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Mientras tantoLa banalidad neoliberal

La banalidad neoliberal


 

En diciembre pasado, una combinación de Propuesta Republicana (Pro), Coalición Cívica y los restos del radicalismo (UCR), bautizada Cambiemos, se hizo con el poder del aparato del estado argentino, después de doce años de un gobierno peronista, supuestamente de izquierda. Populismo de izquierda -si se permite el oxímoron- seguido por un populismo de derecha, el primero, condición de posibilidad del segundo. El actual titular del Ejecutivo, Mauricio Macri, un exempresario devenido primero presidente del club Boca Juniors y luego jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires durante ocho años, tuvo la oportunidad de la prueba y el error, por ejemplo, probar al actual galerista y aspirante a chamán Ignacio Liprandi en el área de cultura. Liprandi, al parecer, no despertaba más que pasiones tristes en el actual papa, Jorge Bergoglio, Francisco, un hombre formado como jesuita, y como peronista, en Guardia de Hierro. La anécdota que se comentará, habla más del actual gobierno que del anterior, no se sabe bien hasta qué límite.


Primero, la noticia.

 

Imaginar al señor Liprandi en el Amazonas buscando vaya a saber qué ancestral sabiduría suena gracioso. Suena más gracioso que haya encontrado al santón que encontró. Y todavía más que existan individuos que se sometan a los precios de Liprandi y a las exigencias del santón, luego de ingerir un brebaje aguachento -que poca relación tiene con la ayahuasca del alto Amazonas- pero mucho con la banalidad con quel esta clase de personajes transforma cualquier práctica, desde la política a la comunión espiritual -esa suerte de devenir otro que no se sostiene en fundamentos, orígenes, suelos psíquicos ni posesiones o contactos digitales.

 

De Liprandi, sobre quien años atrás circulaba la anécdota de su propia casa-museo con entradas sorpresa (a unas habitaciones llenas de penes flotantes, para el caso), podrían esperarse cantidad de historias parecidas, pero sobre sus invitados, a menos que sean de su mismo linaje, ¿qué puede esperarse? ¿Algún Marcel Duchamp, Néstor Perlongher? Permítanme dudarlo. Duchamp no dejó discípulos -¿puede una «instalación» someterse a las reglas de la reproductibilidad técnica? Perlongher no era un turista psicodélico sino un comprometido activista de la Iglesia del Santo Daime, como antes lo había sido de un colectivo homosexual en la época del puño de hierro del brujo López Rega, otro funámbulo de la factoría peronista.

 

Por cierto, el Santo Daime es una variante del evangelismo brasileño (que tanto mal, a mi juicio, le ha hecho a la ayahuasca), pero está lejos de la fuente de dónde Liprandi se trajo al santón, y está lejos de los decks en el Delta, del daiquiri y de los ornamentos ad hoc de estas ceremonias semiprivadas susceptibles de terminar en violaciones o en cosas peores. Basta recordar la película «La invitación», de Karyn Kusama, una suerte de Lars von Trier menos pretencioso que el demagogo danés, pero más o menos.

 

En fin, que Liprandi sea o no hoy funcionario de Cambiemos no cambia mucho las cosas porque lo que pretendo subrayar es el aire de la época, ese que se respira en su quinta del Paraná y que poco debe a los nombres propios. En la era de la banalización generalizada, el capital ha logrado no tener un afuera, es decir, es todo, o nada, que es lo mismo, porque su poder, en lugar de coactivo es persuasivo (aunque en ese caso haya sido persuasivo y coactivo), al punto de reconfigurar las experiencias y las cosas en objetos de consumo, divertimentos en red o bien depresiones o pánicos dignos de nosografías y tratamientos farmacológicos, eso sí, según el caso, judiciables o no.

 

Liprandi y su chamán sexópata pasarán al olvido, como también lo harán las tres jovencitas que si alguna vez sospecharon que se debían una curación o algo así para sus almas atormentadas, ahora tendrán algo más real por delante: la justicia argentina, ese mastodonte inúltil, corrupto, viejo, mucho más viejo en sus categorías y figuras que la velicidad de la técnica financiada, muchas veces, por empresas privadas, muchas de las cuales han prestado sus cuadros al actual populismo del gobierno argentino, también sobrecargado de peronistas y de radicales, populistas populares, no sea que vaya e enojarse Francisco.

 


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