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Mientras tantoLa cabaña de Carlos Edmundo de Ory

La cabaña de Carlos Edmundo de Ory


Portada del catálogo de la exposición ‘La cabaña central’, que celebra el centenario del nacimiento de Carlos Edmundo de Ory. Foto de Nicolás Muller
Portada de ‘Potimusa’, con textos de Ory

Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 1923-Thézy-Glimont, Francia, 2010), fue un poeta, considerado, por sus admiradores y lectores, un artista de culto. Escribió, sobre todo, y con profusión, poesía, pero también prosa: aforismos, ensayos, novelas, cuentos, diarios; y asimismo, en el terreno plástico, realizó dibujos y, sobre todo, collages. Lo que llamamos fama, en el sentido convencional (ser conocido por gente que desconoces), a él no le interesaba; se contentó con vivir retirado, rehusando esa fama. Se limitaba sólo al tú a tú y, sobre todo en el último tramo de su vida, frecuentar la correspondencia con los jóvenes; en Amiens creó el APO, un Taller de Poesía Abierta (Atelier de Poésie Ouverte), que supuso para Ory que el trabajo poético fuese apreciado como una creación colectiva. Su trayectoria sucedió en tres fases, que así las acuñó: formatio, referida a Cádiz; reformatio, centrada en Madrid, y transformatio, en Francia. De todos modos, su relación con Cádiz y el mar se superpone a las tres fases anteriores, y es intensa y constante. En 1955, dejó Madrid y se instaló en Francia, ya para toda la vida, salvo un periodo peruano, no demasiado agradable para él. Se casó con Denise Breuilh, que tradujo al francés obra suya y con quien tuvo a su hija Solveig. Su segunda mujer, que es su viuda, fue Laure Lacheroy (Laura para los amigos y de aquí en adelante), que preside la Fundación Carlos Edmundo de Ory, sita en la calle Ancha de Cádiz. El anecdotario refiere que Laura y Carlos se conocieron cuando ella se acercó a su casa con un noviete para conocer al poeta que ambos admiraban. Ese noviete salió un momento a comprar vino, y cuando regresó, Laura y Carlos ya estaban juntos, echados en la cama.

En 2023 se cumplió el centenario del nacimiento de Carlos Edmundo de Ory, y para celebrarlo fue montada una magna exposición en Cádiz, en el claustro, ex profeso, del edificio de la Diputación, con un intenso y precioso contenido. Fueron muchas las obras de arte allí reunidas, prácticamente todas extraídas del copioso fondo de la Fundación Ory. Se editó un vistoso catálogo, magníficamente editado, de más de 200 páginas. El comisariado de la exposición recayó en el crítico de arte Juan Manuel Bonet, quien escribe unos certeros capítulos biográficos de Ory, ilustrados con brillante esplendor, por los que quedamos informados a la perfección del rico y sumamente original recorrido vital y artístico del poeta gaditano, que atraviesa ricas etapas, comenzando por la influencia de su padre, Eduardo de Ory, también poeta de renombre, quien adivinó el temperamento y el don poético de su hijo, componiendo para él un largo poema, del que sobresalen estos versos: “¡Siempre tan callado, / tan meditabundo, / tan triste y tan pálido! […] Tú serás poeta, / poeta preclaro; / ¡serás… mi obra magna / y mi mejor lauro!”.  La siguiente etapa fue la de su paso por el Postismo, que fundó en unión de Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, su faceta más conocida por el público, continuando por su inmersión en el obligado realismo de la época, pero de un modo muy personal, fundando la tendencia llamada Introrrealismo, y fabricando siempre una poesía, muy distinta de la de los demás, construyendo asimismo una poética llena de sabios fulgores viscerales: “Oigo sirenas en la noche, luego existo”. “La poesía es un vómito de piedras preciosas”.

