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La cámara es cruel: Lisette Model, Diane Arbus y Nan Goldin, o la ruptura con la vida normal

The Camera is Cruel, una excelente exposición de las obras de las fotógrafas estadounidenses Lisette Model (de origen vienés), Diane Arbus y Nan Goldin, ofrece una mirada más amplia a la vida social y las relaciones en Estados Unidos. En los inicios de su vida profesional, Model fotografiaba a la alta sociedad en Francia, pero se trasladó a Nueva York en 1938 ante el creciente racismo, y pasó el resto de su vida en Estados Unidos. Model pertenece a una generación anterior y se la puede considerar una importante figura histórica de la fotografía. Diane Arbus, nacida en el seno de una rica familia de Nueva York, suele dar testimonio de lo marginal y lo extraño. Su vida acabó en 1971 y, al año siguiente, el Museum of Modern Art (MoMA) presentó su primera retrospectiva. Aunque su muerte se produjo hace medio siglo, Arbus sigue gozando de gran popularidad hoy en día; sus retratos de lo excéntrico –desde un hombre con gigantismo que se cierne sobre sus padres en una casa de la periferia urbana y un travesti con rulos a un fascinante estudio de unas jóvenes gemelas– nos recuerdan que lo insólito y lo diferente se convirtieron en registros directos no solo de la extravagante imaginación de Arbus, sino que además presentan una visión sesgada de Estados Unidos. En su obra, su sueño materialista se convirtió en un lugar de imágenes perturbadoras que revelan una sociedad cambiante.

Por último, Nan Goldin, nacida a principios de la década de 1950, es, como las otras dos fotógrafas, una artista interesada en la relevancia social de las personas cuyas vidas periféricas cautivaron su imaginación, y después la nuestra. Documentó de cerca la evolución de la escena gay que surgió tras las rebeliones sociales de los años sesenta, incluidas las imágenes de su propia vida personal. Goldin es sobre todo famosa por La balada de la dependencia sexual, una colección de imágenes, tomadas entre 1979 y 1986, donde retrata la vida personal, a menudo erótica, de sus amigos, y que se exponen acompañadas de música. Cobró fama como documental de un estilo de vida alternativo centrado en la intimidad casual y una sensación generalizada de alienación, no necesariamente impuesta por las autoridades superiores. Las personas que vemos en las fotografías de Goldin viven una vida de espontaneidad, y son indiferentes a la cultura de masas. Las tres artistas son especialmente famosas por sus crónicas de la sociedad y la atención que prestaron a las personas, tanto comunes y corrientes como excéntricas, en vez de atender a un interés muy concreto en las cuestiones formales. Esto no significa un detrimento para sus fotografías; lo que indican sus obras es la voluntad de documentar el estilo de vida de la época en que se tomaron las fotografías. Goldin, que hoy tiene cerca de setenta años, aún sigue tomando fotografías en Nueva York y París. En concreto, se ha convertido en la artista representativa de una generación, hoy envejecida, que participó en el cambio erótico e impugnó los conceptos de propiedad burgueses. Model y Arbus, muy famosas a lo largo de sus carreras, también se dedicaron a dejar constancia de los modos de ver sociales. En conjunto, las tres fotógrafas inventaron un estilo, basado en la cercanía emocional y en el interés por la vida de la persona retratada, que se mantiene fiel a los márgenes de la sociedad, en vez de a lo fácilmente aceptado. Desde los tiempos de Goldin, la ruptura con la vida normal se ha aceptado cada vez más.

