“¡Los hombres son algunas veces dueños de sus destinos! ¡La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos, que consentimos en ser inferiores!”. Con estas palabras Casio comenzó a verter lentamente el veneno en el alma de Bruto. La creencia en la influencia de los astros en nuestros trabajos, industrias y afanes ha llegado prácticamente hasta nuestros días, e incluso podríamos decir que está regresando con fuerza, especialmente en los países del denominado primer mundo, donde hay un interés creciente por el esoterismo, lo oculto, la adivinación, la astrología, esto es, la observación de las estrellas con el objetivo de predecir nuestro futuro, el destino del que hablaba Casio.
El zodiaco es algo mucho más complejo que lo que se nos cuenta en la sección del horóscopo de los diarios. Desde las civilizaciones china, sumeria y del subcontinente indio ha llegado hasta nosotros la astrología. Es difícil encontrar una cultura que no haya tenido interés en dirigir la mirada hacia las estrellas para encontrar respuestas a los grandes interrogantes del ser humano. Dante nos habló del hombre equivocado en medio de la confusión y el desorden que torna a contemplar el cielo. Las expresiones de nuestra lengua “tener mala estrella” o “estrellarse contra algo” tienen su origen en esa mirada y esa concepción del destino humano.
En un epigrama de Ptolomeo de Alejandría en la Antología Palatina titulado “Elogio de la astronomía” podemos leer acerca de ese anhelo: “Sé que soy efímero, pero cuando de los astros investigo las continuas revoluciones circulares ya no toco con mis pies la tierra, sino que junto al propio Zeus me sacio de ambrosía, alimento de los dioses”. Nuestra cultura, pues, está llena de estrellas. La de David, el Maguén David (“escudo de David”) con sus seis puntas, emblema del judaísmo y del Estado de Israel; la de su hijo Salomón, con ocho puntas, tan importante en el Islam y en las banderas históricas de Al-Andalus desde Abderramán I y en los antiguos reinos de Marruecos; la de cinco puntas, el pentagrama o pentalfa o pentángulo, relacionada por Pitágoras con la proporción Aura. La estrella de cinco puntas también está presente en la vexilología: en las banderas de Etiopía y Marruecos. Y en el emblema de la República italiana: el stellone d’Italia. Y con una estrella terminan las tres partes del libro más importante de las letras italianas: la Commedia del Dante. Inferno: “E quindi uscimmo a riveder le stelle”. Purgatorio: “puro e disposto a salire a le stelle”. Paradiso: “l’amor che move il sole e l’altre stelle”. Parece lógico que la condecoración más importante del estado italiano ―supongo que lo más parecido a ser condecorado caballero en una corte republicana― sea “La Stella d’Italia”.
Nietzsche en La Gaya Ciencia situaba en las estrellas la única instancia posible para las amistades de las almas elevadas (nunca mejor dicho lo de elevadas): Sternefreundschaft, “amistad estelar”. “… Y de este modo queremos creer en nuestra amistad estelar, aun cuando tengamos que ser enemigos terrestres unos de otros”. A una estrella miran también los devotos de la Virgen del Carmen y los marinos, a la Stella Maris del escapulario, que guía con su luz hacia el puerto seguro. En la Plaza de la Esperanza, en su botica, el poeta, tal vez mirando a las estrellas, escribía: “Marinero,/tú tienes una estrella en el/bolsillo …”. El amor que mueve el sol y las otras estrellas. La buena estrella.