Es la hora de comer y entras en una cafetería, donde te ofrecen dos menús: El “Menú Burger”, compuesto por hamburguesa, patas “chips” (de bolsa) y un refresco, y el “Menú Saludable”, con una ensalada, un zumo de bote y un yogur.
El problema es que no estamos en una cafetería cualquiera, sino en la de un hospital que nos sirve como ejemplo, pero que parece bastante generalizado en los centros sanitarios. Esas son las opciones que encuentran los familiares y allegados de los enfermos.
Un capítulo aparte merecen las máquinas expendedoras que proliferan por todos los rincones de los hospitales, con todo tipo de refrescos azucarados, bollería industrial, zumos envasados, chocolatinas, etc.
No parece el mejor apoyo nutricional para un momento que puede ser muy duro y difícil y en el que es complicado seguir una dieta equilibrada y con horarios regulares. De hecho, es frecuente ver ejemplos de personas demacradas y ojerosas que pierden o ganan peso de forma exagerada cuando la estancia de su familiar se alarga mucho en el tiempo. Porque la enfermedad no sólo la padece el enfermo sino todo su entorno.
Un hospital no solo debe cuidar la salud de los pacientes sino la de todas las personas que conviven en él, tanto los trabajadores sanitarios como los acompañantes de los enfermos. Por ello, es esencial que aparte de las cocinas que preparan las dietas de los pacientes también los restaurantes o cafeterías de estos centros tengan como prioridad ofrecer comida realmente saludable y no “snacks” procesados o alimentos con exceso de azúcar o grasas. Parece que ya empieza a haber iniciativas en este sentido todavía excepcionales, pero la tendencia a subcontratar los servicios no sanitarios de los centros ha conllevado que la restauración sea de los primeros en externalizarse y se pierda así el carácter sanitario global que debería tener un hospital.