Se puede decir que la cámara ha desempeñado en el arte una doble función desde las primeras etapas de su historia: la del esteticismo de las bellas artes y la descripción social. Con la llegada de los teléfonos móviles con cámara, la fotografía de la alta cultura ha sido en su mayor parte reemplazada por la captura de momentos personales, más allá de cualquier consideración de la cultura tradicional. Es indudable que las tres artistas de esta exposición –cuyas obras han sido seleccionadas por Gerald Matt de la colección de Daniel Jelitzka, ambos de origen austriaco– se hicieron su camino en la creciente popularización del arte fotográfico. Su interés en la precisión social de su medio, su capacidad para capturar momentos de jugadores, cantantes de clubes nocturnos y modelos, a menudo desprevenidos, no solo alejó a la fotografía de las direcciones de la alta cultura; también abogaba por una forma de ver el arte cercana a lo popular. Esto dio lugar a un creciente interés en la representación de la experiencia y a que el género se distanciara de la conciencia histórica o la belleza intencionada. No es que entonces no existieran estos enfoques de la fotografía, sino que, como evidencia esta exposición, el reconocimiento social de la cámara fue en aumento, sobre todo por la facilidad con que se podía comprar una cámara. Una vez que cualquiera pudo comprarse una cámara, el género de la fotografía dejó de seducir a la alta cultura. Podríamos debatir si la creciente democratización de la imagen ha perjudicado o fortalecido el arte, pero es obvio que, para estas mujeres, dejar constancia de la vida fue su prioridad, y su interés en todo lo ajeno al retrato de las personas era muy limitado.

De hecho, hay una antiestética viva en muchas de las fotografías. El triunfo de la experiencia en bruto se impone en las obras expuestas. Y esto lleva siendo así mucho tiempo. Model se dedicó en los inicios de su carrera, en el primer tercio del siglo pasado, capturando la vida de la alta sociedad en Francia. En una imagen de 1934, Gambler, French Riviera (Jugador en la Riviera francesa) aparece un hombre grueso, bronceado y trajeado tomando el sol en una silla. Es cierto que el escenario, como lo vemos hoy, apunta a cuánto ha cambiado la sociedad desde el privilegio a la democracia, y el retrato del jugador del título, expresado por el caro traje que viste, es una de las fortalezas de la fotografía. Así, la imagen es un notable estudio del carácter de alguien que ha pasado la vida gastando dinero despreocupadamente. En términos generales, Model posee un talento atípico para los retratos del carácter. En la maravillosa imagen Singer at Café Metropole, New York City (Cantante en el Café Metropole, Nueva York, 1946), Model captura a una mujer grande, con los ojos muy abiertos, sosteniendo un micrófono mientras canta. Lleva un vestido oscuro y estampado, y su expresión, al borde de la anarquía, transmite el arrobamiento estético del jazz. Model apunta aquí a lo que parece ser el retrato de un caos apenas contenido, inspirado por la música de la época. El jazz era la música popular de la generación de Model, y las energías demoniacas de la cantante recalcan el refuerzo de la música de la expresión desinhibida. El resultado es una imagen que plasma, por sí sola, la libertad social y artística.

Siendo una fotografía muy buena, podríamos preguntar si la obra de Model, y también la de Arbus y Goldin, mostraba una predilección por lo transgresor que, a veces, derivaba en el melodrama. Hay veces en que la presentación de lo que no tiene límites acaba con el sentido de la mesura que suele formar parte del buen arte, sin perder fuerza ni enfoque. Y, a veces, el pathos de Arbus y Goldin se convierte en bathos, en perjuicio del carácter trágico de lo que comunican. Hay elementos trágicos en la vida de las tres fotógrafas que parecen haber influido acusadamente en su perspectiva artística. Pero esto no significa que capturar la angustia o la conducta extrema en una fotografía afirme inevitablemente una profundidad. A veces, el arte puede consistir demasiado en sí mismo. La imaginería social suele darles a los espectadores la impresión de que se ha eludido este problema, pero también es cierto que los reconocimientos públicos que nos encontramos en esta exposición pueden rechazar deliberadamente los momentos de seriedad a favor de una visión de la sociedad que solo existe en la superficie. Aun así, el logro de estas tres artistas es tal que trascienden ese escepticismo académico. Los retratos que vemos en la obra de estas artistas son ciertamente elocuentes sobre el espíritu de la época. La imaginería funciona en gran parte porque las fotografías son fieles al Zeitgeist del momento. Así, las fotografías describen energías indomables y presentan lo que ya era un profundo cambio en las costumbres morales.