Tumba que acoge las cenizas de Carlos Edmundo de Ory, en la Alameda Apodaca de Cádiz, frente a la casa donde nació

Ory nació en un buen edificio de tres plantas de la Alameda Apodaca. Frente a la casa reposan las cenizas de Ory, junto a una estatua que lo representa. Benefactora irregularidad (la de que sus cenizas no estén en cementerio) que satisface campechanamente a todos los amantes del poeta. Yo di una conferencia sobre Postismo en Cádiz, y en los momentos previos me encontré, inesperadamente, con una vieja amiga de la Mancha, la periodista Mari Cruz de los Ríos, falleciendo la pobre, joven, no mucho después. En ese momento vivía ella en un pueblo gaditano, y se había acercado a Cádiz con su novio, sin saber quién era el conferenciante. ¡Qué sorpresa! Su pareja estaba enamorada de Ory, hasta el punto de ponerle a un hijo suyo el nombre de Edmundo.

Después de la primera puesta en escena de la exposición ofrendada al centenario del nacimiento de Ory, titulada La cabaña central, ya que el poeta denominaba cabaña a sus domicilios (“De mi cabaña de Amiens, puedo decir que me encuentro a gusto con mis cosas, y así fue siempre en todos mis recintos encantados”); después de Cádiz, la exposición fue llevada a Madrid, al Instituto Cervantes. Su director, Luis García Montero, anota en el catálogo que La cabaña central, título puesto por Bonet, “simboliza la vida del poeta”. Porque, añade García Montero, “acoge hospitalariamente a tantos otros protagonistas de su siglo que se relacionaron con Ory”. La relación amistosa y creativa con otros artistas siempre fue una constante en Carlos Edmundo de Ory; incluso se puede aventurar que fue un dinámico signo de su propia creatividad, conjugado, eso sí, con la soledad necesaria en la creación. La creación poética y la lectura, pues Ory fue un lector infatigable; sus amigos le decían: ¿Cómo puedes leer tanto? Aunque él mismo aseveraba: “Yo no soy un intelectual libresco, soy un sabio puro”. Esto no es narcisismo, es rigurosa exactitud.

Carlos Edmundo de Ory. Foto de Alain Bullot

Después de Madrid, la exposición marchó a París, y dentro de poco va a viajar a Viena y, regresando a España, podremos verla en Cuenca, desde hace tiempo grande marca artística. A la vez que La cabaña central, la Diputación de Cádiz editó la primorosa publicación Potimusa (nombre antiguo de la ciudad de Cádiz), también profusamente ilustrada, consistente en reunir un conjunto de textos, emblemáticos, atractivos, de Ory. Pero, como escribe Salvador García, director de la Fundación Carlos Edmundo de Ory, el libro no es una antología, sino, como él afirma, un collage; “para dar forma al libro, para la selección de contenidos ha sido fundamental el juego. No hay otro modo de llegar a Ory”. Libro que está ensamblado, sobre todo (ya hemos reseñado esta característica oryana), por la ciudad de Cádiz y el mar, los entes predilectos del creador. El propio Ory trae a colación esta asombrosa cita de Platón: “Hay tres géneros de hombres: los vivos, los muertos, y aquellos que aman el mar”.

Rincón del Café Canela de Jerez de la Frontera

Uno de mis viajes recientes ha sido ir a Jerez de la Frontera. Viajamos mi hijo y yo para cinco días. Yo la villa jerezana la conocía sólo de un par o de tres horas, pero mi hijo es un asiduo visitante de ese pueblo de muchos habitantes pero de un centro recoleto, la mar de bonito. A los dos, a mi vástago y a mí, nos van los homenajes. Yo hice hace poco un viaje a Prades, en el Pirineo francés, sólo para conocer la casa donde nació el escritor norteamericano Thomas Merton. Mi chaval mucho aprecia la música del grupo rockero (aunque hay influencias flamencas, entre otras) Los Delinqüentes, creado en 1998. Lo primero que hicimos, antes de instalarnos en nuestro alojamiento, fue ir al cementerio de Jerez para ponernos frente al nicho que guarda los restos de Miguel Ángel Benítez, fallecido a la temprana edad de 21 años y, de algún modo, alma, por su inteligente precocidad, de Los Delinqüentes. Con Miguel Ángel Benítez, tocaban Marcos del Ojo, “Canijo de Jerez” y Diego Pozo, “El Ratón”. Uno de los días almorzamos en El Puerto de Santa María, en Casa Paco Ceballos, con Manuel, el hermano de Miguel Ángel, degustando las famosas y deliciosas pavías de bacalao. El resto del tiempo callejeamos por la ciudad de Jerez, no sólo hermosa por sus bodegas, sino exquisita en su Alameda, y gratísima en sus plazas, tanto grandes como recónditas. Incluso hay un Jerez decrépito, con las moradas deshabitadas, con roñosas fachadas, que también es interesante de saborear, intentando esquivar esos adarves que parece estar puestos allí para desafiar nuestros paseos. Mucho tiempo estuvimos asentados (es decir, sentados) en la terraza del Café Canela, ubicado en la graciosa Plaza Plateros, cabe la coqueta iglesita de San Dionisio; bien desayunando, eligiendo sus panes suculentos: molletes, pan de Arcos y un nutrido etcétera, bien tomando cervecitas, vino cream o, con cuidado, algún oloroso, en compañía de Jesús Trujillo, director del prestigioso programa La Dársena, de Radio Clásica; Jesús, gran entendido en la materia y de un sabroso trato corriente y llano. También estuvo por allí algún día la locuaz, y tan andaluza, amiga Arancha.

