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Mientras tantoLa cárcel cool

La cárcel cool


 

Ha habido crujir de dientes con el escueto texto que Richard Stallman –padre del software libre y el copyleft— ha escrito en su blog sobre la muerte de Steve Jobs. Entre otras cosas ha dicho: «Steve Jobs, pionero en convertir el ordenador en una cárcel cool, diseñada para quitar a los tontos su libertad, ha muerto. (…) No me alegro de que haya muerto pero sí de que se haya ido. (…) Todos merecemos el fin de la maligna influencia de Jobs sobre los usuarios de informática».

 

Estas palabras han indignado no sólo a los prosélitos de Jobs –inmersos estos días en su panegírico global– sino también a mucha gente que ve en ellas una desafortunada falta de respeto. No estamos acostumbrados a que se hable mal de un muerto ilustre, pero a pesar de su dureza, lo que Stallman ha dicho es tremendamente coherente y lógico. Para él, como para otros muchos luchadores por una tecnología abierta y libre a favor de un mundo más igualitario, era una pesadilla la pasmosa habilidad de Jobs para fabricar –a partir de sistemas cerrados, hipercontrolados y blindados por miles de quisquillosas patentes– legiones de fieles incondicionales, élites altivas que no tenían ningún problema en pagar un dineral por su exclusivo aislamiento.

 

Steve Jobs ha sido sobre todo un gran vendedor, un asombroso inventor de envoltorios y conceptos lanzados a modo de anzuelo sobre un público hábilmente escogido, ese famoso the rest of us. Un público que veía en Apple no sólo una forma más amigable y estilizada de usar la tecnología, sino también una manera de diferenciarse de los demás. Un público al que se le proporcionaba distinción y exclusividad a cambio de no salirse del redil, de no cuestionar nada, de no querer ampliar horizontes, de no dudar, de ser incompatible. Jobs inoculó en el mundo de la informática una suerte de lucha de clases, dividiendo a los usuarios en dos facciones irreconciliables.

 

El sex appeal de los productos Apple, su capacidad de seducción, es tan brutal que incluso derriba ideologías. Muchos apóstoles de lo open y lo abierto son fieles usuarios de Apple y miran hacia otro lado cuando alguien les interpela sobre la incoherencia que esto supone. Es muy común ver, en foros y eventos relacionados con la militancia opensource, una plétora de manzanitas blancas brillando en la sala.

 

Jobs consiguió atrapar a sus adeptos en un permanente trending topic del que no es fácil salir, haciendo de esta cerrazón un deslumbrante negocio que en cambio es percibido casi como una labor humanitaria. Es lógico que Stallman lo odiase. Seguro que él también se ha sentido muchas veces tentado de tener un cacharro Apple. ¿Y quién no?

 

 

 


 

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