Model capturaba la esencia de las personas. Hay una excelente foto de una mujer mayor en San Francisco, tomada en la década de 1930 pero no impresa hasta 1976, titulada Woman with Veil, San Francisco (Mujer con velo, San Francisco). La protagonista de la foto, con el rostro anguloso, está mirando a la izquierda. Lleva un velo de encaje y ropa buena; alrededor del cuello luce una tela bordada sobre un elegante traje marrón y está agarrando su cartera. La imagen de esta mujer bien vestida es encantadora, pero anticuada, vinculada a un tiempo pasado. Coney Island Bather, New York (Bañista en Coney Island, Nueva York, 1939-1941) muestra a una mujer obesa con un bañador negro inclinada hacia delante en la playa, de espaldas al mar. Coney Island, que fue durante mucho tiempo un refugio para el placer de la clase obrera de Nueva York, es así epitomizada en esta imagen, donde una mujer con sobrepeso le devuelve felizmente la sonrisa a su público. Su exuberancia simboliza fácilmente varias cualidades: la emoción populista de la época y la persona, los placeres de los menos adinerados y la idea de que el retrato de alguien de la clase baja tiene interés social y estético. Se puede calificar esta imagen de democracia en acción, pero es un retrato más social que político. El ethos estadounidense que siempre emana de las energías de la determinación de los inmigrantes a salir adelante, no es retratado de forma directa en esta foto en la playa. Pero sí se insinúa románticamente una afirmación de felicidad de la clase trabajadora, que se basta por sí misma.

Arbus era una maestra de lo estrambótico. En A Young Man in Curlers at Home, N. Y. (Hombre joven con rulos en casa, N. Y., 1966), retrata a un hombre que frisa la treintena, probablemente latino, que mira inquisitivamente a la cámara; lleva una camiseta negra con cuello de pico y sostiene un cigarrillo en la mano izquierda. Lleva las cejas depiladas, y su actitud, entre la afirmación y el desafío tácito, habla de los movimientos por los derechos de los gais que comenzaron en la época. Es un llamativo retrato y además una pieza de historia social. En A Family on their Lawn One Sunday in Westchester (Familia en su jardín un domingo en Westchester, 1968), Arbus fotografía a un marido y su esposa en bañador, tumbados en unas hamacas, con una mesita redonda entre ellos. Detrás de la pareja, en medio de un amplio césped, un niño sujeta una piscina hinchable. El tercio superior de la foto lo domina una fila de altos árboles. Se podría pensar que es un retrato del paraíso suburbano estadounidense, pero la mujer parece aburrida hasta el hastío, mientras que el hombre se tapa los ojos, como si no quisiera salir en la imagen. No todo va bien en Estados Unidos, ¡aunque haya suficiente dinero para enmascarar el malestar! Arbus lo sabía muy bien, e hizo fotos que capturaban la ambigüedad del sueño americano.

Goldin, casi septuagenaria pero aún activa, expone fotografías que tomó hace décadas. Artista consumada del retrato informal, y participante activa del demi monde burgués al que perteneció en su juventud, es más que probable que Goldin acusara mucho el suicidio de su hermana a una corta edad. Goldin abandonó la clase media a la que pertenecía y se juntó con un grupo de amigos, en su mayoría gais, que vivían de acuerdo con sus deseos, con un énfasis en el erotismo y un marcado distanciamiento de lo convencional. Aunque Goldin pertenece a una generación consciente de los precedentes en lo experimental, es especialmente hábil al fusionar las dificultades psíquicas de la comunidad gay, arrollada por el sida en la década de 1980. Su propia vida acabó siendo también un libro abierto; es muy impactante una fotografía de ella, que no se incluye en la exposición, con un ojo amoratado tras ser golpeada por su pareja. Se le podría reprochar a Goldin su melodrama, su apego a la exageración psicológica, pero tal vez eso fuera lo adecuado en el momento en que tomó las fotos que la hicieron famosa. En su obra, la emoción –rayana en el sentimentalismo– escapa sorprendentemente del peligro de un excesivo ensimismamiento para transmitir la tristeza de la vulnerabilidad de las personas cuyas vidas quedaron expuestas por su exhibicionismo y la mirada crítica de la sociedad establecida. Al concentrarse en lo marginal, Goldin convirtió los sucesos vitales en algo más; principalmente, en la idea de que la casta de los rechazados podía establecerse su propia vida social, dada su determinación de prosperar.