Piedra pintada por Xaro

Uno de esos días fuimos a Cádiz. Yo quedé con mis amigos escritores, Mercedes Escolano, Jesús Fernández Palacios (patrono de la Fundación Ory), que llevaron a otras gentes, entre ellas al director de la Fundación Carlos Edmundo de Ory, Salvador García Fernández. Laura Lacheroy, viuda de Ory, a la que también conozco, no estaba en Cádiz, donde habita la mayor parte de su tiempo, sino en Amiens, manteniendo la casa. Estuvimos comiendo en la calle Ancha. Y en esa misma calle, entramos en la biblioteca de la fundación. Sobre estantes, objetos bellos y llamativos: “Son cosas cotidianas –escribe Laura- que un día formaron parte de mi casa y que ahora se custodian en la Fundación Carlos Edmundo de Ory –situada en Cádiz, como Carlos quiso-, que a mí me traen la memoria evocada y la vivida junto a él desde 1972”. Salvador me preguntó si quería ver el archivo, no en el ordenador, sino en la calidad de su papel, de mi correspondencia con Carlos Edmundo. Naturalmente le respondí que sí. Ory era muy cuidadoso, daba muchísima importancia a guardar todo. Él recibía muchos sobres epistolares y, al responder, conservaba una copia de su propia carta. Pude ver, entonces, todo nuestro diálogo completo. A él lo conocí personalmente, sólo una vez, en Calaceite, donde yo pasaba unos días, y él y Laura se alojaron en casa de Pilar Gómez Bedate, esposa del poeta y traductor Ángel Crespo. Recuerdo que, al vernos, lo primero que hizo es preguntar a mi mujer de entonces: “¿Qué es lo que más te gusta de él? La respuesta fue satisfactoria: “Su risa”. Comprobé también que en ese archivo estaban depositados los catálogos, las postales, de las exposiciones de la pintora Rosario Mayordomo (por nombre artístico Xaro), también misivas suyas. Ella fue mi primera mujer, y madre, por lo tanto, de mi hijo Miguel, quien contemplaba ese legado con la emoción correspondiente. Salvador García me prometió digitalizarme todo.

Hay que decirlo todo. Cuando Teófila Martínez, política perteneciente al Partido Popular, fue alcaldesa de Cádiz, apoyó mucho a la Fundación Carlos Edmundo de Ory, económicamente, posibilitando que la fundación organizara muchos eventos y poder costearlos. Pero cuando entró a gobernar el Ayuntamiento José María González Santos, alias Kichi, presentándose a la alcaldía por la coalición Por Cádiz Sí Se Puede, la Fundación Ory ya no recibió apoyos, o tal vez recibió algunos con racanería. Kichi creyó, supongo, que la Fundación Ory era una institución pequeño-burguesa, y lo que procedía era apoyar los Carnavales (él fue miembro de una comparsa) y la Semana Santa. Son los reprochables prejuicios tontos, graves, que podemos tener, tonta y gravemente, los que somos de izquierdas. En fin, todo hay que decirlo.

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