Se conmemora en esta fechas el fallido desembarco en la Bahia de los Cochinos de Cuba una chapucera invasión de la isla montada por Estados Unidos en la época del progresista Kennedy. El objeto era derrocar al régimen castrista.
Fidel Castro había comenzado con buen pie las relaciones con Estados Unidos. Un importante periodista del New York Times llamado Herbert Matthews había contribuido a difundir una imagen del cubano como líder carismático y patriota. En su primer viaje a Estados Unidos, invitado por la Asociación de editores de prensa, causó una buena impresión. Dijo que era partidario de la libertad de prensa y que no nacionalizaría propiedades de estadounidenses. Por diversas razones, las cosas se torcieron y en la disputa electoral entre Kennedy y Nixon el incipiente carácter comunista del régimen de Castro, las nacionalizaciones, y su eventual peligrosidad para Estados Unidos se coló en ella. El demócrata Kennedy acusó al republicano Nixon de hacerse el duro en Berlín frente a Kruschev, pero de ser un blando con el inquietante Castro. Ironías de la política.
Victorioso Kennedy en las urnas heredó un plan de la CIA para invadir Cuba simulando que se trataba de un levantamiento popular. El flamante presidente albergaba dudas sobre la eficacia de la operación, pero la CIA, como ocurriría a principios de este siglo con Bush, aseguró que sería pan comido. Constituiría un penoso fracaso. La fuerza organizada por la CIA, con cubanos en el exilio, era demasiado pequeña para poder derribar a Castro y demasiado grande (unos 1.500 hombres) para que los preparativos, realizados en Miami y Nicaragua, pasaran inadvertidos. El apoyo aéreo fue, además, escaso. Castro, conocedor del intento, pudo domeñar a los invasores y capturar a muchos de ellos. El embajador americano en la ONU, Stevenson, hizo el ridículo afirmando con solemnidad que su país no tenia nada que ver con el asunto.
El portentoso fiasco contribuyó a que la temida CIA perdiera toda credibilidad con la Administración Kennedy, como ya había acontecido con Eisenhower y en nuestra época en buena medida con Clinton y Bush. Fue una baza propagandística de enorme importancia para el régimen de Castro, que podía mostrar que no solo resistía al imperialismo del norte sino que lo vencía.
Comprensiblemente, el gobierno cubano ha organizado este fin de semana una gran manifestación para conmemorar el medio siglo de ese triunfo. En ella, Raúl Castro, que rebasa los ochenta años, ha afirmado que nadie debería estar más de diez años en el poder, una desviación de lo mantenido hasta ahora.
Bastantes cubanos se habrán sentido orgullosos de la fecha. Pero la inmensa mayoría pensará que de conmemoraciones no vive el hombre y que la realidad es sombría. El gobierno va a tener que despedir a 500.000 empleados y la liberalización es cicatera. Se repite en público que se abrirá la mano en cositas, pero que el racionamiento continúa y que, por ejemplo, seguirá prohibida la compra y venta de casas. Esto a cincuenta y dos años de la instauración del castrismo.