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La casa sin barrer

 

Ya no hay en el tipo de la CUP el antisistema, el okupa filoterrorista de toda la vida. Queda algo de eso, pero diría que sólo es la estética. La marca. De normalizados, de blanqueados, casi debe de haberlos ya hasta para hacerse una foto divertida (y turística) como con los legionarios del Coliseo. Hoy en día todo es homologable. Si lo es la ETA como no va a serlo la CUP en un mundo tan civilizado que pone en el mismo plano a Kim Jong- un y a Donald Trump.

Todo es vendible y lavable desde que se decidió empezar a sumergir algunos principios. Hoy ya están sumergidos la mayor parte y son como los pueblos ocultos bajo los embalses que mandó construir Franco: nadie los ve ya salvo cuando escasea el agua, cuando aparece de pronto en medio de un pantano el campanario de una Iglesia (yo un día abordé uno desde una lancha: yo también he jugado alegremente a mi manera con los principios) y hasta cosas peores.

Hoy el tipo de la CUP vive como un rentista de su propio idealismo, democráticamente instalado (y remunerado por el Estado, el español), que es gráficamente barrer con una escoba todo aquello que no le gusta (lo español en este caso), como indica el cartel («Escombremlos- los!», reza) de hondas y rancias influencias totalitarias.

Pero no hay problema. El marxismo cultural bajo el que vivimos felices no le da importancia negativa a ciertas cosas como esta y sí a otras como, por ejemplo, los campanarios de las iglesias. El pensamiento único que todo lo inunda (¡el pantano!) está reeducando al personal que aún se piensa libre a pesar de que ya no pueda decir nada sin el peligro de que le tache de reaccionario el vecino, el compañero de trabajo o uno que pasaba por ahí. Estos son los nuevos delatores y todo esto parece sólo el principio. Los nuevos principios.

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