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La buhardilla de Kapuscinski en Varsovia

 

En la buhardilla de Kapu en el barrio Ochota en Varsovia he estado más de cien veces. La mayoría durante su vida, cuando mantuvimos conversaciones durante los últimos nueve años de su vida. No era fácil entrar por primera vez a este lugar sin él. Fui entonces para escribir un reportaje sobre este estudio, o mejor dicho sobre su desaparecido dueño. Así empezó el trabajo sobre Kapuscinski non-fiction, el libro que me ocupó casi tres años de mi vida, y que provocó después de su publicación un gran revuelo en Polonia y, en fin –tras meses de polémicas– bastantes honores inesperados y la primera traducción: al español.

 

       Durante una de las primeras visitas, cuando Kapu ya no se encontraba entre nosotros, tomé estas fotografias. Son auténticos tesoros entre mis recuerdos, aunque su calidad fotográfica deje mucho que desear.

 

       Recuerdo que la primera vez que subí a la buhardilla después de su muerte casi no pude trabajar. Sentía demasiado vivamente el peso de los recuerdos y me dejé arrebatar los sentimientos. No tenía prisa. En vez de ponerme a revisar inmediatamente los papeles, los documentos, las notas y los libros, me preparaba tazas de mi bebida favorita: té negro. Era eso lo que Kapu siempre me preparaba en un pequeno anexo donde guardaba té, café, azúcar y galletas.

 

       Memorias… Mientras tomaba tazas y tazas de té –en vista de que no quedaban galletas, fue en el té en quien deposité la tarea proustiana de recoredar-, dejé que los recuerdos despertaran y echaran a volar. Me venían a la cabeza innumerables conversaciones, ambientes, detalles mínimos. Su voz y su sonrisa volvían a formarse en mi memoria de manera clara. Y con ellas las palabras sabias que me dejó. La mejor de las herencias.

 

       Una de las enseñanzas más importantes que me legó fue que nunca se puede renunciar a una pasión. Hay que atesorarla, y cuidar de ella para que florezca. No hay nada más importante. Sin pasión no hay vida que valga la pena de ser vivida. Kapuscinski lo expresó de la manera más hermosa en uno de sus poemas: “Permanece aquel que ha creado su mundo».

 

       Kapu creó un mundo propio del que aprendimos mientras vivió y del que seguimos aprendiendo ahora.

 


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