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Mientras tantoLa butaca de Godot: Peter Handke y el escalpelo

La butaca de Godot: Peter Handke y el escalpelo


 

(Marta Marco y Eduard Fernández, en Quitt. Foto: Ros Ribas)

 

Viene Peter Handke precedido de su inusitado prestigio, de sus poemas en los que el lápiz llega a tocar los vasos del cerebro, de sus caminatas por la piel de España en Soria y más allá (del Ensayo sobre el jukebox y otros artilugios de prosa impecable), de sus guiones para Win Wenders (como El cielo sobre Berlín, adorado por mi amiga Cruz, que se mudó de barrio demasiado pronto), de novelas como La mujer zurda, que tanto influyeron en nuestra educación sentimental. Llega el Peter Hanke despreciado por haberse atrevido a cuestionar algunas de las visiones dominantes sobre la guerra en la antigua Yugoslavia en Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Moravia y Drina o Justicia para Serbia. El mismo Handke que vuelve después en plena guerra de Kosovo y de los desafortunados bombardeos de la OTAN con sus Apuntes sobre Yugoslavia bajo las bombas. Con harta frecuencia los medios de comunicación sentencian sin paliativos, simplifican, raramente rectifican, pocas veces vuelven a indagar sobre los cadáveres y ven detrás de las costuras, las heridas, las ruinas y, sobre todo, rastrean el origen de las decisiones y sus consecuencias. Viene Peter Handke ahora al teatro Valle-Inclán: Quitt (Las personas no razonables están en vías de extinción), un texto tan deslumbrante como frío servido con eficacia por Lluís Pasqual. Lleno de frases de autor, en el que brillan Eduard Fernández como el lúcido y despiadado empresario que se queda con todo el bacalao y a quien da una réplica de altura Jordi Boixaderas como criado/clown que juega sus cartas irónicas. Es extraño que una pieza que tan certeramente radiografía esta época del capitalismo que se devora a sí mismo no acabe de cuajar. Tal vez porque a tanta inteligencia le falte emoción, porque al usar las palabras con la pericia de un escalpelo nos deja Handke tan helados que ni siquiera con ese repertorio dialéctico nos consolamos. Como se temía Kapuscinski, parece como si los medios hubieran instilado en nuestra mente reptiliana y conciencia adormecida una especie corrosiva: «La lucha no da resultados». Como si la historia ya estuviera escrita, y en ella nuestro epitafio.

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