Voy al Teatro María Guerrero, como tantas veces a ver una obra, pero esta vez me encuentro con «La colmena científica o el café de Negrín», de José Ramón Fernández y dirección de Ernesto Caballero.
Hoy coincide todo: la actuación, el texto, la creatividad escénica, la emoción del gesto, la inventiva, la audacia, la contención, el silencio, el canto, la reflexión, la sencillez, el enriquecimiento continuo de los espectadores conforme la obra avanza.
Es raro porque normalmente no sucede este conjunto de circunstancias que propicien la excelencia teatral. Es raro porque no son frecuentes comunicaciones que nos importen tanto.
Comunicaciones: nuestra historia en el laboratorio de una España de los años 20 y 30 que quiere edificarse a fuerza de ciencia y humanismo en el escenario de la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde se representa una parte del todo. Una parte que pudo haber sido el todo.
No fue. Pero esta obra nos llama a mirar la historia de nuestro presente, a reflexionar sobre aquello que hacemos cada uno de los días para construir esa comunidad que llamamos país, nuestro país, donde nosotros vivimos.
Cómo queremos ser juntos. Qué queremos comprender juntos. Crear. Como en aquel laboratorio de Negrín, todo está en nuestras manos; en nuestra manera de hacer el café y de compartir el conocimiento.