La obra de Goldin le resultará especialmente familiar a los entusiastas de la fotografía que vivieron la década de 1980, cuando la artista se hizo famosa por sus imágenes de sus amigos enfermos de sida. Al igual que Model y Arbus, lo que inspiró a Goldin fue el tratamiento de las personas que pertenecían a su misma clase, en este caso, un grupo de personas de clase media o adinerada, más o menos al margen permanente de la vida convencional. En la exposición hay una imagen de la propia Goldin con unas profundas ojeras; su objeto de interés sigue siendo la dificultad personal y el sufrimiento. Sin embargo, al mismo tiempo, dirige su atención a la vida del privilegio: hay una serie de fotos de supermodelos rubias comiendo en restaurantes caros. Estas imágenes no parecen reñidas con los detalles perturbadores de sus fotos más crudas, sino que encarnan la propensión del momento a aludir al sufrimiento que queda oculto, solo en parte, por una forma de vida acomodada.

No se puede decir que esta perspectiva sea enteramente estadounidense, pero sin duda el estilo bohemio se asume aquí con placer, incluso cuando se ha vuelto más conciliador con el dinero. Es importante entender hasta qué punto el estilo de vida alternativo depende ahora del sostén económico, sobre todo cuando el centro urbano del mundo, New York, the world downtown (Nueva York al sur de la calle 14), lleva gentrificándose algún tiempo. No se debe recelar del logro de Goldin: retrató con transparencia a las personas en su momento de dolor, a ella misma y a las demás. Al mismo tiempo, hemos de tener presente durante cuánto tiempo ha estado en boga ese estilo de vida, probablemente desde principios de la década de 1950. Lo cierto es que ya no es otra forma de vivir, pero se ha vuelto cara, y casi convencional.

A la larga, el logro de estas artistas no se juzgará tanto por las cualidades formales como por su voluntad de empatizar con una amplia variedad de personas, ricas o pobres, célebres o anónimas. Se enfatiza el aspecto humano de la sociedad de modos que instruyen al público sobre las idiosincrasias, más encantadoras o menos, de las personas. Se requiere una buena cantidad de aprecio comprensivo para capturar la condición humana, cargada a menudo de adversidades emocionales.

No todos los que aparecen en las fotos de Model, Arbus y Goldin sufren, pero muchos sí. Curiosamente, estas imágenes adoptan muy pocas veces una clara postura política; se indaga sobre las muchas jerarquías de la sociedad con una mirada neutral. Pero dicha neutralidad no significa que no veamos los detalles dirigidos a despertar nuestras preocupaciones sociales, aunque a las imágenes que retratan unas condiciones difíciles les sigan de inmediato, en las paredes de la galería, las imágenes de riqueza y exceso. Sin duda las fotografías son formalmente coherentes, pero esa no es la cuestión. Lo importante es que la ilustración de la vida humana –exitosa o no– reside en cómo las fotógrafas demuestran que se puede acceder a la naturaleza humana con independencia del género, la clase o las preferencias sexuales. Esto quiere decir que la imaginación, en el caso de esta obra, no puede convertirse en un ejemplo de juicio moral, o imponerle una ideología al público de la exposición. Lo que se produce en su lugar es una gran revisión de las costumbres morales, a veces andrajosa, pero, aun así, muy enérgica. El título de la exposición, La cámara es cruel, se ajusta fielmente a la realidad, y en ella se revelan las excentricidades de la naturaleza humana desde los albores del siglo xx hasta el presente.

 

Traducción: Verónica Puertollano

 

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