En internet el tiempo transcurre 27 veces más rápido. Al principio, internet pretendía imitar al mundo. Ahora ya es el mundo el que aspira a ser una representación de internet. Hoy en la Red nacen relaciones, negocios, adicciones, delitos, identidades y actitudes que no son fáciles de trasladar al mundo físico, donde afortunadamente todavía existen cosas como la edad, la sangre, el pudor, el dolor y, sobre todo, el miedo a que te partan la boca. Este temor, garantía de la convivencia humana y animal más elemental, desaparece en internet, cuya ágil gestión del anonimato lo convierte en el paraíso de la canalla más cobarde, la que no da la cara. Una plétora de pobres diablos que se agazapan en las zonas oscuras de la Red para envidiar todo aquello que su realidad no les concede, y a la vez, desde la pegajosa madriguera de su anonimato, insultar, ofender y vomitar contra los demás el odio que se profesan a sí mismos. Un breve recorrido por los comentarios de cualquier portal de noticias famoso nos servirá para comprobar cómo se las gasta el personal a golpe de seudónimo y contraseña.
En el mundo físico, construir y sustentar un personaje polémico, y actuar en consecuencia, es una tarea difícil y admirable que exige dosis iguales de inteligencia y coraje. Provocar mirando a los ojos requiere valor. Sin embargo, quienes ofenden en internet escondidos tras un alias sólo son unos desdichados sin agallas.
Por eso, desgraciadamente, internet necesita ser regulado, es preciso establecer criterios, editar contenidos, aventar comentarios, separar el grano de la paja, inventar sistemas fiables de verificación de identidad, otorgar responsabilidades, perseguir la impunidad. En muy poco tiempo los mundos virtuales serán el único modelo en que se basará el mundo real. No permitamos que sea tomado por francotiradores, aprendices de chuloputa y cofrades del K.K.Klan. Libertad de expresión, provocación y fascismo son estaciones próximas y bien comunicadas.