No son unos recién llegados. En el teatro Guindalera llevan mucho tiempo haciendo de la necesidad virtud. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a resistir para seguir defendiendo lo que es necesario, para no rendirse? En su caso: haciendo un teatro pobre, que busca algo más que mero espectáculo: nutrir la experiencia vital del espectador, ladrillos éticos y estéticos que constituyen una forma de estar en el mundo, la educación de una mirada crítica. Para montar una nueva obra de su admirado Brian Friel (autor irlandés nacido en 1929), de quien antes han escenificado Bailando en Lughnasa, Molly Sweeney y El juego de Yalta, propusieron a los espectadores convertirse en micromecenas. Las dudas quedaron resueltas con la implicación financiera de quienes no estamos dispuestos a ver cómo se cierra otra ventana a la emoción y la dosis de verdad que inculca cada función. De la construcción de la verdad trata El fantástico Francis Hardy, curandero. Juan Pastor modula con pericia los tres monólogos sucesivos, a veces algo premiosos, con tres actores de tres registros: Bruno Lastra como Frank, María Pastor como Grace y Felipe Andrés como Teddy. El futuro de un arte que resulte vital radica en catacumbas luminosas como Guindalera.