quédense (parece decirnos) en la tristeza primitiva y en la celebración fugaz de habitar la vida a través de la pintura. Al fin, en lo accidental de su figuración, sus criaturas y nosotros compartimos la condición fantasmal de la levedad.
Dónde: Galería Siboney, Santander, España
Cuándo: Hasta el 22 de enero de 2023